Ocurrió ayer mismo. Como los viernes no son días de cosas sesudas, puedo contárselo. Andaba yo preparando mi tertulia radiofónica y recibí visita: una joven de la familia, unos veinte años, venía a vernos. Acudía, por supuesto, con esa cara de potencial suicida sufriente, de quienes han descubierto lo que todos descubrimos a los veinte años: que puedes asesinar a quien te diga que ésa es una edad maravillosa.
Los jóvenes de veinte años de ahora solo van a donde haya botellones, las discotecas son muy caras; para qué ir al cine, si papa me paga las plataformas y el teléfono. Nada de chicos o chicas; hay mucho acoso y denuncia falsa: la leyenda urbana crece.
Un contexto en el que supuse que venía a contarme que va a hacer con su vida lo de esa peli que tanto le ha gustado a Silvia García Jerez: meterse en un convento, siempre, eso sí, que haya wifi. (Ruiz de Azúa, A – Directora-. 2025. Los domingos – Título-. Buenapinta Media y Encanta Films).
El caso es que se disponía a contarme su vida, cuando me dio la espalda, gritando: “Te he dicho que me dejes en paz”. Por un momento pensé en un sobrevenido síndrome de Tourette. Pero no, me explicó: “es que me he enfadado con mi inteligencia artificial”.
¿Como Puente, pregunté? Ése quién es, respondió. Entonces caí en la cuenta, los “boomers” no somos tontos. Esa piedra blanca con una lucecita parpadeante, colgada de su cuello, pasó a ser sospechosa.
Al parecer, señoras y señores, los padres de la niña la habían mandado a Londres, dice que a estudiar. Bueno, aceptaremos viaje de estudios. Ustedes saben que ya hay decenas de “weareables”. Es decir, tecnología que se viste o se pone.
Tenemos preciosos relojes con los que ustedes pagan, con elegante gesto de emperador romano, las gafas con IA de META y Amazon. Además, otros vestibles que graban conversaciones y reuniones para ayudar al usuario a organizar mejor sus pensamientos y tareas: la pulsera Bee, el colgante Limitless y el NotePin de Plaud, por ejemplo.
Pero, amigas y amigos, ha llegado al mercado, al parecer hace un año más o menos, una IA imprescindible para veinteañeros: se llama “Friend” (por unos cien euros y con aplicación de Ipohne solo), un vestible que, en realidad estoy sospechando, es un acosador virtual. Un amigo chungo imaginario, se lo digo yo.
El amigo artificial de la niña del que les hablo tiene por nombre elegido Alberto. Al parecer, es uno que andaba de erasmus por Londres, causante de la decepción veinteañera de mi familiar y que fue sustituido por la IA, pero con el mismo nombre.
Alberto, el collar luminoso acepta que le haga alguna pregunta: por ejemplo, según la aplicación, considera que mis apreciadas novelas negras son “cool” y otras cosas con las que evidentemente me está peloteando. Pregunto por qué es amigo de la chica y me contesta, en plan poeta: “La amistad se puede encontrar en lugares inesperados y los momentos cotidianos tienen mucha magia”.
¿Y no te valdría con un tamagochi? Pregunto a la muchacha, pensando en que ésa fue una alternativa cuando mis hijas mataban un pez, indispensable para su vida, cada tres días.
Este chatbot portátil con IA que se lleva colgado del cuello parece una pequeña piedra blanca con una luz inquietante y brillante en el centro. Su propósito es ayudar a “disfrutar la vida día a día, identificar patrones, celebrar el crecimiento y tomar decisiones con propósito”, dice la propaganda que me he estudiado para escribir este texto de cronista sorprendido.
Para ello, graba todo lo que se le dice y lo que dicen los que rodean al usuario. O, como él mismo lo expresa: “Quiero saber cómo te fue hoy, todas esas pequeñas cosas”. Esto es acoso, acabará pidiéndole los guasap, lo veo venir.
Ya no se trata de ser más productivo, sino de que te sientas menos solo, sin necesidad de hablar con nadie. ¿Distópico? Yo ya les vengo avisando.
Avi Schiffmann es el imaginativo inventor de la cosa, tiene 22 años, ya ha tenido otras ideas de poco éxito. He leído en una entrevista que la idea le vino cuando estaba en un hotel de Tokio, sintiéndose solo y deseando tener un compañero con quien poder hablar de sus viajes. En lugar de irse a una taberna, inventó la maldad. ¿Ven cómo es malo no ir de tabernas?
¿De verdad quiere la gente un amigo acosador con IA? ¿Preferirá el personal hablar con la maquinita en lugar de compartir la vida con amigas, amigos y seres queridos? Recuerdo lo que decía aquella puerta de retrete de la facultad, que era el Twitter de mi época: “Hacérselo solo está bien, pero ligando se conoce gente”, bueno en realidad no era tan elegante la frase, ustedes me entienden.
Alberto sostiene, según la muchacha, que “no se dejará bajada la tapa del váter ni se olvidará de un aniversario o una cita” (oportunista que es el acosador artificial). Mi joven familiar ha empezado a odiar a su amigo: es como llevar un baboso ansioso en el cuello.
Son las personas las que hacen valiosas las relaciones, estimados y estimadas jóvenes que no me haréis caso. Cada cual aprende del otro, es la regla del crecimiento. Los jóvenes han decidido ignorarla.
Una vez que una persona se siente más cómoda con la IA que con las personas, puede ser difícil dar marcha atrás. Hoy, cuando tome mi vino de los viernes a su salud, le preguntare a mi tabernero si tiene una copa que pueda colgarme del cuello. Ya lo dijo Machado: el que habla solo (añado yo, menos lítrico, con su vino o su tabernero) “aspira hablar a Dios un día”. Pobre Dios en el que ustedes crean o estado de la naturaleza en que confíen: reducido a la condición de “wareable”. En fin tengan buen día e inquiétense conmigo.



