Tras la difusión del artículo de la pasada semana «Las mujeres pierden» he recibido un aluvión de mensajes y noticias sobre «incidentes» en el que mujeres que residen en España han sido agredidas, insultadas y hasta golpeadas por ciudadanos musulmanes fanáticos (no todos los musulmanes, solo los fanáticos). Sorprende que solo en uno de los 24 hechos que me han contado con más detalle se produjera denuncia, y no en el más grave (intento de violación a una abogada en un despacho profesional), sino por una bofetada recibida por una menor que paseaba con minifalda y ‘ofendió’ al fanático con chilaba y gorro que regentaba un comercio, y que se sintió «atacado» en su religión por la menor y su escasa falda que sin duda era un gran insulto a su Dios.
Expondré uno de esos casos, el que puede parecer menos violento para la mujer, pero que lleva una carga brutal de ataque a su libertad, que parece que las leyes y la sociedad no tienen en consideración.
Una señora de 35 años entonces (2012), casada, dos hijo/as, pelo largo rubio, caminaba por una calle en el barrio de la Cartuja, en Granada, hacia su lugar de trabajo sobre las nueve de la mañana, absorta mirando su móvil, cuando al pasar por delante de un grupo de fanáticos que estaban a escasos metros del centro de oración de la zona allí existente (en los bajos del comercio Supersol), notó que uno de ellos le sujetaba por el pelo; no es que la retuviera, sino que hizo un gesto de acariciarlo provocando que se enredaran los dedos en el cabello ensortijado mientras los otros se reían. La mujer tuvo un ataque de miedo y gritó, pidió que la dejaran marchar al sentirse (quizás fruto del miedo) rodeada por varios fanáticos, pidió que no volvieran a tocarla pero parecían disfrutar con el miedo que provocaban en la señora.
Frente al lugar donde ocurrieron los hechos, aledaños del centro de oración antes descrito, había una obra y cinco personas que allí trabajaban en labores de albañilería, al oír los gritos de la señora y ver la escena, dejaron sus tareas y acudieron a reprochar a los fanáticos su comportamiento, a la vez que aconsejaban a la señora que se marchara del lugar (lo que hizo corriendo), iniciándose una discusión que derivó en golpes entre unos y otros.
Cerca de dicha zona existe un cuartel de la Guardia Civil, pasando por allí un coche de recorrido que intervino en la riña. La señora fue localizada con posterioridad en su lugar de trabajo pero decidió no formular denuncia porque los mismos guardias civiles le indicaron que en todo caso sería un juicio de faltas, una rutina burocrática si llegaba a ello que le ocasionaría muchas molestias para nada.
Este incidente que puede parecer de pequeña importancia supone que desde ese día esta trabajadora no aparque en los aledaños de su trabajo y del local de oración, y que no pase nunca sola por esa calle donde fue agredida cuando debe cruzarla para ir a recoger su coche, dando un rodeo por calles adyacentes o siendo siempre acompañada por algún compañero del trabajo. Esta señora que durante meses sintió fobia a pasar por esa calle sigue teniendo miedo hoy y no pasará nunca sola por esa zona de su ciudad a raíz de ese incidente.
Queda claro que no se trata de criminalizar a todos los musulmanes pero aquí cabe exigirles a los decentes, por distinguirlos de los fanáticos, que NO callen ante esas agresiones; porque el agresor es el directo responsable, los que le rieron la gracia cómplices, y los que miraron hacia otro lado y no hicieron nada ignorando el ataque de pánico de la señora son cómplices por omisión de que estos actos se produzcan, actos que como tienen escaso o ningún reproche legal quedan impunes, pero que objetivamente afectan a la libertad de las mujeres.
Quizás por eso no están convenientemente tipificados, porque se cometen solo contra mujeres y eso en esta sociedad tiene poca o ninguna importancia. Esta señora dice que le da miedo cómo la miran los grupos concentrados en los aledaños del lugar de oración, y cualquiera que haya vivido en barrios pobres, donde hay concentración de hombres que profesan esa religión, puede llegar a reconocer quienes son musulmanes razonables y quienes fanáticos con odio a la mujer; los unos callados y ausentes y los otros actuando con gestos para reprochar que las mujeres en España visten como les da la gana.
Entre los varios comentarios recibidos dos señoras relatan haber recibido escupitajos, uno al cuerpo y otro a los pies, en un barrio turístico con amplia presencia de fanáticos religiosos entre los comerciantes de la zona. No existe herramienta legal suficientemente coercitiva contra estos comportamientos, que sí existen para otros actos tipificados como delitos en el Código Penal, como la homofobia y otros de odio contra determinadas personas, y ahí debería encuadrarse este delito de odio contra las mujeres para combatir a los fanáticos, y aplicable a todos los hombres que lo practiquen con independencia de la religión que profesen.
Las conductas que atenten contra la dignidad o integridad de las mujeres por razones étnicas, religiosas o machistas deben ser tipificadas convenientemente y agravadas sobre el mismo hecho si se produce por circunstancias distintas, y así se conseguiría una protección más eficaz del derecho a no ser increpadas o insultas por razones de fanatismo religioso y se incentivaría que esos hechos fuesen denunciados por las víctimas.
Si fruto de un artículo de opinión respecto a esto he recibido 24 informaciones detalladas y 46 comentarios de personas que me dicen haber vivido o conocer de alguien que ha vivido ‘incidentes’ de este tipo, los poderes del Estado deberían empeñarse desde ya en buscar fórmulas de integración de quienes tienen ‘costumbres’ asociales que no respetan los derechos de las mujeres en este país, debiendo actuarse al mismo tiempo en dos líneas complementarias: formación y represión.
Fijar mecanismos de información y formación para educar a los hombres y hacerles saber que hay pautas de obligado cumplimiento si quieren vivir en esta sociedad (la igualdad de hombres y mujeres la primera), y fijando sanciones y condenas para el caso de ataques a la mujer por el hecho de serlo, una legislación como la de violencia de género pero de violencia contra la mujer fuera del ámbito familiar por razones de etnia, fanatismo religioso o machismo.
Si extrapolamos el número de personas que han podido leer el artículo en cuestión y la recepción de 70 comentarios con ‘incidentes’ a una encuesta nos daría un % escandaloso que obligaría al Gobierno a tomar medidas. No lo ignoren. Piénsenlo porque el problema ya está entre nosotros aunque las principales o exclusivas perjudicadas sean ellas, las mujeres.