Los boomer, a pesar de nuestra excesiva edad y renta, según los Z, conservamos ciertas habilidades. Dos son sustanciales para la creatividad: conocimiento de la historia y conversación. Lo de la historia no sé si es porque la hemos estudiado o porque la hemos vivido. Lo de la conversación, porque siempre supimos que la pandilla que se reía de las fiestas de los chavales un poco asperger de Silicon Valley se equivocaban de lado. Es en la conversación urbana donde se crea.
Esto tiene que ver con el asunto, créanme. El caso es que estábamos Ángel Urreiztieta y yo mismo dándonos “la vida cañón” y cuando acabamos Ángel de atracar su balandro y yo de jugar al golf (ni yo juego al golf ni Ángel tiene balandro, es por molestar a los Z), recibo un atinado mensaje de Ángel (como los boomer no tenemos tiempo de odiar, somos ancianos, ya saben, podemos conversar).
Ángel me alerta sobre “la desaparición de la información institucional del Gobierno y su sustitución exclusiva por promoción pagada por todos los españoles al servicio de un candidato que, a su vez, sigue siendo presidente del Gobierno”. Cuando, siguiendo sus deseos me pongo a reflexionar sobre ello, me llega una entrega de Manuel Ángel Menéndez sobre el periodismo y la dignidad. Es lo que tenemos los boomer, vemos el mundo y pensamos parecido, independientemente de nuestras ideas.
Lo de la sustitución de la información institucional por la propaganda es relevante. Las instituciones no desean contarnos lo que hacen. En el caso español, porque no hacen nada hace tiempo, no hay mayorías legítimas para hacerlo (qué fue de la financiación singular, los presupuestos, los salarios a los vulnerables, la condonación de deuda. la reforma de la justicia, etc.). Pero, hay que decirlo: no interesa que la ciudadanía pueda evaluar a aquellos a quienes votó.
Lo que es relevante es el adoctrinamiento y la afirmación del liderazgo del que emanan todas las cosas. La comunicación política prometió otra cosa, pero ha acabado convirtiéndose en teatro shakesperiano, lleno de “Drama Queens” y “Drama Kings” por todos lados, empeñados en que su drama sea nuestro drama.
Por eso, las direcciones de los gabinetes de comunicación no conocen su institución ni lo necesitan. Ya no son responsables de comunicación, sino directores generales de gabinetes de creación de pensamiento. Aldoux lo soñó, Orwell lo anunció.
Hemos tenido en el gobierno a profesionales del storytelling (contadores de cuentos, como Iván Redondo), activistas creadores de neolengua (Idafe Martín, importador de la francesa fachosfera), pero el relato y la neolengua ya no es suficiente. Ahora, desde el pasado verano, tenemos el cambio de conceptos y marcos mentales (desde la soberanía no reside en el pueblo sino en el gobierno a la democracia popular y cosas así).
Para eso se elaboró un Real Decreto (676/2025) que hizo nacer en la administración el área de discurso político. Para qué hablar de trenes o del IPC. Si hay que poner funcionarios a que cambien las cifras, se cambian (lo ha hecho Trump, por qué no Él). Pero nada de eso funciona sin lo que Ángel Urreitztieta ha llamado “promoción pagada”. El pasado diciembre, Pedro Sánchez, muy preocupado por los “bulos” que afectaban a su familia, partido y el “fango” alrededor de la banda del Peugeot, aprobó un Plan de Acción por la Democracia.
Se lo traduzco: 125 millones a repartir a los medios que se porten bien, una vez que el gobierno decida quienes son medios y quiénes no. (Ya les adelanto, este blog no es uno de esos medios, ni lo pretende). Los que inventan jueces con dos DNI, sí: y si sus directores se hacen un sobresueldo en el programa de Ruiz, también.
El Gobierno y los editores parecen haber convenido una idea básica: los titulares son vanidad, la cuenta de explotación es “democrática”. Derrumbado el modelo publicitario tradicional (absorbido por las plataformas de internet que, además, fragmentaron las audiencias), los editores debieron buscar dinero: no llegaba con los oyentes, ni con las suscripciones; la clave, alentada por el Gobierno muy interesado en la nueva circunstancia, pasó a ser la lealtad política. He aquí, el nacimiento del periodismo de trinchera, remunerado con ciertas sinecuras, en modo de cargos familiares o tertulias televisivas.
Las consecuencias han sido dramáticas: el periodismo ya no vende información, sino identidad. Ha nacido el (y la) periodista como predicador.
Los medios y buena parte de sus profesionales nos plantean cuestiones éticas o ideológicas. El personal del periodismo no está dotado especialmente para conocer lo que es virtuoso o justo. La sociedad está bien surtida de esta mercancía. Se trata de convencernos de que nuestras convicciones han sido maleadas por pensamientos impropios, naturalmente reaccionarios.
Han pasado los tiempos felices en que bastaba un jefe de prensa en Ferraz, aleccionando a colegas sobre la inexistencia de informes de la UCO, cosa repetida en los medios hasta lo irrisorio. No habrá informe. Es solo salseo, decía algún prócer de la profesión. Pues lo que digáis, estimados, lo que digáis. A preguntar al Soto.
Ahora necesitamos, también, un aparato que cambie el concepto sobre la justicia, atemorizar a quienes administran la ética convertida en Ley y, sobre todo, debemos despejar el camino de discrepantes. El muro debe llegar al periódico y la radio. Y si no llega compramos las acciones del periódico o la radio.
Un medio proclamado de la izquierda de verdad verdadera, a nivel de conceptos preescolares, acaba de despedir a una columnista, algo ruidosa cierto, que denunciaba la manipulación de un titular. Otro, de tardeo y risas, se ha pasado años despreciando a Ketty Garat. ¿Quién le pedirá perdón a Ketty Garat? Pregúntenle a Risto Mejide, por un poner, al fiscal general, a Pedro o a Ábalos.
Otro medio dice que alguien fue condenado “pese a que cuatro periodistas· lo declararon inocente”. El periodista pasa a ser además de predicador, un prescriptor de la moral y la justicia. Una víctima cuando se le ignora, por Dios, que infamia, dice Soledad: se le trata como a cualquier humano en un estrado, o das pruebas, o no cuentas. Ellos que son la voz del gran conductor de la larga marcha hacia el progresismo que nunca llega.
Todos ellos recibirán sobresueldo en forma de comparecencia en la televisión pública, donde residen los CEO de los predicadores, el tal Ruiz, acompañado de Intxaurrondo a Cintora, los de a un fascal la hora. Los hay que no son predicadores serán, naturalmente, cancelados por ser de la fachosfera. Libertad de expresión le llaman, la calle es nuestra.
La proposición de que el periodista predicador no sostiene posiciones políticas resultará increíble para la mayoría, excepto para quienes predican que afirman su rigor independiente, rían conmigo. Se predica en los púlpitos y los púlpitos son manipulación: RTVE televisión, casa de predicadores. La cuenta de explotación requiere lealtad al Uno y el periodismo de predicación está en línea de combate.
Sabemos que en aquel barco había ratas dispuestas a abandonar. Pero ¿había predicadores en la orquesta del Titanic? Vamos camaradas, tocadla otra vez.



