No pienses en un elefante

Esto va de la política española. Pero sí, debe explicarse el titular: se lo he copiado a George Lakoff. Un afamado lingüista cognitivo. El hombre, del partido demócrata en su ala más libertaria, estaba algo cansado de que su partido perdiera con los republicanos; así que en 2004 publicó ese librito para alertar a los demócratas sobre su comunicación.

No tuvo especial éxito: en los 24 años anteriores al libro, los republicanos gobernaron 16, los demócratas 8. En los 24 que seguirán al libro llegan a empatar a 12 (8 los puso Obama).

Hay dos razones para ello: tras Obama, la radicalización demócrata provocó la desaparición del centro político y nos trajo a Trump. También, el símil sobre el que Lakoff construye su teoría ha desaparecido. La nación es una familia, decía el autor, que puede ser dirigida por un padre estricto (conservador) o un padre protector (demócrata), cada uno tiene su lenguaje, su sentido común y sus valores. Ahora, en USA, la nación no ha votado un padre sino un vaquero fundador del oeste.

En cualquier caso, no vengo a hablar de Lakoff. Todas las referencias al libro serán citas de memoria. El que quiera tener el librito, de recomendable lectura, puede encontrarlo (Lakoff, G. No pienses en un elefante. Editorial Complutense. 2007). Pero merece reflexionarse sobre él, en estos momentos en que, sea como sea, un ciclo político español concluye y, en consecuencia, son relevantes las herramientas que se usen para definir el futuro.

Sostenía el experto que si quieres cambiar la opinión de la gente no puedes usar el lenguaje y el marco mental del adversario. Señalaba: cuando Nixon dijo “no soy un chorizo”, todo el mundo pensó que lo era.

Cuando Almeida, el alcalde de Madrid, dijo que en Palestina “no había genocidio”, todo el mundo pensó que lo era. Se había metido en la trampa lingüística de Sánchez. Es lo que le ocurrió a Sánchez cuando atardeció, sin comer y en plan pálida compañera, a decir que en su partido ya no había chorizos.

Ayuso, que practica el cambio de marco mental, de forma más bien disruptiva y muy hiperbólica, se fue a saludar al equipo de Israel. Los suyos la entendieron perfectamente. Como ya saben lo que opino del fondo del asunto no acepto exabruptos.

Resulta que la política española se ha llenado de maniobras que no persiguen cambiar nuestros marcos mentales, sino distraernos para que no pensemos en el elefante que debiera importarnos. Un relato nuevo al día, aunque en la Moncloa dejaron de usar la cosa cognitiva, desde el modelo del tal Iván hasta el actual modelo hooligan del dimitido Idafe Martín, importador de la francesa “fachosfera”, tan arrepentido que ha borrado su paso por allí en sus perfiles profesionales. Por cierto, Lakoff dice a los progresistas que controlar los medios de comunicación no es suficiente. En esto tampoco le harán caso.

En la Moncloa persiguen el objeto de que no pensemos en el elefante que importa, sino en una manada, en un par de cosas cada día.

Los que se oponen debieran entender la base de la lógica: no jugar el juego del adversario, en su terreno de juego: Palestina es un terreno absurdo. La derecha debería buscar su propio elefante y hacer que los progresistas piensen en él: el elefante que la Moncloa quiere ocultar es la inestabilidad, la moderación, la seguridad política, la identidad colectiva.

Y el que quiere crear la izquierda es el principio que más que izquierda es populista; no es casualidad que Sánchez se disfrace de Melenchon; como él, ha elegido un marco mental al que aferrarse: lo que no sea él, es extrema derecha. Ése es un comodín que no le funcionó a Biden y no le funciona a Sánchez, según las encuestas. Lo que sí le funciona es la distracción y la retórica populista, las calles, la mística del viejo izquierdismo.

El futuro de la política española se jugará en dos terrenos: el fortalecimiento a través de un recuperado centro político (bajando el tono de estridencias) y la visualización social de cómo se resuelve el problema de la inestabilidad, la dependencia de absurdos y desiguales ajustes identitarios.

Hay que recordar que buena parte de la gente, cuando vota, no lo hace especialmente por sus intereses. La seguridad, nuestra identidad colectiva, la confianza son valores relevantes. Es el problema que tenemos los de izquierda que fuimos expulsados a la fachosfera: no creemos que Sánchez nos dé seguridad, incluso sentimos que pone en solfa la equidad en nuestro país o dudamos de su credibilidad (ése es el elefante en el que Pedro no quiere que pensemos).

Ahora bien, la gente puede adoptar en su desesperanza una posición disruptiva. Eso ha pasado en Estados Unidos. Los antisistema ya no son los de izquierda, sino la extrema derecha.

La ecuación se resuelve saliendo del populismo, en la izquierda y entre los conservadores. La conversación no está entre los convencidos o los gritones, eso queda para los conductores de los programas de TVE: la conversación está entre los que consideran que debe pensarse todavía sobre el asunto y que determinarán en buena medida nuestro futuro (eso también lo decía Lakoff).

Entre ellos, están muchos jóvenes, seducidos por la brecha generacional que cruza Europa. Pero no son sus intereses concretos los que les movilizaran necesariamente (¡Oh, cielos, la ministra ha descubierto, cuando acaba la legislatura, que hay un problema de vivienda: qué fue de aquellas doscientas mil viviendas que tenía Pedro en la mano!).

Una y otra cultura -conservadores o progresista-, regeneradora de la voladura constitucional que hemos vivido en ámbitos notables, desde la ética política a la división de poderes, sí requieren acabar la conversación, de políticas centradas y rejuvenecidas. El marco mental en que debemos situarnos es que lo revolucionario no es el desorden, la hipérbole disruptiva, sino el orden, unas reglas seguras del juego. Igual ése es el elefante en el que no quieren que pienses.

Tras el verano no llegó la política, sino el follón. Me apunto, ahíto de tanto ruido callejero, a la muy minoritaria posición de buscar el elefante necesario. No tengo demasiada esperanza, ni siquiera sé si hablar de política merece la pena. Quizá el cronista debe pensar en otras cosas, total ya me han puesto en la fachosfera, qué más me da.

 

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