Un agosto sin corbata (18): El fin de la abundancia

Ya les advertí en mi anterior reflexión que han vuelto (próceres y padres de la patrio). En su retorno se incluyen los profetas y agoreros de turno. Los ministros españoles nos hablan de un riguroso invierno, mientras los analistas no saben si anticiparlo o esperar a que llegue para señalar, atinadamente: yo ya se lo dije.

Pero, sin duda, el premio a mejor profeta de la semana hay que concedérselo a Enmanuel Macron, presidente de Francia, que ha declarado el “fin de la abundancia”.

Macron asegura, como la ministra Robles, por un poner, que estamos ante un punto de inflexión y enfrentamos un invierno difícil y una nueva era de inestabilidad causada por el cambio climático y la invasión de Rusia a Ucrania.

“Lo que estamos viviendo, remató Macron, tras una lista de dramatizaciones, es una especie de gran punto de inflexión o una gran conmoción… estamos viviendo el final de lo que podría haber parecido una era de abundancia… el final de la abundancia de productos de tecnologías que parecían siempre disponibles… el final de la abundancia de tierra y materiales, incluida el agua”.

Los profetas suelen predicar el fin del mundo con relativa frecuencia. Dicho sea de paso, conviene no minimizar las advertencias de Macron, la recesión en Alemania, las graves repercusiones mundiales de la sequía en China, la propia recesión española anunciada por la Airef, y despreciada, con escasas excepciones, por nuestro Gobierno, que sigue anunciando colchones protectores para los que no hay dineros.

Quiero recordarles que a final de los setenta, los liberales del Club de Roma anunciaron “el crecimiento cero” y hasta Berlinguer, en un paso lúcido de eurocomuismo, convocó a la austeridad, entendida como un sacrificio compartido por rentas y salarios, lejos de toda indexación.

Cierto es que las condiciones no son las de esa época. La tecnología, el grado de internacionalización y los marcos de relaciones laborales son distintos. Pero desde la pandemia sólo hemos visto recrudecerse sombríos panoramas, rematados por una invasión absurda.

No obstante, conviene recordar al Señor Macron y al resto de los profetas que la mayoría de la ciudadanía lleva una década fuera de la abundancia, rescatando bancos, empresas, mal apuntalando sistemas de pensiones y retrasando las incorporaciones a la emancipación o al mercado de trabajo.

Probablemente, hay una generación que nunca ha conocido la abundancia y que acumulan años de sacrificios que ahora se les reclama.

La abundancia de los dividendos, sin embargo, no parece reducirse, especialmente en las sociedades vinculadas a los combustibles.

Lo cierto es que mientras nuestro gobierno fracasa reiteradamente en la colocación de esos fondos de innovación que deberían transformar nuestra economía, invierte en discursos que fomentan una segunda ronda de inflación.

Es bueno que los expertos hagan predicciones, que los cronistas hagamos las nuestras, sabiendo que estamos dispuestos al error. Pero hay cosas que parecen evidentes: con hoteles casi llenos y precios insostenibles, los apuntes de recorte de actividad son muy evidentes.

Las subidas de tipos de interés producen desempleo. Las caídas de actividad y del comercio exterior redoblan la gravedad. Por cierto, crece la relación entre vacantes y empleos, o sea que la gente abandona la cultura del trabajo.

El fin de la abundancia, si la permitimos, será el fin de la cultura del trabajo y pondrá en riesgo la cultura democrática.

 

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