Horario o salario

El gran proyecto estrella de la ministra de Trabajo ha decaído en el Congreso. Merece el asunto ciertos comentarios políticos, antes de adentrarse en la dimensión económica y laboral del asunto.

El mal tono y humor de la vicepresidenta no se sabe si tiene que ver con el derrumbe del “mundo de Disney” en el que vive (protestas al gobierno, autor de la frase –contaba con que Puigdemont le debía una-). O quizás con el maltrato, durante y después, al que le sometió el PSOE y el presidente: molestar a Junts no les parecía una buena idea.

Por otro lado, da para unas risas que la “patronal más reaccionaria de España” sea la misma con la que ha estado trapicheando desde salarios mínimos a otras “cositas” de su ministerio. El señor Garamendi tuvo que poner pie en pared para no perder unas elecciones, qué se le va a hacer.

Desde luego, con la regulación horaria no se hubiera hundido el mundo, aunque algunos sectores sufrieran más que otros. Estoy convencido de que, en otras circunstancias políticas, el PP, al menos, hubiera aceptado una aproximación a la legalidad del cambio horario. Junts hubiera pedido “un horario singular” catalán y listo.

Según el INE, la jornada laboral media en 2024 fue de 38,23 horas –para los sectores con convenio- (un 1,5% menos que el 2023), por lo tanto, no estábamos tan lejos. La hostelería, el empleo doméstico, el comercio y la actividad agraria superan las 39 horas. La jornada en educación es de 32,6 horas y en la Administración, de 35; en el sector financiero también están por debajo de las 37,5 horas.

Esta composición sectorial nos muestra que la reflexión sobre jornada o salario tiene una pregunta B: ¿regulación o sindicato? Hablaré más tarde de la correlación y la causalidad que figura en los libros: la productividad. Pero los sectores señalados son, también, los de mayor debilidad sindical.

La correlación es evidente: no hacen su trabajo allí los sindicatos. Lo que genera delegados, y, por lo tanto, presencia política, negociadora y financiación son las Administraciones Públicas y las grandes empresas.

Cabe discutir si es, también, causalidad o la precariedad produce baja afiliación por presiones patronales, por individualización de las relaciones laborales. Los centros de estudios sindicales se suelen reconocer parcialmente culpables, alertando de la baja presencia sindical, mientras ponen a aguerridos y aguerridas agentes a arañar delegados en pequeñas y pequeñísimas empresas. Los sindicatos han encontrado un arma para sustituir su baja densidad sindical en estos sectores de más jornada: la regulación gubernamental.

Esta regulación ha matizado el decepcionante comportamiento de los salarios en los últimos años. Los salarios reales no han crecido sustancialmente ni la brecha entre productividad y salarios ha dejado de crecer: en España, la productividad por hora ha avanzado cerca de un 30 % entre 1990 y 2022, pero los salarios reales no han superado el 11%. Si hablamos de la participación de los salarios en el PIB, ésta permanece más o menos estable desde el franquismo.

El salario mínimo es el más frecuente, la mitad de los afiliados a la seguridad social ganan menos de 25 mil euros brutos anuales, lo dice la Agencia Tributaria.

La relación salario y productividad es de lo primero que se enseña en economía. Para repartir el producto del trabajo, éste debe aumentar (eso quiere decir que el salario debe igualar al producto marginal). Lo que voy a decir requeriría explicación más detallada, pero en España pagamos menos de lo que se debería y, probablemente, pagamos más pensiones de las que podríamos, dado nuestro nivel de riqueza.

En general, cualquiera de los cálculos que se hagan dan como resultado un dibujo bastante deprimente, con caída de esta productividad entre 2000 y 2024, algo que pocos países, por no decir ninguno, nos iguala. Somos la economía con peor desempeño de Europa y casi de Occidente si comparamos estos dos puntos históricos.

Entre 2000 y 2008 España produce el gran error del siglo. “Somos la champions de la economía europea” (gracias ZP): así se impulsa un sector de bajo valor añadido poca productividad y trabajo con poca cualificación.

Entre 2008 y 2013 vivimos la doble recesión. El ajuste fue menores salarios y menor productividad. Lo que estamos viviendo es consecuencia de aquello, aunque algo mejoró a partir de 2015, la pandemia cerró el proceso y estamos en un punto indeseable, herencia de todo lo anterior.

Sin embargo, esto no implica que las consecuencias sean diferentes a las conocidas. Sin productividad no hay aumento de salario real.

Una reciente encuesta ha señalado que, mientras un 20% de trabajadores y trabajadoras consideran incompatible sus horarios con sus opciones de vida, casi un 40% plantea su problema como el salario. Este dilema ha sido bastante ignorado una vez cerrado el SMI: la crisis de precios, primero, y de la vivienda, después, una tasa de paro que no se reduce sustancialmente y el desplazamiento del desempleo y la caída de renta a las poblaciones de más edad están falseando las demandas sobre la jornada laboral.

Que la jornada laboral se sitúe en 37,5 horas se plantea en un contexto en que, con la excepción de la hostelería, casi todos los sectores están viendo reducir su capacidad salarial real. El dilema jornada o salario es una mala idea.

 

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