La virtud de irse a tiempo

Es factible que un Gigolo se presentara hoy en bermudas y con chanclas, con una camisa con mangas arremangadas, con botones abiertos, rematada por un chaleco. Probablemente, trabajaría oficialmente en algún programa de las mañanas de la televisión, hasta que se hiciera hora de ejercer. Era tiempo de irse, ha debido pensar Armani.

Sí; he oído que un imputado afirma amar la verdad y la justicia. Da para risas y crónica, pero como ya saben lo que opino del tal señor, no diré nada. También he sabido que resulta que la deuda condonada no puede usarse para gasto público, como afirmaban los trileros. Dice el borrador de Real Decreto, lo que aquí también se dijo, que hay que respetar la regla de gasto.

Giorgo Arrmani ha decidido irse, tenía 91 años. Ha vivido y creado intensa y sobradamente, pero teniendo noticia de su vida y sus devociones, no me extrañaría que su espíritu hubiera decidido marcharse. Destrozadas, realmente, dos de sus pasiones –la moda y el cine- y en trance de riesgo la tercera -música- quizá sea un buen momento para irse.

Suele ponderarse mucho el efecto de las guerras y las depresiones sobre la moda. En mi opinión es una tesis exagerada: no desapareció el corsé de las señoras por la primera guerra mundial, fue porque las mujeres estaban hasta el mismísimo. Tampoco creo que la minifalda tuviera que ver con la guerra fría, sino con la revolución hippie. Armani (que empezó en los 70) reina en los felices 80 y 90 no por el final de la guerra fría, sino porque los usuarios deseaban menos rigidez.

Esta tesis puede contradecirse con una crisis reciente: la pandemia ha supuesto el fin del gusto y el éxito de la informalidad: el chándal de la Juani y otros (dicho en masculino) ha triunfado. Tras décadas de intentos, la ropa de andar por casa, desde el pijama al pantalón corto, ha vencido: eso sí, a causa de un virus. Todo origen resulta determinante: cualquier día desaparecerá, si los antivacunas no ganan.

El futuro no será de moda sostenible o responsable, como nos prometieron. Ni grandes almacenes, ni boutiques, ni tiendas de barrio se llenarán de moda ética. El paralelo a la “fast food” (comida rápida, basura) será la “fast fashion”, la moda basura, puro plástico que se incendia con un planchado y que usted puede comprar en Shein o Temu.

Decía Armani, más o menos, que la elegancia, el buen gusto, es memoria. Ustedes habrán visto American Gigolo (1980, aparición al estrellato de Richard Gere, vestido por Armani). Recordarán el momento en que sobre una cama, Gere planta sus camisas y selecciona una corbata. El hecho en sí, no es la marca de la camisa o si la corbata debe o no usarse. El hecho es el extremado cuidado con el que se piensa una apariencia.

Nunca he vestido un Armani, no lo digo para presumir, al contrario. Ocurre que, cuando tuve dinero para salir de Cortefiel, me había enamorado de la moda gallega y la movida viguesa. Pero había un vínculo entre Armani y la ropa gallega: no era obligatorio ir al gimnasio a ponerse musculitos, una ropa desestructurada, podía valer. Ésa es una de las innovaciones que la moda le debe a Giorgo Armani.

Inventó dos cambios culturales que están en trance de desaparecer: el culto al gimnasio era cosa de cada cual, pero no exigía la vigorexia, y la moda masculina podía liberarse, también, de restricciones. Mi madre y los grandes almacenes se empeñaban en telas rígidas, entretelas, rellenos y costuras: Armani acabó con las armaduras.

Probablemente, sí, era un hijo de la guerra. Contaba que su madre renunció a su ropa para que, en plena II Guerra Mundial, sus hijos vistieran con la sobria elegancia que caracteriza al norte de Italia. Una de las cosas que más sorprende en Cinema Paraíso (1980, Tornatore), por ejemplo, es la naturalidad y la limpieza con la que visten los niños. Quizá por eso (y por su tercera gran pasión, la música) Giorgio Armani incluyó en su producción sobre películas para el cine el tema de Morricone (“Tema del amore”).

Bien, hoy el gigolo no elegiría corbatas ni camisas, quizá el color de las chanclas que hace juego con el fondo del tiktok, cantaría un reguetón, con el tono de Sergio Ramos, mientras busca en internet unos pantalones extralargos con culo bajo. El sumun de la nueva elegancia y la normalidad.

Seguirán, como en tiempos de Armani, habiendo toda clase de tribus urbanas. Pero la moda es como las monedas: la moneda falsa contamina a las buenas. Espero que mis nietos y nietas busquen algún manual del buen gusto -sea cual sea la tribu que elijan-. Quizá esta navidad les regale algún libro sobre Armani, allí donde dice que la elegancia es que te recuerden, la memoria.

Alguien habrá, digo yo, que coja la bandera de un buen gusto estoico y sobrio. Un día de estos me paso a ver a Paco Cecilio: nunca me ofrecerá unas bermudas. O quizá tuviera razón Giorgo y ya es tiempo de marcharse. Mientras, me atrevo a sugerir a los que salen en la tele pública española que las “pulseras rojas” no pegan con los maquillajes tétricos.

 

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