La diplomacia de amigotes

Ucrania, mal lo tiene. De los mismos productores del crony capitalism (capitalismo de amigotes) llega, ahora, la crony diplomacy (la diplomacia de amigotes). Podríamos añadir, de paso, corruptos y espías. Bajo la presidencia de Donald Trump se ha normalizado el hecho de hacerse rico en el gobierno y sus aledaños. Algún día acabarán en la cárcel, y luego indultados, naturalmente. Si se preguntan por la ansiedad de Trump y familia por la pasta, además de su acrisolada codicia, sepan que la criptomoneda lanzada por Kemania ha perdido el 90% de su valor y la de Trump casi un 80% (The Wall Street Journal).

Quienes han recibido encargos de gobierno o diplomacia carecen de experiencia  en casi todos los asuntos, excepto en mordidas. Incluido el presidente, que no se privó de hacer negocios en la misma firma del acuerdo del alto el fuego en Gaza.

A Trump y su personal se le da una higa la paz. De Palestina querían las playas para construir resorts con sus nuevos mejores amigos árabes, no se sabe si asesinos o capitalistas. De Venezuela quiere intervenir en el mercado del petróleo, con el actual valor del dólar y las cantidades producidas no puede intervenir en los precios globales para debilitar más a sus aliados. De Ucrania quiere repartirse con los rusos materias primas y quiere la mitad de los activos rusos embargados, en manos de los europeos.

Desde Gaza, la gestión de asuntos de interés nacional e internacional se ha convertido en negocio y el enriquecimiento personal en el hilo conductor de la política exterior estadounidense. El resultado es el “acuerdo de paz” con Ucrania que urdieron los compinches de Trump.

Los representantes elegidos por Trump para negociar un acuerdo de paz con Putin, Steve Witkoff y Jared Kushner (el yerno, la familia es la familia) ya están en Moscú y deberían presentar al presidente ruso un documento que garantice el reconocimiento de la pertenencia a Rusia de Crimea y “otros territorios ucranianos ocupados”, además de una amnistía por crímenes de guerra. Los matices que parecen querer imponer los europeos son ignorados por estos personajes que presionan de modo indecente a los ucranianos.

El tal Witkoff no solo es un truhan con pocos escrúpulos, sino que, probablemente, está comprado por los rusos, un espía. La agencia Bloomberg ha hecho públicas conversaciones telefónicas del norteamericano, asesorando al Kremlin sobre la mejor manera de congraciarse con Trump. No es extraño, en consecuencia, que el Plan presentado a Ucrania el pasado día 28 fuera redactado prácticamente por los rusos.

Tampoco que los expertos hayan abandonado cualquier intervención para emitir juicio. El secretario de Salud, el tal Kennedy (la degradación de las estirpes merece un estudio) ha declarado, como principio del gobierno populista norteamericano: “Debemos dejar de confiar en los expertos… Confiar en los expertos no es una característica de la ciencia ni de la democracia, es una característica de la religión y el totalitarismo”.

En este contexto, no sorprenderá que el amplio y experimentado cuerpo diplomático estadounidense no haya tomado iniciativa alguna. ¿Por qué lo harían? Éste es un acuerdo de comercio unilateral y deshonesto, muy lejos de ser una auténtica negociación de paz.

En suma, lo que está encima de la mesa no es un plan de paz sino un plan de negocio de tres expertos (dos americanos y un ruso) en trapacerías de mercado y cuya cualificación es que los otros accionistas y comisionistas del negocio son Trump y Putin.

La revista La vida internacional, vinculada al Ministerio de Exteriores ruso, publicaba el pasado 21 de noviembre un artículo con un título elocuente: ¿Quemar hasta el canal de La Mancha? Título de una canción del grupo de Rock Arbalete que aparece en su álbum de 2024 “Nacido en Stalingrado”. También elocuente.

Esta canción resume bien la tesis del artículo: repasando todas las guerras de Rusia con Occidente, se afirma que Rusia solo ha sido atendida cuando ha puesto sus tanques en Berlín. De esto va el asalto a Ucrania y de esto los recelos europeos a los negocios de Trump y sus negociadores, aunque Europa sigue sin concretar una respuesta contundente. Moscú establece un paralelismo histórico entre la guerra en Ucrania y los conflictos anteriores en los que Rusia se enfrentó a países occidentales, desde Polonia hasta la Alemania.

No deberíamos engañarnos. Rusia considera que no ha aplastado lo suficientemente a Ucrania e insiste en la necesidad de evitar cualquier acuerdo que le impida continuar la guerra o reanudarla, ya que los objetivos rusos no se limitarían a Donetsk y Lugansk, (cosa acordada ya con los Estados Unidos). Los territorios a los que Rusia aspira incluirían las provincias de Zaporizhia y Jerson.

Zelenski no puede hacer renuncias territoriales, las presiones a las que será sometido solo pueden superarse con ayuda europea que parecen encabezar la Comisión y un debilitado Macron que ha puesto aviones, mientras otros solidarios como España o Irlanda ponen algo de pasta (entre los dos no llegan a mil millones) para el día después de lo que quede.

Según Putin, en declaraciones públicas: “Ucrania y sus aliados europeos siguen viviendo en sus ilusiones y se imaginan que pueden infligir a Rusia una derrota estratégica en el campo de batalla. En mi opinión, esta postura no refleja tanto una falta de competencia —sobre la que no voy a volver aquí— como un déficit de información sobre la realidad del enfrentamiento sobre el terreno”. Putin no quiere negociar con Ucrania, quiere aplastar a Ucrania y avanzar en Europa.

Entre hoy y mañana sabremos si los negocios de los amigotes de Trump y los suyos propios han avanzado o Trump deberá dedicarse al petróleo venezolano. A las horas que se escribe esto solo sabemos de la lenta muerte de Pokrovsk y de los nuevos insultos de Putin a los líderes europeos.

La idea de que Witkoff y el “yernísimo” se embolsen cientos de millones de dólares si su acuerdo sale adelante no debería sentarle bien a nadie honesto, salvo a los que amen el crony capitalism y la crony diplomacy. O sea, a los chorizos globales.

 

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