Trump, ese federalista europeo

Alaska mostró al mundo lo que sabíamos: Trump y Putin pertenecen al mismo sindicato, “Arriba autócratas de la tierra”. La alfombra roja a Putin no fue un error diplomático ni un gesto de peloteo, fue un reconocimiento entre colegas. Las amenazas “trumpistas”, habitual retórica de la diplomacia de matón, se quedaron en nada en cuanto subieron al coche sin testigos. Lo que no sabemos aún es que negocios pactaron.

Trump y Putin han jugado a los imperios y no está claro que las cosas sean como ellos quieren, exactamente.

El reto europeo es hacerle comprender a Trump de qué va el asunto de Ucrania. Un autócrata, dedicado a hacer negocios en su presidencia, para él y su familia, no entiende que el asunto no va de territorios devastados o de influencia imperial.

El hecho de que Trump haya sugerido que se retira hasta que Putin se vea con Zelenski, o lo que es lo mismo que la estrategia europea intente desarrollarse, es un ejemplo del asunto. El drama sería si Rusia logra redoblar sus ataques, si está dispuesta a enojar más a quienes apoyan a Ucrania, tarde o temprano también a Trump.

Lo que Putin teme, en realidad, es que Rusia vea la democracia ucraniana, que será potenciada por una Europa que exigirá, en la paz, nuevas políticas y prácticas a Zelenski y a quien le suceda, una alternativa atractiva al autocrático y asfixiante gobierno ruso.

La invasión de Ucrania por parte de Putin se muestra como un error de cálculo. Esperaba la ignorancia, el dejar hacer de la experiencia de Crimea. Ha hecho más fuerte a la OTAN, multiplicado el gasto militar de sus potenciales adversarios y debe esperar tropas europeas en la frontera rusa. El coste no será menor para la estrategia de Moscú.

Hoy, las exigencias más controvertidas de Putin aumentarían la posibilidad de una renovada subordinación de Kiev. Su insistencia en que Ucrania entregue grandes porciones de la provincia de Donetsk supondría la cesión de mucho más territorio del que Rusia ha logrado tomar por la fuerza desde noviembre de 2022.

Excluir esa posibilidad es la razón por la que las garantías de seguridad son tan importantes para Ucrania y la razón por la que los europeos acompañaron a Zelenski a ver a Trump.

El clima y la música en Washington sonaron de otra manera que en Alaska. Zelenski fue a la reunión de Trump acompañado de “los muchachos y muchachas de su calle”. Los europeos no solo le compraron un traje, sino que vigilaron y presionaron a Trump. La “coalición de los dispuestos” hizo que Trump entrara en el camino de las medidas de seguridad.

Los europeos se encargarán del asunto, él acaso pondrá algún avión o inteligencia. Entre ustedes y yo, yo no pediría inteligencia a Trump. Es algo que le persigue, pero él es más rápido. Por cierto, hablando en serio, la inteligencia británica ha estado bastante activa en el tema desde el principio.

¿Por dónde irá el proceso de paz? Ni se sabe, ni se puede planificar temporalmente. Ni siquiera sabemos si Putin está por la labor, por más que sus tropas no acaban de alcanzar sus objetivos y parecen estancarse con frecuencia y, especialmente, de que los efectos económicos se notan en el país y eso es un aliciente negociador.

Quién nos lo iba a decir, pero Ucrania cambiara nuestro mundo. Europa impedirá un protectorado ruso en Europa, soslayará el veto húngaro y, más tarde o más temprano, Ucrania tendrá “UE, sí; OTAN, no”, aunque algún acuerdo de defensa mutua, tipo afamado artículo 5 del tratado de la OTAN, suscribirá con los países europeos, que han ofrecido tropas de interposición.

Ucrania no será un protectorado ruso y, en un tiempo, Europa no será un protectorado americano y se ocupará, finalmente de sus cosas. El mundo ha cambiado estratégicamente, y aunque modifica las prioridades, requiere nuevas exigencias a la Unión Europea.

Autonomía de defensa, mando único y liderazgo compartido, visión acordada de opciones estratégicas en materia internacional. Hay que decir que la resistencia ucraniana ha sido heroica y el sufrimiento civil enorme, pero éste no hubiera sido suficiente sin los tres o cuatro ejércitos que los países de la Unión Europea han puesto a su disposición.

Esa voluntad de liderazgo compartido, básicamente integrada por “la banda de la calle de Zelenski”, que evitó pasadas humillaciones y presionó a Trump, parece bastante consistente.

La ausencia de España puede ser para nosotros lacerante, pero no nos espera nadie. El liderazgo de la izquierda europea ha pasado a Sir Keir, mejoraremos los de izquierda nuestro “british”, quién lo iba a decir, que ni siquiera está en la UE y, a pesar de sus problemas domésticos y la presión de la extrema derecha (Farage) ha abandonado el Brexit de facto, de la mano de los líderes franceses y alemanes.

Ellos eran los dispuestos y nuestro problema es que España parece alejarse del consenso estratégico europeo, organizado en materias globales. La ruta entre Puebla y China no pasa por Bruselas. Lo malo no es ejercer nuestra soberanía, es hacerlo sin consultar. Albares no llama para preguntar qué vamos a hacer, sino por el catalán. Es lo que hay.

Trump ha jugado el papel de “federalizador” involuntario. Ningún país europeo, ni Meloni, quizá Orban, le lamerá el culo individualmente, ya lo sabe.

 

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