Para no mentir, dudo que esta semana haya escrito nada sesudo, aunque la realidad de la vida del turista es suficientemente noticiosa, si se observa con paciencia. Hay otras relaciones de interés, por ejemplo, “libertad, igualdad y fraternidad”, más jacobino que el populismo que se lleva ahora en la izquierda. Aunque me gusta más lo de “Vino, mujeres y canciones”, que debemos a Johann Strauss (hijo). Pueden poner “hombres” si le place, antes de que una falange “woke” suspenda el Concierto de Año Nuevo en Viena. Johan, al parecer, por el título de la canción, era del heteropatriarcado.
Tendremos que pedir consejo a nuestro musicólogo de cabecera que se manifiesta los viernes con sus “pinceladas clásicas”, Antonio Daganzo. Imagino que, como además de la música, nada humano le es ajeno, lo de “vino, mujeres y canciones” no va a molestarle. 200 años de Johan es mucha resistencia, para caer a las primeras de cambio ante alguna diputada de la falange “woke”.
Escucho la música de Strauss, mientras leo las últimas páginas de la trilogía marsellesa de Jean Claude Izzo. Fallecido en el 2000, Izzo cambio el “noir” francés y nos dio uno de los detectives más afamados del Mediterráneo: Fabio Montale, policía en Marsella, a finales de los 90, y algo melómano y cocinillas.
El final de la trilogía (1998) se titulaba Soleá. Las historias de ficción, tiene uno la impresión, siempre acaban tomando el camino de la realidad. A los escritores de novela negra les acaba pasando como a los cronistas, excepto el viernes.
Soleá es una mezcla de mafia, infierno y amor, ligues de Montale, conflictos sociales y étnicos. Léanla; no les hago spoiler, pero sepan que Marsella vence al detective. A cambio, nos deja un magnífico listado musical, que les dejo aquí, desde mi Spotify. Y también de platos y gastronomía.
Como podrá decirles Silvia García Jerez (que es contertulia de los viernes (y a la que pueden seguir aquí), la primera obra de la trilogía, Total Khéops, se convirtió en película en 2002. La trilogía marsellesa ha sido llevada a la televisión a través de una serie: Fabio Montale, protagonizada por Alain Delon. Esta adaptación ha sido muy polémica por la personalidad de Delon, muy opuesto a las ideas de Jean Claude Izzo.
Desde Pepe Carvalho (Vázquez Montalbán) a Jaritos (Petros Markaris), desde Montalbano (Andrea Camillieri) a Brunetti (Donna Leon) y otros que no cito disfrutan del placer de la mesa. Es normal, quien lidia tan a menudo con la muerte aspira a ir al paraíso bien comido. Usted me entiende. Incluso hay listados enteros de obras negras que tienen a la gastronomía de protagonista.
Algo parecido pasa con el Jazz. Suele gustar a muchos. Mosley llamó Louis a uno de sus detectives en honor de Louis Amstromg, otros prefieren a Thelonius Monk. Boris Vian, Andreu Martin o Antonio Muñoz Molina, que hizo una excursión por lo negro en Invierno en Lisboa. Philip Marlow (Raimond Chandler) empieza su vida como detective con el cadáver de un trompetista. El jazz es lo que hace que las novelas y la vida vayan más rápido.
Acabando el libro de Izzo ya, me acuerdo de mi orientadora especial en materia de “cocina negra y criminal”. Antes de que se cerrara, la librería “Negra y criminal”, en la Barceloneta, era el paraíso de la novela negra no solo catalana sino, también, española. Mucha ciudad independiente, pero pocas librerías. En ésa, se hacían menús y aperitivos en la presentación de los libros. Echamos de menos a Paco Camarasa, pero tenemos a mano a Montse Clavé. (Clavé, M. Manual Práctico de cocina Negra y criminal. Libros de Allende. 2004).
Clavé nos recuerda que Fabio afirma que “Marsella pertenece a quienes viven en ella”. Dice, también, el policía de Izzo: “Me puse a cocinar por la mañana, escuchando los viejos blues de Lightinin´Hopkins”. Siendo Marsella, podríamos hacer una bullabesa, que viene a ser como una sopa de pescado.
Pero sostiene Clavé que ya que Izzo es un amante de Saint Melo, un pueblo que les recomiendo, de “marineros perdidos”, en la bretaña francesa, podríamos hacer unos mejillones a la bretona.
Les prometí la receta y aquí la tienen. La música la pueden sacar de la lista que les dejé o poner otra. Sepan que a los mejillones les va el soul o el jazz, son un marisco negro, cual novela.
Necesitan unos dos kilos de mejillones, en su tabla debe haber una cebolla grande, casi un vaso de vino blanco (del que se bebe mientras cocina, el brick no existe, repita conmigo, no existe) y perejil. Tomillo, laurel, mantequilla de la que usaremos un par de cucharaditas y nata de cocinar.
Lave bien los mejillones, procure que no sean enanos de los que se sirven ahora, siempre están mejor sin barbas. Caliente en cazuela la mantequilla y aceite y rehogue la cebolla, removiendo. Añada el perejil, si puede en rama, mejor que ese botecito que lleva un siglo en su despensa, el tomillo, el laurel y los mejillones. Moje con el vino blanco hasta que evapore, en unos hervores, no mucho más de cuatro minutos, lo tendrán.
Cuando se abran los mejillones, los sacan. Sacan también las hierbas (tomillo, perejil, laurel). Deje el caldo y ponga otro poco de mantequilla (dije una cucharadita) y medio vaso de nata de cocinar. Mezcle y caliente sin que hierva. Vierta sobre los mejillones y espolvoree un poco de perejil.
Si lo sirve en bandeja grande quedará elegante. Pero si lo sirve en plato aprovechará mejor el caldo. Usted decide.
Hay que decir que, con música y mejillones, Soleá y las otras dos obras (Total Khéops y Chourmo) se leen mejor.
La suma de placeres al tiempo es un descubrimiento de la humanidad desde que se conoce. Borges dejó escrito que el placer se busca, no es obligatorio. Si un libro les parece aburrido no lo lean, si una canción no les gusta pasen a otra, si un plato no les convence busquen otra receta. Pero les aseguro que libros, música y gastronomía es una mezcla imbatible, especialmente si es viernes y está usted ocioso. Aunque la relación de Strauss… En fin, no he dicho nada. Tengan buen día.