Francisco Nieva, libertario y transgresor

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Iconoclasta, irredento, bohemio, transgresor… Francisco Nieva ha sido el torbellino que aportó al teatro español el postmodernismo de la innovación, el surrealismo de la provocación en sus más extremas variantes: espectáculo, ingenio, parodia, sexo, esperpento, religión y hasta la cultura popular.

El ingenio de este valdepeñero universal, que conoció el postismo de los 40 y la vanguardia parisina del Centre Nacional de la Recherche, parecía no tener límites cuando en los estertores del franquismo retornó al gran ruedo nacional precipitando su aprendizaje europeo que lo ha marcado hasta el final.

Escenógrafo, dibujante, ilustrador, autor, director y hasta maestro de discípulos, concatenó una actividad intensa que llegó a parir multitud de obras y géneros. El combate de Opalos y Tasia (1953), Nosferatu (1961), El fandango asombroso (1961), Pelo de tormenta (1962), La carroza de plomo candente (1971), Coronada y el toro (1973), El buscón (1975) o La paz (1977) forman parte ya de un Teatro furioso, o de la farsa y la calamidad como reacción vitalista e imaginativa ante “la mediocridad del arte de las clases medias de la posguerra”. Un lenguaje retador junto su pulcra escenografía barroca, dieron como resultado toda una serie de originalísimas representaciones al más puro estilo valleinclanesco.

De la España negra a las falsas grandezas

“El arte no es cosa seria, es un ensueño sin límites, siempre en plena revolución“, repetía este soñador neo-vanguardista a quien tras la censura le llegaron casi todos los premios (Polignac, de la Crítica, Nacional, Cavia, Álvarez Quintero, Max, Príncipe de Asturias mas el reconocimiento de la Academia Española).

Su teatro inicial, las reóperas, el teatro de crónica y estampa, de la brevedad, las versiones libres… son el compendio de una vida dedicada a la creación en la que se incluyen títulos ingeniosos y contenidas reflexiones sobre la España negra, el autoritarismo, el casticismo, la España pueblerina o las falsas grandezas. Su novísimo teatro e incansable vitalidad se atrevió con todo. Hasta con las adaptaciones de los clásicos: Aristófanes, Cervantes, Tirant lo Blanc, Galdós, Moreto, el Duque de Rivas.

Uno de sus alumnos y discípulo, el reconocido director y autor Juan Carlos Pérez de la Fuente, asegura que el corpus dramatúrgico de Paco Nieva bebía del Teatro del Siglo de Oro y de las vanguardias. “Pelo de tormenta, fue la obra más prohibida del franquismo, imposible de estrenar en aquella época, y significó mi pasaporte hacia el teatro público. Tenía claro que era necesario que epatara, que llamase la atención y que se convirtiera en un banderín de enganche. Todo el Teatro María Guerrero fue una plaza pública, un espacio único, una locura llena de cordura, como era Paco”, recuerda el exdirector del Centro Dramático Nacional desde el mismo escenario que acaba de despedir, de manera discreta aunque sincera y absolutamente reconocida, a otro genio manchego de la creación.

Inventor de textos y decorados

El cosmopolita e inventor de textos, figurines y decorados no ha querido dejarnos sin su postrer epitafio a modo de aguijón en sus habituales reflexiones de prensa:

“Érase una vez -escrito en La razón- sirve de título a su póstuma colaboración en la que aguijonea con estupor cómo se extiende por doquier la peligrosa cultura de la superchería. Y no sólo en internet o las televisiones, también en las librerías y otros templos del saber, donde abundan libros de autoayuda y pseudociencias varias, con sus frases milagrosas, capaces de sanar cualquier mal del cuerpo o del espíritu”.

Érase una vez que se era

“Érase una vez que se era, una especie de bicho raro, una suerte de curandero místico, un iluminado y un príncipe al que llamaban el santo Custodio en aquel pueblecito de Córdoba”.

[Francisco Nieva falleció el 10 de noviembre de 2016, a los 91 años de edad]

 

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