Davos y la depresión de las élites globales

Estimados y estimadas liberales, el fin del mundo se debe parecer mucho a esto: aparcan su jet privado en la Montaña Mágica y descubren que sin nieve no se esquía. No hay rusos, así que no hay fiestas con vodka hasta el amanecer en la Casa de Rusia. No hay chinos, luego no hay negocio.

Salen a la calle y descubren con pavor que una parte de los suyos se han unido a las habituales manifestaciones ante el círculo de acero: piden a los gobiernos que les suban los impuestos, porque pagan poco, aseguran los superricos. Total, ya son mayores para ir en yate, eso es cosa de eméritos.

No está Trump, tampoco Biden, ni Gates ni esa muchachada tecnológica tan creativa, que no piden pagar impuestos, porque ellos lo valen. Este año, en Davos, el famoso es el jefe de los soldados (OTAN) que, muy en serio, afirma: olviden el libre comercio, lo que importa es la seguridad y la libertad.

¡Vaya por Dios, lo que decían los más radicales cuando Davos era la reunión de los profetas de la globalización! Pero ni siquiera ha venido Greta a reñir a nadie. Está Sánchez, pero también habla de soldados y guerra, como no hay nieve no puede darse un paseíto llamando a Guaidó, el efímero, como la última vez, ni darse un paseíto con Biden.

Sí están las señoras europeas que nos importan: Von der Leyen y Lagarde que sostienen que o compramos juntos en plan comuna o lo del dinero y los precios se va a poner fatal.

Está, también, mi apreciada amiga Gita Gopinath, del FMI, que dice que sí, que suban los salarios sin inflación, que ya pagan las empresas. No sé de qué empresas habla, un día de estos se lo pregunto.

Les da la razón la ministra de energía española que, de paso, anuncia que, bueno, el ahorro energético igual no es tan importante como el gobierno creía.

También está Soros que desde que dejó de ser especulador financia profetas y ha pronunciado la suya propia: vamos camino de la tercera guerra mundial, contagiando de depresión a los asistentes.

O sea, Davos 23 certifica la depresión de las élites globales y, quizá, su decrecimiento vegetativo, los muy ricos son más ricos, pero se reducen las fortunas de ésas que van pidiendo que les suban impuestos. Una depresión que se traslada a los mercados, al de energía, pero ahora alarma el mercado de la alimentación, cosa de la que deberíamos hablar más.

Klaus Schwab, que organizó el primer Davos, en 1971, y es presidente ejecutivo del WEF, la entidad organizadora, ha puesto cara de valiente ante las ausencias de los peces gordos mundiales.

Esta era la primera reunión anual que reúne a los líderes mundiales en esta nueva situación caracterizada por un mundo que recupera bloques como resultado de la pandemia y la guerra,

Davos siempre se ha dedicado a la globalización y durante mucho tiempo ha estado interesado en utilizar el foro para abordar problemas comunes como el calentamiento global y la desigualdad.

Pero, ¿cómo hará frente a un mundo fragmentado donde la globalización está en retirada? Vladimir Putin fue el orador principal en el Davos virtual del año pasado. El presidente de China, Xi Jinping, pronunció un discurso a favor de la globalización en Davos hace cinco años. Es poco probable que pronunciara el mismo discurso hoy.

Una combinación de pandemia y Putin ha acelerado una tendencia ya existente hacia la desglobalización y ese proceso, en lugar de los manifestantes fuera del anillo de acero, plantea la mayor amenaza para el futuro de Davos.

La reunión ha dejado de ser relevante. Se ha vuelto ridículo. Tenemos ejecutivos que vuelan a Suiza en aviones privados y luego se comprometen a plantar millones de árboles como compensación de carbono. Será necesario plantar menos árboles este año.

La depresión de las élites puede tener una consecuencia que no es indeseable: el retorno de las instituciones políticas al frente de los asuntos.

 

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