Un agosto sin corbata (1): Un bono para el “descorbatado”

Aquí me tienen, en el borde de la piscina, a la sombra, leyendo un periódico en papel, bebiendo un frío vino blanco de adecuada cosecha…, pero sin corbata. Agosto, es un mes, cono todo el mundo sabe, para usar corbata. O sea, anunciar el “descorbatamiento” general en el mes que menos usamos la corbata, si es que la usamos, esconde otra realidad: el anuncio de que en invierno pasaremos frio: 19 graditos de nada.

Es evidente que uno, elegante desde pequeñito, se pasa agosto encorbatado, incluso acompañado de un panamá. Desayuna en la orilla del mar, encorbatado; encorbatado acude al chiringuito o pasea entre vendedores de pareos u otras bagatelas. Es más, de siempre, en defensa de los cuerpos orondos que no ha nacido ahora en afamado “poster”, paseo mi abundante aunque grácil cintura bajo corbata en la arena de la playa.

Por eso resulta tan incómodo el mensaje presidencial: ¿Qué haré “descorbartado”, en agosto? Nuestro avisado presidente se ha dado cuenta: hay que recortar en el mes que más corbata se usa grande.

El cronista lleva, más o menos, una década sin usar corbata, con la excepción de las siempre protocolarias bodas donde los novios y novias se empeñan en reclamar tradicional protocolo. Como sólo uso transporte público (o antaño ferrocarril público, hoy privatizado) viene a resultar que mi tasa de ahorro energético es abundante, sin la aviesa factura de la luz me lo reconozca.

Como consecuencia, reclamo un bono para el “descorbatado” o, en su caso, un acceso universal a un Falcon o helicóptero, como ejemplo de que el derecho al ahorro energético es universal.

Mi sarcasmo es evidente, pero no bromeo con el asunto de la corbata. Una vez señalado que no sé distinguir el efecto de la corbata del de los pañuelos anudados o los ajustados cuellos que adornan a las señoras, cabe decir que es cierto: la prenda aumenta la sensación de calor y, en consecuencia, la demanda de climatización y sus negativos efectos.

Ya se ha escrito aquí que los shocks de oferta energética se combaten, fundamentalmente, con ahorro y notables sacrificios. Por eso resulta sorprendente que, hasta finales de julio, no se hayan propuesto medidas de ahorro.

Bien al contrario, las medidas aplicadas han venido a sostener el consumo de energía: subvenciones generalizadas al combustible (la gasolina de un Ferrari merece más atención que una corbata de vendedor de inmobiliaria), excepciones ibéricas y futuras excepciones al ahorro europeo son las claves de un modelo de demanda energética.

Por eso resulta sorprendente que se recurra a la deteriorada fama de la corbata para apuntar a reducciones de calefacciones, a la climatización veraniega apenas llegamos, más de la mitad de la función pública, colegios y juzgados están de vacaciones. No he leído nada de reducciones en el uso de vehículos oficiales o viajes de esos que dejan más huella ecológica que beneficios diplomáticos.

Tampoco he oído nada de renovaciones del uso de la tecnología energética en empresas, mientras hemos visto, en plena ola de calor, a nuestro presidente y sus ministros viajar convenientemente adornados con sus corbatas, hasta llegado el momento de acudir a sus climatizadas residencias de verano, sean públicas o privadas.

No me cabe duda de que la supresión de la corbata debe ir acompañada del cambio de atuendo: el pantalón corto, la camiseta de tirantes, la chancla, deben pasar a ser el uniforme de verano en la función pública que deberán dejar paso, eso sí, a la bufanda, en cuanto llegue el frío. En el subvencionado vehículo de gasolina o diésel no pasa nada, el gobierno le pone veinte céntimos.

Insisto en que la media puede ser útil. Incluso reconozco que el ejemplo de personas relevantes produce efectos relevantes.

Lo que aquí se discute es que habiéndose adoptado medidas que no producen ahorro energético y rechazar un acuerdo solidario de ahorro, con tan malas como insostenibles formas, para seguir consumiendo lo mismo, sea la corbata y el grado la única medida adoptada.

Al recordar lo que nos viene, mientras señalo que los materiales sostenibles que alivian el calor o protegen del frío son carísimos, reclamo el derecho universal a la elegancia y, en consecuencia, un bono para el descorbatado. Hasta aquí podíamos llegar.

 

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