Aquella sociedad dormida que despertó: del capitán de Farmacia Martin Barrios al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco

En la España de los primeros años de la Transición, el país parecía vivir en una fotografía en blanco y negro. Las calles, los despachos, y los hogares estaban impregnados de una atmósfera densa, donde el miedo y la incertidumbre se mezclaban con la esperanza de un futuro democrático, con Europa y la libertad. El terror, encarnado por la violencia de ETA y de las otras bandas terroristas, era una amenaza constante; cada atentado, cada explosión, cada secuestro, nos recordaba que la democracia nacía entre el dolor y la sangre.

El golpismo latente era otro peligro que flotaba en el ambiente político. Los ecos del pasado autoritario resonaban en los cuarteles y en ciertos sectores minoritarios de la sociedad, que veían con recelo el avance de las libertades. La posibilidad de un retroceso, de un golpe de Estado, nunca desaparecía del todo; era una presencia silenciosa, pero poderosa, que condicionaba cada decisión política y cada gesto público.

En este contexto, los cuerpos de seguridad del Estado desempeñaron un papel fundamental, muchas veces invisible y siempre arriesgado. Policía, guardias civiles y militares asumieron el sacrificio de proteger a una sociedad que, a menudo, en el mejor de los casos, los miraba con indiferencia, y una parte de ella con hostilidad. Su entrega fue decisiva para sostener la frágil arquitectura democrática que se estaba levantando. Muchos pagaron con su vida el compromiso de colaborar en la construcción de una España libre y plural.

El sacrificio de estos hombres y mujeres fue, en gran medida, silencioso. Algunos, perdieron su carrera y su futuro en el cumplimiento de órdenes arriesgadas o mal medidas. A veces, tomaron por su cuenta decisiones al margen de la ley, pero tenían enfrente a un enemigo que buscaba la destrucción de sus vidas y de su país.

Con este primer artículo, pretendo ofrecer una serie de comentarios e historias reales que reflejen la dificultad de aquellos tiempos, que sirvan para movilizar a la clase política a favor de un homenaje a esos hombres y mujeres y, que si es posible, los que todavía viven y perdieron sus carreras, obtengan alguna compensación que alivie su amargura.

1983. Martín Barrios

El capitán de Farmacia Alberto Martin Barrios, de 39 años, fue secuestrado por ETA PM, el 5 de octubre de 1983, cuando salía de su domicilio para dirigirse a su trabajo en el Gobierno Militar de Bilbao. Todos los días, a eso de las 10 de la mañana, solía llamar a su esposa, pero ese día, al no hacerlo, se dio la voz de alarma. Encontraron su coche en las cercanías del edificio militar, con una pistola en su interior. En el garaje donde aparcaba el coche se encontraron unas llaves, de tal manera que se supuso que ahí había sido el secuestro.

Seis días después del suceso, ETA p-m se atribuyó la autoría del mismo y exigió la suspensión del juicio contra los miembros de la banda detenidos dos años antes por el asalto al cuartel catalán de Berga. Añadían, a esa suspensión, la exigencia de que TVE leyese en los telediarios sus comunicados íntegros, llenos de propaganda radical. Mientras, la familia del militar pedía angustiada que lo liberasen.

El 13 de octubre la banda dio un plazo de 36 horas para que el texto fuera leído en los informativos de las 15.00 y de las 20.30 horas. Este ultimátum iba acompañado de dos fotografías del secuestrado, en las que Martin Barrios aparecía con barba de varios días delante de una ikurriña y de carteles y pegatinas de la banda. Ante esta presión, TVE, de acuerdo con Interior, emitió el día 13 una parte del escrito, condicionando su difusión completa a la liberación del capitán.

El cuerpo sin vida del capitán de Farmacia, amordazado y con un tiro en la sien derecha apareció en una zona boscosa, junto a una cuneta, en las inmediaciones de Bilbao.

Yo, que había tomado posesión en diciembre de 1982 de la Dirección de la Seguridad del Estado, me sentaba entonces en el despacho del Ministerio del Interior, en su sede de la calle Amador de los Ríos, que años antes había ocupado D. Manuel Fraga Iribarne, como ministro de Gobernación del Gobierno Arias Navarro, antes del comienzo de la Transición. Con el beneplácito de mi ministro, José Barrionuevo, y de acuerdo con los responsables policiales de la lucha contraterrorista, decidimos llevar a cabo el secuestro del entonces dirigente de ETA pm, José María Larrechea Goñi, refugiado en Francia y máximo dirigente de ETA pm VIII Asamblea, autora del secuestro de Martin Barrios. El objetivo de aquella operación era obtener la liberación inmediata del capitán secuestrado a cambio de la libertad del etarra.

La operación, la llevaría a cabo un equipo formado por un inspector del entonces Cuerpo Superior de Policía y dos miembros del GEO. Dada la urgencia de la situación y la falta de información sobre los movimientos del objetivo, a pesar de haber localizado al etarra, durante el forcejeo apareció una patrulla de la policía francesa que abortó la detención. Nuestros policías se entregaron, cumpliendo las órdenes recibidas de “no enfrentarse con las autoridades francesas”.

Nuestros policías cumplieron prisión en Francia, hasta que meses después el juez les concedió la libertad condicional.

Interior, publicó una nota, contando los hechos y lamentando los resultados: una persona asesinada y tres policías detenidos y encarcelados. Así transcurrían los días en aquellos años de plomo y de bombas.

De la reacción de la calle, en el País Vasco y en el resto de España, poco que reseñar. Al fin y al cabo, el capitán asesinado era un miembro de la familia militar, Ya se sabía, el silencio y la indiferencia, si no el odio, era actitud común en aquellas tierras ante los asesinatos de guardias civiles, policías y militares: “Algo habrá hecho”, era una voz repetida de boca en boca.

Muchos años después, el 10 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco Garrido fue secuestrado por tres miembros de ETA, que exigieron a cambio de su liberación el acercamiento de todos los presos de la organización terrorista a las cárceles del País Vasco. En aquella ocasión, por fin, hubo una importante reacción social en contra de ETA. La sociedad, impulsada por partidos políticos y por asociaciones ciudadanas, se movilizó a favor de la inmediata libertad del secuestrado. Dos días después del secuestro se convocó en Bilbao una manifestación contra ETA, reuniendo a 500.000 personas. También hubo manifestaciones en San Sebastián, Vitoria, Madrid, Barcelona y Zaragoza. En total, alrededor de 2,5 millones de personas participaron en alguna de las protestas masivas contra el secuestro.

Ante la negativa del Gobierno de Aznar a negociar con la banda ETA, Blanco fue ejecutado con dos tiros en la nuca en una pista forestal cerca de la localidad de Lasarte en la tarde del 12 de julio. Fue encontrado con vida, pero murió en la madrugada del día 13.

Entre 1983 y 1997 habían transcurrido 14 años, pero todo empezaba a cambiar. Cuando los terroristas decidieron incorporar a políticos, empresarios, jueces y fiscales a su lista de objetivos, la sociedad civil gritó “BASTA”. Siempre me he preguntado cuánto vale una vida humana según el color del traje con el que te cubras o la función social que realices.

La historia de España frente al terrorismo de ETA es la historia de una sociedad que, tras años de miedo y rabia, encontró finalmente el valor de alzarse y decir: BASTA. Es la historia de un país que construye su democracia y su libertad, a pesar de la sinrazón de un grupo de fanáticos asesinos empeñados en hacer descarrilar ese objetivo, por si solos o acompañados de los intentos de algunos nostálgicos del régimen anterior. ETA sabía que su actividad espoleaba las iniciativas golpistas, y se afanaba en provocarlas. El sacrificio de victimas como Alberto Martin Barrios y Miguel Ángel Blanco no solo marcó vidas individuales, sino que despertó la conciencia colectiva de un país entero. De la indiferencia y el silencio en una parte mínima de España, y de la furia y la resignación en el resto, se pasó a la unidad y movilización social masiva. El dolor se trasformó en coraje, y el miedo, en dignidad. Así, España demostró que, incluso en los momentos más oscuros, la sociedad puede despertar y defender la libertad y la justicia con una sola voz.

Años después me encontré por casualidad con el hijo del capitán Martin Barrios, al que pude abrazar en un centro comercial. Pocas veces antes sentí con tanta emoción la fuerza de un abrazo como la que sentí aquel día.

Hoy, cuando se cumplen exactamente 42 años del execrable y cobarde crimen de Martín Barrios, he tenido que contemplar como una parte de mi partido en Euskadi ha propiciado, y hasta participado, en un acto de homenaje y emotiva ofrenda floral en Bayona (Francia) a los cuatro miembros de ETA asesinados por los GAL en el hotel Monbar de esta localidad vascofrancesa, con motivo del 40 aniversario de ese crimen. Allí estaba presente la directora de Derechos Humanos y Atención a Víctimas, Ainhoa Zugasti, de la Consejería de Justicia y Derechos Humanos que dirige la socialista María Jesús Sanjosé. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Un par de años antes contemplé también un encuentro feliz entre el presidente socialista del Gobierno, Pedro Sánchez, y la portavoz de Bildu en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua. Si la sonrisa de Sánchez en la foto lo decía todo, sus declaraciones ante los medios, seguidas por un solícito Santos Cerdán, hoy en prisión preventiva por supuesta corrupción, no dejaban lugar a la duda: “Me van a dar hasta en el DNI, pero me da igual”.

Oscuros nubarrones me hacen presagiar lo peor. ¿Hay muertos de primera y muertos de segunda? ¿Cuánto valen los muertos, según el color de su camisa? ¿Quién nos ha conducido de nuevo a la idea de las dos Españas?

 

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