El 12 de marzo de 1921, tras el asesinato -tres días antes- del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, juró en España un nuevo gobierno, de matiz también moderado, presidido por Manuel Allendesalazar. Este nuevo gobierno conservador tuvo que enfrentarse, entre otras muchas cosas, a la polémica levantada por el discurso del rey Alfonso XIII, pronunciado el 23 de mayo de 1921 en el Casino de la Amistad de Córdoba, ante los grandes propietarios de la provincia y las autoridades de la capital.
Al rey Alfonso XIII aún le quedaban dos años para decidirse a que el general Miguel Primo de Rivera tapara con su dictadura la corrupción política, militar y de la propia Corona ocurrida con los pertrechos militares españoles durante el desastre de la guerra de Melilla. Es decir, que España era entonces tan corrupta como lo había sido antes y como lo sería desde entonces hasta nuestros días -inclusive-.
Pero en aquel momento, tapando vergüenzas propias, el rey desnudó -acertadamente, a mi juicio- las vergüenzas ajenas, dejando en la miseria moral a gran parte de la clase política de aquel entonces, aunque sin tocar, claro está, a los militares.
En su discurso en Córdoba, el rey entró directamente en materia y habló de la ineptitud y de la incapacidad de los políticos de la época para lograr acuerdos que sacaran adelante a España -y a los españoles, que es lo que realmente importa-.
Ante los empresarios, el rey habló sin tapujos, no sólo de los ineptos políticos y militares que ya entonces nos gobernaban, sino también de las corruptelas que entre ellos se traían para sus espurios intereses.
No obstante lo atinado del fondo de la intervención del rey, es ciertamente curioso que fuera precisamente Alfonso XIII el que tocara con su dedo el punto sensible del politiqueo español de todos los tiempos, la corrupción, dado que el monarca no saldría luego muy bien parado de las conclusiones del Expediente Picasso, en relación a los hechos acontecidos en la Comandancia General de Melilla en julio y agosto de 1921: el llamado Desastre de Annual y el abandono de las posiciones españolas. Y aún saldría mucho menos bien librado de los resultados posteriores de la conocida como comisión “de los 19” o Comisión Berenguer.
Pero, en fin, no obstante lo dicho, transcribo el texto de la conferencia del rey, que casi, casi, nos lo podríamos aplicar hoy a nosotros mismos. O más, bien, a nuestros ilustrados y nunca letrados políticos.
“El rey -dijo Alfonso XIII- no puede hacer más sino firmar proyectos que vayan al Parlamento. Pero es muy duro, señores, que no pueda prosperar lo que interesa a todos por maquinaciones y mezquindades políticas y ocurren casos tristes de esta naturaleza. Presenta un proyecto mi Gobierno, lo combaten y se hace una crisis y, como consecuencia, cae el Gobierno. Se forma uno nuevo y tampoco puede sacar nada adelante porque los mismos que cayeron se convierten entonces en oposición de su propio proyecto. Porque ¡cómo habían de ayudar a aquellos mismos que le habían matado!
“Algunos dirán que me estoy saliendo de mis deberes constitucionales, pero llevo diecinueve años de Rey constitucional y me he jugado la vida muchas veces para que me vengan ahora a coger en una falta constitucional. Yo creo que las provincias deben comenzar un movimiento de apoyo a vuestro Rey y a los proyectos beneficiosos, y entonces el Parlamento se acordará de que es mandatario del pueblo, pues no otra cosa significa el voto que le dais en las urnas. Entonces la firma del Rey será una ejecutoria y una garantía de que harán proyectos beneficiosos para España”.
¿Les recuerda a algo? Obvien eso de que “las provincias deben comenzar un movimiento de apoyo a vuestro Rey” y quédense con el resto. Porque esto se decía ya en 1921. Hace cien años. Tiene bemoles la cosa.