Navidad

Como llevan con el cronista más viernes que con el Belén, sabrán que los viernes no hay nada sesudo, como afirma Don Juan Ignacio Ocaña, jefe de la Clicktertulia. Y hoy, además de viernes, es Nochebuena, cosa que multiplicará sin duda la prima navideña que los CEO la radio ofrecen generosamente (a qué no cuela).

Es Navidad. Ya les dije la pasada semana que el espíritu precede a la fecha, pero ya es inevitable: esta noche es Nochebuena, mañana Navidad y pasado…

Pasado, el dios en el que ustedes crean y la cogobernanza dirán. Debiera ser 26, San Esteban, día en que los catalanes se hinchan a canelones de sobras del día anterior. Pero como Aragonés y Sánchez son como son, igual nos ponen a todos a comer canelones, la cogobernanza es la cogobernanza.

La Navidad es cosa útil. Gracias a ella supimos que los romanos eran como el INE, hacían censos. Lo que pasa es que, como pagaban poco, en lugar de enviar funcionarios a los domicilios, los censados y censadas debían ir a la capital de la comarca.

Sabemos, gracias a la Navidad, que allí en Palestina hace frio por la noche, a pesar de que se crea que el desierto es todo calor.

También hemos sabido que el Señor tiene un departamento de ángeles pediatras que anuncian a las vírgenes sus embarazos. Eso sí, acompañados por una sección de música angelical. Que nadie diga que en el cielo no están organizados.

Sabemos que la Navidad ha sido fuente de inspiración cultural. Músicas enteras, obras de teatro, cantatas de todo tipo y villancicos hubieran desaparecido.

Incluso ha sido fuente del nacimiento de un nuevo periodismo.

Qué cronista no hubiera deseado contar que el peine de la señora era de plata fina. Cómo no titular que al padre de la criatura, además de todo lo suyo, unos ratones le han roído los calzones, eso es periodismo de altura y lo demás tonterías.

Pero si algo sabemos es que la Navidad es, naturalmente, tiempo de encuentro y aprecio. Fíjense que hoy no deseo que al chef se le queme el guiso de hoy y que incluso espero que le siente bien a doña Andrea Pita el vino sin alcohol y la tapa de quimoa sobre lecho de trigo sarraceno que pide en esos sitios raritos que visita.

Aceptaré, como hago siempre, los consejos de Silvia García Jerez, pero esta vez sin duda y sin duda me motivaré, con los argumentos de Lara Corrochano para ver los programas que comenta mi apreciado Rubén Lagarejo o la música de Bodoque.

Todo sea por la causa de la paz y del amor, dejaremos que circulen las motos de tres ruedas de las que odia el experto Simón y que algún ciberdelincuente hackee esta crónica, sin vigilancia de Carlos Lillo. Ah, el amor navideño.

Es tiempo de cambiar regalos. Aunque hay una ventaja con esto de la pandemia: el mayor regalo es no tener que entrar en un centro comercial lleno de renos animados.

Es tiempo de intercambiar regalos. Madres, hermanas, padres, parejas, prole: todos y todas desean la llegada de loa reyes magos o Papa Noel, cada cual sabe a quién pedir, es lo que tiene la competencia de mercado.

Nos regalamos unos a otros los placeres del tiempo que compartimos, el fin de semana en casa, noches no atascadas con llamadas telefónicas y compras por Amazón, copas y turrón, sí señor, y guitarras rasgadas, villancicos y municipales pidiendo silencio o controlando el toque de queda, según el origen territorial de cada tribunal.

La tradición de dar regalos en los días oscuros del invierno es mucho más antigua que la historia cristiana.

Los druidas regalaban ramitas de muérdago, para desear a su gente buena suerte para el próximo año. Los romanos daban regalos conocidos como “strenae”, en honor a Strenia, diosa de la salud y el bienestar, de cuya arboleda sagrada se obtuvieron las ramitas de laurel originales que traen suerte.

Inicialmente los obsequios eran ramitas y ramas de árboles sagrados, pero luego se intercambiaron nueces doradas, o incluso monedas o mondadientes. Lo de monedas lo resalto por si alguno de los CEO de la radio se da por aludido. El glamour obligó a sustituir lo de los mondadientes por algo más lleno de sutileza.

En fin, amigos y amigas, enmascarados y enmascaradas, o quizá no, o quizá a ratos, según el humor y decreto de Sánchez tan inescrutable como el romano que inventó el censo de los inocentes palestinos.

Es Navidad y es larga, sean ustedes, embozados o no, felices. Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Una vez más, todos nacemos; riamos, no sea que el lunes nos traigan canelones.

 

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