El factótum global, organizador del evento de balneario y Prima Donna del espectáculo, decidió que nada mejor para concluir un funeral que la actuación de un payaso. En “La Lentitud”, Milan Kundera nos presentó un modelo concreto de político: el político bailarín. Se distingue del corriente en que no desea el poder, le sobra, sino la gloria… “ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo”.
Todos los autócratas o aspirantes acaban ahí. Mientras le preguntaba al “espejo mágico” quién merecía el premio Nobel más que él, tomo la decisión certera para cumplir con el manual del buen populista. Mientras el espejo susurraba, Corina, él decidió: bailaré sobre 200 mil tumbas. Un caballero cristiano compasivo, sin duda: qué hermosa forma de acabar una guerra.
Todo lo que dice o hace Trump no evoca a un político, sino a un gigante egocéntrico de la industria del entretenimiento. La tarde del lunes en Egipto, con todos los líderes mundiales danzando con él, fue la Fiesta de Lanzamiento Oficial de un Proceso de Paz. El ego, por supuesto, puede ser muy creativo, por lo que debería reconocerse que este acuerdo, tan emotivo, simplemente no habría sido posible sin nuestro protagonista. Quizá habría que preguntarse (y responderse con rigor): ¿Por qué no lo hizo antes?
En la sala del espectáculo egipcio, Trump cumplió a la perfección la danza del César moderno: señaló, despreció a todos, bailó sobre las tumbas de los gazatíes, encargó a su yerno que hiciera los oportunos negocios. Mostró, en fin, como se pasa de la áspera negociación diplomática a la diplomacia del matón. Estupefacción, sorpresa y caos: ésa es la regla, la ausencia de reglas y de respeto: el populismo
Bibi (Netanyahu) le derribó el solar y asesinó a los incómodos habitantes. Hamas le puso la cama al exterminio (los terroristas siempre dañan a sus pueblos, si lo sabremos nosotros). Se ha firmado un acuerdo de paz sin firma de ninguna fuerza palestina legitimada, la voz palestina es la voz de los mediadores (Egipto, Catar, Arabia Saudí…), condenados los palestinos a un protectorado, hemos retrocedido 77 años en el tiempo.
Debemos entender algo cuando analizamos el comportamiento del autócrata. Las categorías políticas con que analizamos su comportamiento no le son aplicables. Nos meteremos en un lio si lo comparamos con Henry Kissinger en el proceso vietnamita o, más aún, si lo hacemos con Benjamín Franklin o con un dictadorzuelo europeo. El nuevo autócrata debe ser analizado en términos predemocráticos, al modo de unos Borgia venales o cosa por el estilo. Así de violento, irracional, antilibertario era el príncipe de Maquiavelo.
Nos valdrá, qué remedio, dolor al mar, si es duradero el final anunciado. Si es cierto que las armas de Netanyahu callan, si desaparece el infame fundamentalismo de Hamas -hoy, disparando a los suyos propios, para mantener a raya a su pueblo-. Quizá, más pronto que tarde, se olvide lo de los dos Estados, Hamas se reconvertirá en fuerza política, Bibí será indultado y pasará de potencial criminal a potencial héroe, amigo del payaso.
Pero no deberemos olvidar, viendo al bailarín, que los que defendemos las libertades y sus reglas quizá no estamos preparados para ofrecer alternativas a la ausencia de reglas o, mejor dicho, para oponernos a la única regla que el César entiende: la amenaza, la fuerza del matón.
Un espectáculo tan horrible, retransmitido diariamente, un exterminio con tanta precisión planificado solo podía acabar con un bailarín haciendo claqué sobre 200 mil tumbas.
No queremos los españoles ir a Eurovisión, por las malas compañías, aunque nos gusta pagar viajes de “pijiprogres” por el Mediterráneo. Nos encanta reventar “La Vuelta”, pero debíamos ir a rendir pleitesía al bailarín, por si nos ahorramos algún bochorno futuro, o por salir en alguna foto.
¿Por qué ir si, en realidad, ni pintábamos ni hemos pintado nada? ¿Por qué acudir al besamanos si nadie nos espera? ¿Por qué debíamos reír en el sarao? ¿Dónde queda la dignidad del candidato a ser expulsado, agasajando al que nos va a expulsar?
Oh, sí; hay que estar siempre en el concierto de las naciones. Hacerse esa foto llena de cinismo, ser acogido en el séquito del sátrapa. Nos conviene que se meta con España, a Pedro le conviene que se meta con España: da votos, piensan los cabezas de huevo de la Moncloa. Viejo lema político del populismo: cuando el caos nos ha sobrepasado, finjamos ser de los organizadores.
Llegando a Mordor está Cirith Ungol (El señor de los anillos, Las 2 Torres). Sentados en las escaleras, Frodo y Sam conversan. Dice Sam: “Me pregunto si algún día apareceremos en las canciones y leyendas para cantarlas junto al fuego”.
Un deseo aspiracional que, seguramente, comparte Sánchez: aquel día que apreté la mano del sátrapa ¿saldrá en canciones y leyendas? Esa foto en la que ocupó sitio Pedro saldrá en la historia o quizá sea como el Sahara, una vergonzosa cortina de humo y silencio.
Allí quedará una generación de palestinos heridos por el dolor y, probablemente, la ira. Ellos sufrirán una paz apenas visible todavía, llena de incógnitas.
Para el nuevo César no hay política sin negocio. Por qué no crear una colonia llamada a agotarse como la que lanzó en su campaña electoral. Podía llamarse “Paz y fuerza” y acompañarse con una película: “Bailando sobre doscientas mil tumbas”.
Han asistido a la penúltima gran indecencia del populismo. Prepárense para la siguiente: se nos viene Ucrania.