América ya no existe

El Mayflower, los colonos y unos pocos indios. La acción de gracias, el té y la independencia. La soberbia de familias que robaron hace 300 años. La epopeya de una guerra civil. El Winchester, la biblia y el caballo. Los indios y los vaqueros, los calvinistas y los cuáqueros. Los cheyenes, los apaches, los sioux y 600 tribus más. La trompeta de la caballería y los indios diezmados.

La pepita de oro y el bisonte, la estrella del sheriff, Los siete magníficos y la mentira que imploraba Johnny Guitar. El algodón que escupe esclavos y blues. La cabaña del Tío Tom, la energía de los esclavos, de los holandeses, de los irlandeses, de los italianos y de los hispanos que vienen del Río Grande. El “Melting Pot”: clase obrera, gánster, mafia, constructores de ciudades.

El sueño de Luther King. Ford cambiando la economía del mundo. Un “Chevy” para recorrer la 66. Born to run. Nacidos para correr. Magnicidios contra la esperanza, periodistas que acaban con presidentes, gargantas profundas, derechos civiles. LSD, heroína, cocaína, Fentanilo. Wall Street. Broadway. Hollywood, el Smithsonian, Las Naciones Unidas, la noche del año nuevo en Times Square, Chinatown. La regalada y, a veces, no merecida estatua. Universidades de élite.

El hogar de los valientes, soldados salvando el mundo. Generales cruzando desiertos, mares y océanos. Las felonías de la CIA, imperio, gendarmes del lado libre del muro. La Motown y los garajes de Silicon Valley, los iconos de Bill Gates. La libertad de California. La aristocracia de Boston. El médico de Alaska, la salud de las chicas de Oro y las primas de seguro privado de salud. Donald, Mickey y Bugs Bunny y el Mago de Oz.

La pregunta que hacía Henry Fonda al camarero, el baile de Fred Astaire, Audrey cantando Moon River, la sonrisa de Julia Roberts, la pinta de Jack Nicholson, el porte de Robert Redford y Paul Newman, Taylor seduciendo a Brando, la cazadora de James Dean. Molly en el cristal de Tiffany. María bailando en West Side Story. La voz quebrada de Louis Amstrong. El dolor de Nina Simone, el drama de Winnie Houston. La cadera de Elvis, la camiseta de Bruce, el beso de Madonna, Britney y Aguilera.

Dos Pasos, Chandler y, también, Hammett y, también, Miller. La carretera de Cormac, la gata de Tennessee Williams, el vals de Leonard Cohen, los viajes de Jack London, la ensoñación de Kerouac, Stephen King, la ballena de Melville, el omnipresente Hemingway y, por debajo de todo, la sabiduría de Walt Whitman. Lo incomprensible de Pollock, el arte Pop, aquella chica pintada en la bañera y las fotos de Leibovitz.

Eso fue todo, amigos” (That´s all folks), América ya no existe. Todo se ha desvanecido “como lágrimas en la lluvia”: no hay “tierra de los hombres libres”. Nada de lo arriba escrito podría hoy hacerse, verse, cantarse o escribirse.

En el centro de la misión de Trump se encuentra la “teoría del ejecutivo unitario”: el poder ejecutivo está un paso por encima de los otros dos, el legislativo y el judicial (quizá nos suene), que no tienen derecho a limitarlo. Los estadounidenses pagarán el precio, en términos de pérdida de servicios y empleos, pero éste es precisamente el objetivo: hacer que el país sienta el dolor.

Los generales han sido invitados a usar las ciudades como campos de entrenamiento, las fuerzas de aduanas expulsan a ciudadanos americanos o con residencia legal sin preguntar. El mercado de empleo se desploma (dos millones de emigrantes deportados), el producto bruto retrocede, los precios crecen. La agricultura está en quiebra. Trump conseguirá hacer a China más grande, de nuevo.

Los periodistas son expulsados del Pentágono; sus programas son cancelados en cadenas privadas. Los rivales políticos son procesados. A los congresistas no se les toma juramento: hay que impedir superar las firmas que permiten hacer públicos los archivos del pederasta Epstein.

Los políticos hacen negocios o reciben sobornos, a Trump le dan 400 millones de dólares los cataríes, su yerno hace negocio con los árabes, sobre doscientas mil tumbas palestinas, y Catar puede hacer una base en Estados Unidos, grupos republicanos alaban a Hitler y llaman a las cámaras de gas.

Se escribe “shutdown”. El Congreso fue incapaz de generar la financiación del “gasto discrecional”. Cuando esto ocurre, se desencadena un bloqueo progresivo de las actividades del Estado federal. Esto ocurrió a las 00:10 del 30 de septiembre. La mayoría no sirvió a los republicanos, la oposición usó su poder de veto.

La principal razón del desafío radica en que, para financiar los recortes de impuestos incluidos en la “Gran Ley Hermosa” firmada por Trump el 4 de julio, el Partido Republicano está cancelando subsidios ofrecidos a los ciudadanos para las pólizas de la reforma sanitaria impulsada por Barack Obama y recortando otros elementos de la asistencia pública. Cuatro millones de estadounidenses perderán su seguro a partir de principios del próximo año y 20 millones verán un aumento en los precios de los seguros.

A Donald le parece que el cierre también es hermoso. “El cierre nos permitirá eliminar muchos empleos y programas que los demócratas aprecian”, por ejemplo, cancelando la financiación del nuevo metro de Nueva York, negando la atención sanitaria los inmigrantes ilegales que reconoce la ley. 750.000 empleados públicos corren el riesgo de ser suspendidos.

El “tecnocesarismo” es el modelo político de Trump. Lo tecno son los oligarcas de la hinchada burbuja tecnológica. Él es el nuevo Cesar, el Rey en carroza dorada. La América que ustedes conocieron ya no existe.

Nevermore, nunca más, escribió Poe. “La respuesta está en el viento”, cantaron Dylan y Baez. “No Kings in América”.

 

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