“A diferencia de otras disciplinas, un Nobel de Economía no ha hecho nada por Usted”. Así comenzaba, en 2016, mi artículo sobre el premio; el artículo iba firmado con el seudónimo que habitualmente utilizaba para escribir en un periodo sobre economía y mi seudónimo recibió ácidos comentarios sobre el aserto, desde todos los lados de la profesión, especialmente el universitario.
Hay que ver lo que leen los economistas cuando se habla (mal) de ellos. “La Academia” no es solo un jardín de egos es, también, asaz corporativa. A mi “alter ego y seudónimo”, Miguel de la Balsa (arbitrista aragonés del siglo XVII), no le afectó mucho: él solo escribía para el rey. Se refirió a sus críticos afirmando: “pobres los que dan voto y arbitrio, con intención doblada y para medros propios…”). Son muy suyos los arbitristas, parecen cronistas.
Al día siguiente del artículo se concedía a un americano y un finlandés el premio por una investigación sobre contratos. Luego han venido premios sobre el cambio climático, la tecnología, la crisis bancaria… en 2023, los concesionarios nos ofrecieron un sorprendente plato fuera de la carta: eligieron a una mujer (Goldin) y su investigación sobre el mercado laboral de las mujeres.
Nueve años después no ha cambiado nada. Así, pues, repito: “A diferencia de otras disciplinas, un Nobel de Economía no ha hecho nada por Usted, pero eso sí: los que escribimos de economía hemos acertado nueve de las últimas cinco crisis (no es un error, es un chiste de economistas).
La cosa es que pueden encontrar ustedes un interesante librito titulado El Factor Nobel, firmado por un profesor de Oxford (Avner Offer) y un investigador de Uppsala (Gabriel Söderberg). Tan deprimente como intrigante, el libro revela bien por qué hasta los economistas deberían detestar este premio Nobel. Notarán en este texto el profuso uso del término “los economistas”. No es casualidad: de 96 premiados solo tres son mujeres: Ostrom (2009), Duflo (2019), Goldin (2023). En los últimos dieciséis años se ha concedido a dos mujeres.
Éste no es un “verdadero” premio Nobel. Nació (1969) unos 50 años después de que se crearan los premios Nobel y tiene su origen en la voluntad del Banco Central de Suecia.
Los socialdemócratas suecos, haciendo de socialdemócratas, nombraron un gobernador del Banco Central Sueco (el más antiguo de los que existen) que no siguió la tradición de seguir la línea política del gobierno. El elegido se propuso contrarrestar lo que consideraba una propagación virulenta de la democracia social en los países nórdicos. O sea, eligieron a uno de derechas.
Para entendernos, el premio es el resultado de años de financiación de estudios por el banquero central para propagar las ideas que contradijeran a los socialdemócratas y garantizaran su independencia y visión política. Un propósito que siempre ha escandalizado a los propios suecos.
Se financia el premio, nacido como conmemoración del 300 aniversario del Banco Central Sueco con el patrocinio de un instituto de investigación ligado a la dinastía Wallenberg, banqueros y diplomáticos que han recorrido la historia económica sueca. Los banqueros fueron muy incentivados a colaborar: se hicieron algunas sugerencias acerca de su estatus de exoneración fiscal y sobre investigaciones sobre sus bancos. Comprender la causalidad es imprescindible en economía, ya saben.
La familia Nobel se garantizó que el Premio solo añadiera a su denominación, “en memoria de Alfred Nobel”, para distinguirlo de los creados por el abuelo. El heredero actual se ha sumado a los que piden, desde 2004, la supresión del premio. Desde 2015, se debate en la Academia Sueca de las Ciencias, actual concesionaria del premio, su eliminación.
El premio no oculta su orientación ideológica. Cuatro de los seis miembros de la organización original eran miembros o familiares de la Sociedad Mont Pelerin, fundada por Friedrich Hayek o economistas que trabajan para el sector empresarial. Ni Gunnar Myrdal, un respetado economista progresista, que ganaría el premio, ni Rudolf Meidner, el economista jefe de los poderosos sindicatos de la época, tuvieron papeles relevantes.
Son los propios economistas premiados los que menos han hecho porque el premio sea especialmente respetado. Las broncas entre Hayek (liberal austriaco) y Myrdal (progresista sueco) premiados el mismo año son estruendosas. Samuelson (keynesiano) vetó a Perroux (crítico con las políticas de apoyo al entonces denominado tercer mundo y colaborador con los nazis). Myrdal encontró un insulto que el premio se otorgara a Friedman. Solow y Krugman desprecian el trabajo de Lucas. Una decena de premiados han afirmado que los principios de los demás son inaceptables. El salseo económico es tan abundante como el de las folclóricas.
Uno podría creer que si un Banco Central concede premios, quizá cabría sospechar su equilibrio, dado su precio. Pero, en realidad, son los propios economistas los que detestan el llamado Premio Nobel de Economía. Existen otros premios o distinciones más respetados, aunque peor pagados.
Éste es un premio para varones blancos, norteamericanos e ingleses. Para las factorías de Harvard y el IMT (14 cada uno), Chicago tiene 11. Los concesionarios saben cosas que los mortales ignoramos: o sea, mañana, cuando lean esto, conocerán la nominación de este año.
Puede estar en la agenda de sus preocupaciones o no. Anclarse en la computación, la econometría y las técnicas sofisticadas que se llevan ahora (sepan que las matemáticas de toda la vida no son buenas, según modernas opiniones). Pueden basarse en la agenda “woke” o quizá volvamos a la agenda ignota o a la conservadora. Dependerá de los patrocinadores, naturalmente. No; Trump tampoco ganará este premio: sus historias sobre aranceles son como las de Laffer con los impuestos; el tampoco ganó el Premio Nobel. Y yo que lo siento tanto… tiene mejor historia la servilleta de Florentino que la suya (modo ironía).