El 20 de noviembre, hace 50 años, había miedo, silencio y dictadura: faltaban 591 muertos para la libertad

Mi madre me lo susurró al amanecer. Al desayuno no sugirió, ordenó: ¡a comer aquí! ¿Qué hago con los “papeles”? Lo adecuado era mi silencio, en ambos casos. Bajé a la calle, discretamente fumé un purito. Caminé por el Paseo de la Independencia (entonces, Avenida José Antonio) subiendo hacia el campus. Miedo y silencio en la calle. Frío, niebla, polvo… más silencio.

En el campus solo había media docena del Movimiento Comunista (MC) buscando la gloria póstuma y cincuenta policías por persona reunida (al día siguiente supimos que fueron cuatro detenidos). No encontré a nadie del PSOE, tardé año y medio en conocer a alguien del PSOE. Los socialistas aragoneses antifranquistas militaban en el PSA.

Me encontré con mi pandilla (un cuarteto sospechosamente habitual); nos encontramos con el profesor de “Micro” (el muy grande Enrique Oliver). Hicimos un café largo en San Francisco, soñamos brillantes e improbables futuros. Cerraron la cafetería. Hicimos el vermú en casa del profesor.

Volví a comer. El miedo llenaba las avenidas; el silencio de plomo caía en el mediodía. Vacío absoluto, solo unas furgonetas de los grises bastante inútiles: no había nadie. Una pandemia de pánico democrático invadió a todo el mundo: la gente, se autoconfinó.

Llegué a comer. Sospechosamente, los “papeles” ya no estaban. Se ha escrito poco sobre la utilidad de las madres en las dictaduras. El telediario daba cuenta de las últimas disposiciones, todo estaba atado y bien atado, y de las lágrimas de Arias Navarro, “el carnicerito de Málaga”, anunciando la muerte de Franco cada cinco minutos. Nunca nadie se ha muerto tantas veces. Hace 50 años, nos recordaban, había una dictadura a la que llamaron Régimen. (Entiendan por qué les gusta a los que les molesta la Constitución llamarla Régimen).

¿Qué podría celebrar un chaval de, entonces, 19 años de aquel día? Éste es un país que no puede celebrar su historia, es colonialismo, dice el wokismo realmente existente. Es un país que no puede celebrar la primera Constitución democrática de su historia; es una traición, dice la izquierda de verdad verdadera. No podemos poner una bandera en un estadio, deben venir los extranjeros a ponerla. Debemos silbar el himno, es signo de opresión, dicen los de la sedición.

Somos una nación sin patria. Nadie se ha apropiado de los símbolos, el socialismo realmente existente y la izquierda de verdad verdadera han renunciado a ellos. La democracia española ha sido privada de cualquier momento fundacional, somos los únicos europeos a los que nos pasa. El máximo líder nos ha convocado a unirnos en torno a un muerto. No hay, al parecer, futuro ni presente que nos una.

¿Qué podría celebrar un chaval de 19 años de aquel día? Poca cosa. Me limitaré a contarle a mi nieto que la ausencia de libertades castiga. Le diré que, además de con libertad, se crece teniendo sueños. Quedaré con él, si la vida me alcanza, para pasarnos por el Congreso, el 6 de diciembre de 2028. 50 años del referéndum constitucional.

Hace cincuenta años teníamos un sueño: la libertad. Teníamos un problema: nos faltaban 519 muertos para ser libres (Sánchez, M. 2018).

En 1975, los únicos demócratas libres eran los que permanecían en el exilio o no habían nacido. El 20 de noviembre de 1975, faltaban dos años y seis meses para las primeras elecciones libres. En 1975 faltaba más de un año para la Ley de la Reforma Política de Suárez, que la oposición consideró insuficiente –absteniéndose en el referéndum- y no consideraba la legalización de los partidos políticos. En 1975 ni el cronista ni sus conmilitones eran libres.

En 1975, los fascistas y la dictadura tenían tiempo de atacar impunemente a demócratas, de ir cargando pistolas para asesinar a los abogados de Atocha año y pico después, las fuerzas de orden público asaltaban sin pudor ni proporción las manifestaciones.

En 1975, nos quedaban los muertos de Montejurra, también el “carnicerito” que presidía el Gobierno, nos quedaban seis asesinados en Vitoria y más de un centenar de heridos. En 1975, el cronista y sus conmilitones no eran libres, fueron enseguida apaleados en el paseo de la Independencia zaragozano (entonces Avenida de José Antonio) reclamábamos libertad, amnistía y Estatuto de Autonomía.

Tienen ganas los actuales próceres de ignorar la dureza de la transición, de reseñar que la libertad se ganó con la muerte del anciano dictador en una cama deponiendo “heces en forma helicoidal”, de reconocer que la Constitución y el llamado régimen del 79 no existieron, porque la libertad se ganó en el Pardo con el marqués de Bordiú haciendo fotos y con la victoria de Pedro Sánchez, al parecer.

Hay ganas, también, de ocultarnos que la democracia costó un enorme sacrificio y que el año que murió Franco nadie garantizaba la libertad. Que los socialistas no estaban con el conjunto de la oposición (Junta Democrática) y que ugetistas y socialistas habían aceptado una democracia sin legalización del PCE, hasta que los fascistas –al parecer cuando todos éramos libres- asesinaron a los abogados de Atocha.

“La libertad es algo que sólo en tus entrañas bate como el relámpago”, escribió Miguel Hernández. Ignoro qué parte de sus entrañas ha elegido Pedro Sánchez para que bata su libertad y convocarnos a celebración en torno a un dictador muerto.

Las mías no eran las testiculares, las entrañas por mí elegidas eran las de todos y todas de la época: las del nudo de miedo en el estómago, la del corazón que te dice lo que hay que hacer, la de la memoria de los que, sí, en 1975, estaban en las cárceles y ahí siguieron casi dos años.

Un miedo que duro hasta el 83, por lo menos (no hablaré hoy de Reinosa, compañeros socialistas). En los 80 secuestraron y mataron los fascistas a Yolanda, que protestaba, como muchos hacíamos en la calle, por el asesinato policial de otro estudiante en aquellas fechas. En los 80 vivimos amenazados por los terroristas y los ruidos de sables. No; no llegó la libertad en 1975, lo diga Agamenón y el consejo de porqueros.

Del 20 de noviembre de 1975, solo puede recordarse el miedo, el silencio, la dictadura. El 20 de noviembre de hace cincuenta años nos faltaban 591 muertos para la libertad.

 

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