Trump nos trae el paso de la oca

Mientras estábamos preocupados por las “cositas” de nuestra aldea, llenos, hasta el hastío, de ruido e impotencia, en el mundo ocurrían dos hechos extraordinarios: los antaño llamados no alineados, hoy llamados Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), se han reunido con más asistencia que nunca y, como colofón, el presidente chino, Xi Jinping, ofreció, al lado de Putin y de King Jong-um, una troika de demócratas como denotan sus apellidos, un desfile espectáculo que puso su fuerza militar a la altura de la norteamericana.

Solidaridad y fuerza, que, según Trump, era un intento de “conspirar” contra él y su país. A Trump le gustan los desfiles militares, a Xi Jinping, también; a Trump solo le gustan los suyos, a Xi Jinping, también; Trump se cree que lo manda todo; Xi Jinping solo está en ello.

Del mismo modo que Trump puede contribuir más que nadie al federalismo europeo, está en trance de convertir a la OCS en la Unión Asiática. Es lo que tiene el desorden: que produce el desafío de los agredidos. Las imágenes y mensajes que nos llegaban de Pekín eran, hay que decirlo, algo perturbadoras.

Hasta Putin se dio cuenta de que no es suficiente con ser un autócrata. Él había sacado su negocio –vender gas, que las arcas rusas están muy malitas-. Pero, incluso para sus espectáculos en la Plaza Roja, la muestra de poderío militar del presidente chino fue excesiva.

Tras el paso de la oca y las palomas enloquecidas, la colección de tanques, artillería, misiles supersónicos y drones submarinos, que amenazan a la armada americana en el Pacífico, nos indica el rápido avance de China hacia la paridad militar global con USA. “O ganamos todos o suma cero”, más claro, agua: mensaje para Trump.

Pero el propósito de Xi no era tocar las fanfarrias ante sus aliados o coro, vaya usted a saber ya. Era presentar el futuro liderazgo global de China. Desde que fue nombrado (2012) ha aumentado el control político más que Mao, cuyo liderazgo imita (sustituir la controversia ruso-china, que animó los debates de los sesenta y setenta, por unos kilómetros de frontera, por yo te salvaré, camarada, de los malos, es una venganza típicamente china).

Cualquier crítica a sus errores, abundantes por cierto (gestión económica, empleo, crisis inmobiliaria, corrupción), ha supuesto limites severos a las libertades económicas, informativas y, por supuesto, personales. Una autocracia política, un capitalismo sin sindicatos, sin más “lobbies” que el secretariado: quizá Trump sueñe con ello.

Hay razones para que China nos preocupe, aunque debe ocuparnos más Trump: está más cerca y es más agresivo. Xi es un autócrata, con una política exterior expansiva y actitudes militaristas. Otro más en el club, empiezan a ser demasiados.

Demos las gracias a Trump, su desorden mundial nos ha traído, entre otras cosas, el paso de la oca y la sospecha de que no hay reglas que el personal reunido quiera asumir. En realidad, China ya no defiende el multiateralismo, sino su hegemonía.

El comportamiento de Trump hacia China desde que asumió el cargo ha sido agresivo o condescendiente, según el día. Sus aranceles han causado una disrupción en el orden global de la que se aprovechan estrategas como XI y simples dictadores como Putin o King. El nuevo trio de la bencina se suma a la fiesta.

Al reunir a docenas de líderes nacionales, primero en la conferencia anual más grande de la historia de la OCS y, luego en Pekín, Xi sentó un precedente cuyo significado se oye más allá de la Casa Blanca.

Los líderes de Turquía, Indonesia, Malasia, Pakistán, Irán y muchas otras potencias regionales se doblegaron ante China. Incluso el líder indio, Modi, siguió el paso de la oca, ignorando las rivalidades de siempre con China. Los reunidos rechazan, como Trump, los acuerdos de 1945 tras la II Guerra Mundial.

Ha sido el insensato comportamiento del líder norteamericano con amigos y enemigos lo que ha empujado a esos países a unirse a China.

Reflexionaba sobre ello y recordé una de mis conversaciones con Julio Anguita: no todo fueron broncas, también hubo trabajo y conversación amigable.

Hablábamos (yo) de la economía liberal y (él) del capitalismo y se me ocurrió decirle que la revolución ya no era el desorden, sino las reglas. “Es que tú siempre has sido socialdemócrata”: visto lo visto, igual tenía razón. Pero, visto lo visto, yo también: el nuevo desorden mundial que nos ha traído el paso de la oca en todo el mundo solo se arreglará con reglas. Orden y no desorden, será la revolución democrática.

Estos países se oponen a la hegemonía estadounidense, a un sistema financiero dominado por Occidente y basado, todavía, en el dólar. Lamentablemente, incluyen en la ecuación su rechazo a los derechos humanos y civiles, en suma a la democracia. Todos son autoritarios y antidemocráticos hasta el corvejón.

En 1945, cuando se creó la ONU, se pensaba en no repetir la guerra. Esa pretensión parece haber desaparecido. Al observar a Xi, Putin y Kim, además del aislacionista, nihilista, populista y reaccionario Trump, uno piensa en conquista, guerra, hambre y muerte.

Nosotros, a lo nuestro, a la aldeíta y sus mamarrachadas. Trump nos trajo el paso de la oca. Nosotros compramos armas israelitas y tecnología china. Y cuando toca ir a una reunión seria, vaya por Dios, se nos rompe el Falcon. Es eso y nada más.

 

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