Úrsula von der Leyen lo ha dicho.: “Ha llegado el momento” de llamar a la situación que vive Europa “por su nombre”: “Europa está en guerra híbrida”. Quiere esto decir que la señora de la Comisión nos ha puesto en posición de combate, aunque no nos demos por enterados. La opinión pública sigue pensando en términos de ser buenos y benéficos y los líderes no nos cuentan lo que pasa: en España menos, Guerra No y gasto militar tampoco, es para apagar incendios, dicen.
No ha sido una declaración muy apreciada en los gobiernos. No porque no tenga razón, nadie la niega. Hay cierto runrún en las cancillerías: hay quien interpreta que el asunto del conflicto con Rusia y la gestión de la ayuda a Ucrania está siendo utilizada por la Comisión para centralizar las competencias nacionales.
Podemos debatir todo el tiempo que queramos. El diletantismo -la reflexión general y superficial de algo- es esencialmente europeo nacido en las cortes renacentistas. Podemos debatir si es galgo o podenco, si es cosa de naciones o de la Unión, si es nuestro o de la OTAN.
Podemos alargar lo que deseemos el análisis, pero hay algo evidente: el contexto geoestratégico ha cambiado sustancialmente, como para no reflexionar sobre las viejas categorías de pensamiento. Esto de luchar hasta la última gota de sangre de un soldado… ucraniano, no va a colar, me temo.
Hemos de reconocer que sobre una percepción de seguridad global exagerada hemos proyectado mejoras sociales, levantado plataformas políticas (la UE, la más relevante), atizando enfrentamientos que nos han debilitado (el Brexit o la ignorancia de guerras y conflictos que han dejado profundas heridas, desde los Balcanes al desinterés por lo que ocurría en el antiguo espacio soviético: su libertad nos importó poco o nada).
El escenario ha cambiado. Por dos razones fundamentalmente: la primera, tenemos un agresor en la puerta, que desprecia todos los valores de nuestra sociedad, que comparte valores y ética imperial con el líder del supuesto contrapoder y cuentan, ambos, con notables caballos de Troya en forma de nacionalismo extremo y reaccionario. Los disruptores no necesitan estar de acuerdo en el final o el proceso, les basta con compartir el inicio.
Otro factor no menor, en segundo lugar, es que la paz y la guerra son en realidad, como diría un economista, bienes sustitutivos. Cuando la agresión es cara, reina la paz; cuando es más barata la guerra que la defensa, reina la guerra.
Ésa es la situación en la que vivimos: la tecnología ha hecho posible que un dron acabe con miles de millones de euros en armas sofisticadas, ahora inservibles. Una sola persona puede declarar la guerra mundial y ganarla, usando la inteligencia artificial para crear un virus, por ejemplo. Facilidad concedida por los inventores del algoritmo y que hará subir, por cierto, las acciones de las tecnológicas y las permitirán endeudarse más. Ya no es el capital quien domina el mundo, es la computación. Otra variable que dificulta la comprensión de los dividendos de la seguridad.
Las corrientes políticas deberían incluir en sus reflexiones estos argumentos. También deberían hacerlo los países europeos y sus liderazgos.
Ni arengas diplomáticas, ni trampas contables, ni cuentos de “chinos” como paraguas (ya se sabe, siendo China amiga de los rusos igual…) que alienta el pacifismo progrepopulista. Tampoco cabe esperar demasiado del más espeluznante candidato a Premio Nobel de la Paz de la historia, el cuervo anaranjado que tarde o temprano necesitará exportar el caos interno al exterior. Ni la OTAN, cosa en la que el pensamiento conservador y socialdemócrata ha fiado mucho tiempo.
Cuanto más se acerca la guerra híbrida de Rusia, menos parecen ponerse de acuerdo los líderes de la UE sobre cómo responder. Ésa, al menos, fue la impresión que dejó la cumbre de la UE en Copenhague, con aeropuertos cerrados por amenaza de drones, convocada la semana pasada para generar consenso sobre las principales prioridades para el rearme europeo: disputas territoriales y agendas ocultas contaminan los intentos de construir una defensa europea.
Los líderes expresaron su alarma ante las reiteradas violaciones rusas del espacio europeo, pero negaron, en la práctica, los cuatro proyectos de la Comisión. En el documento presentado se proponía: un muro europeo antidrones, una red de vigilancia del flanco oriental, un escudo antiaéreo y un escudo espacial de defensa. Y más vigilancia a los gobiernos. También, el uso de bienes rusos expropiados y la reducción de la dependencia del gas.
A Macron no le pareció suficientemente sofisticado lo del muro de drones (él ya está con España y Alemania destrozando el proyecto del avión de combate europeo). El canciller alemán, Merz, criticó duramente el exceso de regulación de Bruselas. Meloni se quejó de que Bruselas se centrara exclusivamente en proteger a los países del este e ignorara el flanco sur (Pedro ya no habla, ni le escuchan, ni puede hacer lobby, véase ejemplo Ryanair). Además, insinuó otra objeción: esto debería ser tarea de la OTAN, no de la UE. También estaban los neutrales y los prorrusos de los que podemos hablar mañana.
La disputa giraba en torno al poder porque la defensa se convierte, cada vez más, en la nueva frontera de la integración europea. Con la excepción de los dispuestos (Francia y Reino Unido), siempre prestos a enseñarnos sus juguetes, el resto se resiste a ser encabezados por la Comisión o por los tales dispuestos. Los del norte dicen que ya es hora de que los del sur pongamos algo.
Nadie puede culpar a Bruselas por presionar a los Estados miembros para que gasten conjuntamente sus crecientes presupuestos de defensa de forma más eficiente, en lugar de duplicar capacidades e ignorar la necesidad de una base industrial europea de tecnología de defensa más sólida. Esto requerirá armonizar los requisitos militares y reducir las compras a Estados Unidos.
Se le pide al sur solidaridad con las fronteras que ayudaron en las sucesivas crisis. Pedro dice que unos avioncitos que tiene los manda, pero que se pagan con deuda europea. Vale, entendido: es la guerra, España pone la madera. ¿Debate incómodo? Mañana más.