Isabel II pide calma tras el Brexit

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Un personaje tan anacrónico como indolente, Isabel II de Inglaterra, acaba de pedir calma a sus súbditos tras la monumental grieta abierta en su reino, que ella misma contribuyó a resquebrajar (“díganme solo tres razones para permanecer en la UE”, ¿se acuerdan?).

La representante de la monarquía más cara del continente -50 millones de euros al año, incluido el medio millón para bebidas alcohólicas- ha descubierto, por fin, los fantasmas destapados tras el brexit que terminaran ensombreciendo su reinado: clasismo, xenofobia, racismo, venganzas, desigualdad y, sobre todo, un país dividido y abierto en canal.

“Vuestro error es nuestro futuro, parad esta locura”, recriminaban las pancartas de los 50.000 manifestantes londinenses partidarios de permanecer en Europa a los eurófobos, a quienes la reina nonagenaria solo ha acertado a pedir tranquilidad ante “un mundo cada vez más complejo y exigente”.

Sociedad dispar

La nueva Tahtcher británica, Theresa May, candidata conservadora a suceder al difunto Cameron, ha reconocido sin ambages la sordidez de un país que se ha ido pudriendo por su arrogancia, megalomanía y la profunda brecha abierta de una sociedad más que dispar: “Si hoy naces en un hogar pobre en Reino unido, morirás una media de nueve años antes que los demás. Si eres negro, la justicia criminal te tratará con más dureza que si eres blanco. Si eres un chaval blanco de clase trabajadora, tendrás menos posibilidades que ningún otro de ir a la universidad”, afirmaba en su discurso de presentación.

La pregunta es si tan preocupante realidad ha sido consecuencia de la opresión de una Europa a la que Gran Bretaña decidió vincularse de manera libre y entusiasta 40 atrás, o más bien culpa de unos políticos arrogantes que durante años han ido hundiendo lentamente tan anquilosada sociedad hasta hacerla incapaz de reaccionar. Que se sepa, ninguna autoridad comunitaria llegó a interferir desde 1973 en la sanidad, educación, inversiones, la manera de tomar el té o incluso en la propia integridad territorial del RU al que, dicho sea de paso, el general De Gaulle sí llego a vetar de manera obstinada hasta su muerte.

Fue el propio Reino Unido el que después del Tratado de Maastrich exigió una cláusula de exención “opt-out” que le permitió desvincularse de la Unión Económica y Monetaria (UEM) y del euro, evitar también el espacio Schengen de circulación de personas, y rechazar además la disciplina fiscal con planteamientos euroescépticos.

Los partidarios del Brexit repiten en la calle que desconfían de “los políticos de carrera”, de una élite gobernante que sienten que les ignora y que habita un mundo globalizado al que saben que difícilmente pertenecerán. Que mientras en Westminster toman té con pastas, sus salarios caen y la competencia con la llegada de los trabajadores de fuera crece.

¡Vete de aquí!

Hoy, tan solo el 15% los habitantes del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte se sienten “europeos”, frente al 64% que se consideran estrictamente “británicos”. Según el Eurobarómetro, el 60% de los británicos se considera “clase trabajadora”. La encuesta indica además que aumenta la percepción de que la sociedad británica cada vez está más dividida socialmente.

Un estudio de la Universidad de Oxford, concluye que “eludir a toda costa la intrusión y la imposición” es parte del carácter inglés. Lo que no refleja sin embargo es el brote de odio, rencor y xenofobia que muchos ciudadanos de a pie expresan airados contra turcos, portugueses, polacos, españoles y demás ‘rivales’ europeos.

La ira se ha desatado incluso contra compatriotas de segunda y tercera generación procedentes de Asia a los que, sus no tan amistosos vecinos, han comenzado a insultar en la calle con frases como esta: ‘Chino de mierda, ¡vete de aquí!’

Humor, moderación e hipocresía

En su libro Los Ingleses: ¿son humanos?, el holandés G. J. Renier asegura que el humor es uno de los tres reflejos básicos del carácter británico, junto a la moderación y la hipocresía con los que los ingleses combaten su “enfermedad social congénita”. A saber: una combinación de autismo y agorafobia, de malestar e incompetencia en las situaciones sociales para tener una relación directa y franca con otros seres humanos.

La antropóloga Kate Fox pone sobre la mesa las “peculiaridades de la conducta inglesa” que pueden descifrar la incomprendida relación de vecindad que han tenido con sus hasta ahora 27 vecinos de la Unión. “Intentamos ser siempre corteses, y no antipáticos, pero hemos perfeccionado lo que los sociolingüistas llaman cortesía negativa. Los británicos juzgamos a los demás desde nuestra óptica, pensamos que todo el mundo comparte nuestro deseo patológico de privacidad, vamos a lo nuestro y cortésmente ignoramos a los otros”.

Bernard Shaw (1), el célebre dramaturgo y activista irlandés que exasperaba a sus vecinos isleños y en especial a Winston Churchill, sentenció 80 años atrás: “Inglaterra, si es que Inglaterra piensa, solo piensa en Inglaterra”.

 

(1) El premio nobel de Literatura llego a provocar al primer ministro británico tras invitarle al estreno de su última obra con este comentario: Le remito estas dos invitaciones para que acuda, si encuentra alguien que le quiera acompañar. Un Churchill más que mordaz le respondió: Estaré encantado de asistir la próxima semana, si la función todavía permanece en cartel.

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