Putin acosa al balneario: una mala idea

El oligarca ruso ha querido hacerse un Trump y humillar a Europa. Mala cosa. Los coches europeos quizá valieran fastidiar a los productores del vino; pero bombardear una sede de la Unión Europea –no, no es un accidente- es un exceso; una mala idea. Solo vale para incrementar el conflicto y para que los que tienen ganas de más Europa le pongan a Ursula von der Leyen en una nueva tesitura.

Todo empezará por los embajadores, una nota diplomática, algún expulsado y cosas de esas. Pero sospecho que no acabará ahí. Resulta que Europa que, cuando Ucrania fue atacada, tenía un déficit comercial de más de 40 mil millones con Moscú, ha pasado a un superávit de 500 millones. Comercio cerrado. Colas en Moscú, de nuevo. Puestos a comprar gas o petróleo a un oligarca nazi ya se lo compramos a Trump.

Sí; el balneario europeo es lento, burocrático y puede andar despistado. Pero llega un momento en que se pone en marcha.

No siento nada que los bienes incautados a los oligarcas estén en trance de ponerse a la venta, que se redoblen las sanciones y que se vigilen las compras a Rusia de lo que sea. Lo siento por deportistas, artistas, profesionales de la cultura, que se verán encerrados en su país, por la ciudadanía que lo sufrirá, pero no por los nuevos ricos que tendrán que comprar en tiendas en Moscú.

El redoble de la ofensiva rusa es un recordatorio de que lo de la paz no les corre ninguna prisa, lo de convertir en objetivo a la embajada de la Unión Europea es una humillación. Y eso en el balneario se lleva mal. Los asesores de Putin, envalentonados desde Alaska, han calculado mal, si el liderazgo europeo es capaz de responder.

Hay mucho europeo influyente que está esperando que Úrsula cometa un error de pasividad. No, en la Unión no funciona la cosa de cambios súbitos y radicales, pero el runrún que se inició con la cosa de los aranceles se redobla hoy: “Supermario”, Draghi, el último de los aristócratas de la eurocracia, hace discursos cada vez más afilados, armando a los federalistas (“Whatever it takes”, Mario, aquí un amigo).

Putin ha dado un misil a quienes piden más liderazgo; los alemanes lo han percibido y la cosa se pondrá fea. Hoy es un embajador, mañana un yate, pasado un barco de petróleo… se siente, camarada Putin, esta pifia no la arreglan ni Xi Ping ni Kim Jong-un haciéndote la ola. De hecho, China debiera tener cuidado con las amistades de las que presume. Zapatero no es lobby para Bruselas.

Cada vez está más claro que Europa está sola en la defensa de la soberanía de Ucrania y, por ende, de su propia seguridad contra la agresión rusa y no puede contar con mucho apoyo de Estados Unidos.

La sensación es de soledad estratégica en una lucha por el poder global cada vez más dura. Acompañando al presidente ucraniano Zelenski a la Casa Blanca la semana pasada, los líderes europeos dispuestos (España, no) mitigaron parte del daño político causado por el recibimiento de alfombra roja de Trump al presidente ruso en Alaska. Trump ya no amenaza a Moscú, tiene un juguete nuevo: Venezuela.

El grupo que dirige Europa también enfrenta desafíos políticos y económicos a nivel nacional mientras lucha por aumentar el apoyo militar y financiero a Kiev y elaborar un plan creíble de “garantías” de seguridad después de la guerra.

No será fácil mantener los acuerdos sin amplias mayorías en la Unión y en los respectivos países, ésa es la valoración de Putin. Pero acosar al balneario puede ser un acicate. De entrada, ya le han hecho un favor a Merz, criticado por su coalición y resucitando el servicio militar, y puesto de nuevo a Macron y a Sir Keir en el podio.

El endurecimiento del régimen de sanciones y una estrategia renovada para garantizar la seguridad de las fronteras exteriores del bloque europeo son las primeras ideas puestas encima de la mesa. A ver cómo se concretan, no es la primera vez que se amenaza en vano.

Los drones y bombas rusos no han sido una buena idea. Pueden poner a Bruselas en la dirección que a muchos europeos y europeas nos gustaría percibir: ser un actor global.

El euroescepticismo se centra menos en dudas sobre sus valores fundacionales —democracia, paz y libertad— que en su capacidad para defenderlos eficazmente. Lamentablemente, la izquierda destila un suave aroma euroescéptico últimamente. Un ejemplo: a las 12.30 de la mañana el diario Liberation, prescriptor áureo del podemismo francés, aún no había informado del ataque a la sede europea.

Nuevos tiempos, nuevos retos, nuevas políticas. En un mundo donde prevalecen las políticas industriales de gran alcance y el uso de la fuerza militar, Europa no está preparada y el refugio nacionalista no es una respuesta.

La parálisis de balneario es poco compatible con los retos geoestratégicos que se nos presentan. Tan suicida es caminar de Puebla a Pekín, sin pasar por Bruselas, como no hacer nada. La ilusión de que la fortaleza económica de 27 países nos convertía en poder geopolítico se ha desvanecido.

Ahora somos espectadores en Gaza, en el asunto iraní, al que ahora parecen volver los siempre dispuestos (Alemania, Reino Unido y Francia), y, tras la posición de Trump y el ataque de Putin, quizá podamos salir de la posición marginal de las negociaciones de Ucrania. Es el momento de que Úrsula se mueva y demostrar que acosar al balneario es una mala idea.

 

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