Siendo viernes saben ustedes que les libraré de análisis sesudos… O quizá no. En todo caso, será alguna leve cuestión fuera de agenda… O quizá no. En fin; debo confesarles que he pasado una semana preocupado: ¿La guerra? ¿La OTAN? ¿Los sobres? ¿Francia? No; no han acertado: mi preocupación ha sido, y es, el jurado del Nobel de la Paz en particular y los noruegos en general.
No hubiera querido estar en su piel, decidiendo a quien otorgar el premio. Si se lo daban a Trump, serían acusados por medio mundo de haber recompensado a un peligro público; si no se lo concedían serían criticados por la otra mitad.
El caso es que el premio de 2025 será recordado por quién no lo recibió. Antes de que Donald se ponga en plan “Drama Queen” me atrevería a recordarle que algunos llevamos años esperando el nobel de Murakami y nada, sin montar un espectáculo.
El propio Trump, más tarde o más temprano, protestará contra una conspiración de garrapatas comunistas noruegas y españolas, capaces de otorgar el Premio Nobel a un cínico como Kissinger o a una persona sobrevalorada como Obama, y negárselo a él, el estadista que, “con métodos rápidos, pero evidentemente eficaces”, ha puesto fin a siete guerras, algunas de las cuales no existía. Respecto a los populistas de la izquierda española, no tiene por qué preocuparse: odian a todo el mundo.
A este ritmo de pacificación, todo el planeta acabará reconciliándose. Bueno, lo de los ultras del Atleti y Vinicius tiene mala pinta. Pobres jurados de Oslo. Es probable que no sea coincidencia, se lo cuento por si no han tenido tiempo de pasarse por Oslo: el edificio que alberga el premio está ubicado a solo unas decenas de metros del lugar donde Munch pintó su famoso “Grito”.
Ese genio tenía el don de la profecía: quien gritaba era sin duda el presidente del jurado del Nobel. Para salir del follón, yo habría llamado a Koldo y Celia de asesores externos: seguro que, teniendo en cuenta el dinero que han ganado él y su familia desde que inició el segundo mandato, habrían propuesto otorgarle el Premio Nobel de Economía.
Hay que reconocer que el exquebrado y ahora nuevo rico Trump ha hecho por la economía más que nadie. Nunca un hombre hizo tanto por la investigación económica que él: ha conseguido resucitar a Krugman y, tras cerrar las oficinas de estadística, ha alentado el sistema de recogida de datos privado.
Así que sigo inquieto, no solo por el jurado sino por todos los noruegos. ¿Qué puede pasarles, me dirán ustedes? Cualquier reacción es posible.
El Comité del Nobel es un organismo independiente y el gobierno noruego no participa en la determinación de los premios. Pero es fácil de adivinar que Trump no lo sabe ni está para minucias legales, como es sabido, y que los noruegos debieran estar preparados para lo que pueda hacer.
Trump ha expresado abiertamente desde hace tiempo su convicción de que merece el premio de la paz. En julio, Trump llamó a Jens Stoltenberg, ministro de finanzas de Noruega y exsecretario general de la OTAN, para preguntarle sobre el Premio Nobel.
Los noruegos tiemblan por si se enfada ¿subirá los aranceles, cancelará el petróleo del Mar del Norte, expulsará a los noruegos de los Estados Unidos, bombardeará su Gobierno algún petrolero, como traficantes de droga, ordenará a su fiscal general favorita que procese al presidente del comité que, como todo el mundo sabe, ya “debería estar en la cárcel”? Afortunadamente, la solidaridad existe.
Pedro Sánchez y su nuevo mejor amigo Xi Ping se han puesto en medio para cabrear a Trump y que se olvide, por unas horas de Noruega. A Trump le ha dado por echar a España de la OTAN, hay que pagar las cuotas de socio del club en el que uno está, Pedro, animo, tú puedes. Nos metisteis a destiempo y nos sacaréis a deshora, lo veo venir.
Como Pedro es poca cosa y no le importa a casi nadie, Trump se ha enfadado de nuevo con China. Esta semana el asiático ya no dice cosas bonitas: le va a subir los aranceles. Al parecer Xi Pin ha advertido de que controlará las exportaciones estratégicas (minerales y tierras raras que necesitan los oligarcas norteamericanos). O sea, lo mismo que quiere hacer Trump: monopolizar los recursos tecnológicos.
Qué quieren que les diga, conociendo a Donald, si noruego fuera, no bajaría la guardia. Pedro y Xi les han salvado el primer golpe, quizá.
En fin, es otoño, tiempo de Madrid. Es otoño; ya saben, cuando se puede decir que la belleza existe, aunque todo a nuestro alrededor se cae. Es otoño y Madrid respira aliviada. Todo vuelve a estar abierto y el calor se ha convertido en una agradable temperatura. Todo el mundo está en la calle, quizá tengan un permiso de esos infinitos que propone la ministra de los permisos.
Olviden a Trump, callejeen, observen el incipiente amarillo, los tonos magenta y ocre de los robles, castaños y sauces, he oído que en El Retiro quedan algunos, visite las viejas tabernas, los museos, ojee la arquitectura, testigo insobornable de la historia, encontrará páginas de gloria y de miseria.
Como decía aquel poeta que echaba de menos el mar, pero amaba Madrid: “Ciudad presente, guardas en tus entrañas de catástrofe y gloria el germen más hermoso de tu vida futura”. Ésas son las ciudades que amamos y la paz que buscamos, olviden a Trump, caminen Madrid.
En fin, hoy es viernes, es otoño y es Madrid. Tiempo de calle y de taberna. Yo he preparado mi fin de semana para tomarme a sorbos los vinos que aún se escancian en las viejas bodegas. Me tomaré alguno a su salud, mientras usted se pregunta por qué vivir dónde Trump, pudiendo vivir en Madrid (vale, acepto cualquier ciudad española que ustedes gusten).