Profetas del apocalipsis es lo que llama el gobierno a quienes anuncian grandes males a nuestra economía. Hay que tener en cuenta que todo va bien, como se sabe el empleo va como un tiro, hacia abajo; el crecimiento anda en términos del uno por ciento, también para abajo, y los precios de los alimentos disparados hacia arriba.
Pero todo cambiará, no les quepa duda, y ríos de leche y miel brotarán de La Moncloa e inundarán nuestros hogares.
Pero hay cosas que no tienen buena pinta, señales inequívocas de la cercanía del apocalipsis que no están siendo consideradas por los próceres patrios, ni ellos ni ellas.
Se ha levantado el primero de los sellos de los que hablara San Juan: no hay monjes trapenses para elaborar cerveza, anuncia la eficaz orden monástica. Comprenderán que medidas drásticas deben ser tomadas. El ministro de consumo, que cerveza consume e incluso pacta acuerdos brindando con botellines, como es conocido, debe tomar cartas inmediatas en el asunto.
En inmediato acuerdo con la ministra de trabajo, monjes trapenses deben ser contratados en cualquier lugar del mundo y pagados convenientemente, mediante impuesto al Vaticano si preciso fuera (con un IBI podríamos pagar un montón de monjes): necesitamos monjes que fabriquen la cerveza trapense, en riesgo de desaparecer de nuestro mercado.
Pero no sólo es esto. Se ha abierto el séptimo sello y se hizo en el cielo silencio: señoras, señores, estimados y estimadas, el ángel correspondiente hizo sonar su trompeta y anuncio el drama definitivo: no hay bellota para tanto puerco.
El desafortunado cambio climático ha reducido drásticamente la cantidad de bellota ibérica. Como consecuencia, el engorde del puerco será menos del necesario y dentro de cuatro años, el jamón no sólo será escaso sino carísimo.
Esto es el apocalipsis y los demás son tonterías. Para colmo, algunos listísimos organizadores del agro, entre los que se encuentra probablemente el cuerpo diplomático español, aseguran que el problema puede resolverse importando bellotas marroquíes.
Miren por donde, hemos sido afortunados con la ausencia del rey de Marruecos de las reuniones por Sánchez convocadas. Si llega a estar Mohamed VI nos coloca bellotas marroquíes, como nos colocó la bandera en el Sahara.
Señoras y señores, les convoco inmediatamente a una acción patriótica en defensa de nuestras bellotas.
¿Quién osa comparar nuestras dehesas extremeñas con la encina, el alcornoque o el quejico marroquí, cuyo sabor nunca fue probado por cochino árabe alguno?
¿Acaso se pretende que nuestro afamado puerco sepa a cordero? ¿Acaso se quiere que la paletilla que adorna nuestras mejores tapas sea insabora, estrecha y de color parduzco, como si fuera una pieza de “nouvelle cuisine” de esas?
No, señoras y señores, no. Debemos convocar a Pedro Sanchez y a Ione Belarra a reunión urgente. No hace falta que escriban ningún papel ni norma, que la lían. No; solo deben considerar lo que es evidente.
En realidad, con más de cinco mil años de historia, el tocino ha gozado de mala fama siempre, a causa de su carácter proletario. La caza era actividad reservada a clases privilegiadas; el ganado vacuno se utilizaba para las labores del campo; ovejas y cabras no se crían en todas partes.
España dio a este noble bicho su momento de gloria: el siglo de oro español. Por entonces, ‘tocino’ era sinónimo de ‘cerdo’. Y era algo más importante: una patente de cristiano viejo. En efecto, en aquellos tiempos, comer tocino en público era una forma muy convincente, además de sabrosa, de acreditar esa condición y evitarse muy incómodos problemas con el Santo Oficio.
¿Acaso van a ignorar Ione Bellarra y Pedro Sánchez al más proletario de nuestros animales mientras protegen pijas especies? Pongámosle un impuesto a alguien -si es que queda alguien sin impuesto-, un impuesto a los que no comen jamón por un poner, o pidamos inmediata ayuda europea: necesitamos bellotas.
Podemos pasar por todo, menos porque se nos prive de una ley que diga que sólo la bellota es bellota; solo el jamón es jamón. Leyes que las togas fachas aceptarán, pues fachas son.
Corran amigas y amigos a la taberna, pidan ración de jamón, el séptimo sello ha sido abierto, el cielo ha guardado silencio y el jamón ibérico y la cerveza trapense se acaban. Los trapenses y las bellotas anuncian el apocalipsis.