El 6 de diciembre fue el Día de la Constitución. 47 años que casi nadie desea celebrar. Cuando ustedes creían que era invulnerable, convirtieron la fecha en su primer día de compras, copas y turismo prenavideño. Solo hay una forma de resistir a la ocupación: refugiarse en la taberna. Lo dije aquí: la taberna es nuestra; es suya porque los asaltantes llegados por el comercio no pueden con su castillo.
Ya le expliqué que debe tener usted una taberna favorita. Ahora, debe elegir mesa, fundamental trabajo de todo tabernario. La mesa es su castillo, le aguarda la mesa de siempre, reservada a base de generosas propinas, hasta el día del apocalipsis. Sentarse en su mesa va acompañado de un elegante gesto de posesión. Es como estar al mando de una nave espacial, observando cómo palpita el mundo. Colóquese adecuadamente: pudiendo observar, pero no ser observado por un conocido o conocida. Buscamos un momento de introspección solitaria.
Su mesa es como un escritorio de nogal, donde apoyar esa libretita en la que usted apunta ideas, menesteres o propósitos. No se preocupe; su tabernero favorito convertirá la tabla en una pizarra en blanco, con ese trapo húmedo, superviviente de mil lavados, pasado de soslayo, en círculos, para borrar cualquier huella ajena.
Su afán la convierte en lo que reclamaba el gran Voltaire: “Un pupitre para mis escritos con varios frascos llenos de ese jugo divino de septiembre”. Es que Voltaire era de antes del cambio climático. Usted es persona inteligente. Su taberna tiene tabernero. No ha subarrendado la entrega de la comanda a ese mundo de modernos camareros frente a los que usted parece invisible, obligado a gestos y contorsiones varias para ser atendidos. No hay tradición, ni empatía con el tabernario en el moderno gremio de camareros. En realidad, pasan las horas tomando una decisión estratégica: o lanzar su bandeja a la cabeza de la patronal o comprar la taberna, con el dinero en B que ha venido de Venezuela, por un poner, y convertirla en una franquicia de arepas.
Afortunadamente, su tabernero resiste. Más, ¿cómo hablar con él? Ya sé que no son los viernes para ponerse sesudo en este blog. Pero déjenme que este tema sea tratado con absoluta seriedad. Ahora, sentado, ha llegado el momento, usted está en su mesa, oteando el pálpito del mundo, llega el momento de recibir al tabernero. Hablar adecuadamente con él será la mitad de su gozo tabernario.
No; no es el futbol la discusión. Sabrá de su equipo porque tendrá foto, escudo o banderín colgado. Si es de su equipo, ustedes estarán de acuerdo. Si es del otro equipo de la ciudad, mejor no mentarlo ni hablar de Lisboa, por ejemplo, el número 93 está prohibido, si es usted de Madrid… no hay conversación posible. Tampoco es útil ya hablar de política: ha llegado un momento en que sobre el gobierno todos estamos de acuerdo, hasta los que son del partido del gobierno. No hay conversación posible.
Hay que tener cuidado con preguntas abstractas o de sentimientos. Si uno hace como Henry Fonda en Pasión de los Fuertes y pregunta: Mac, ¿alguna vez estuviste enamorado? Respuesta: No; yo siempre he sido camarero. ¿Qué quiere decir? ¿Los camareros no se enamoran, el amor conduce a la barra, el amor emborracha…? Estas preguntas conducen a estos oráculos de esfinge que le robarán su tiempo.
No; son otros los caminos. Se sabe, lo dice la experiencia y la literatura, que los taberneros adoran los chismes. Recuerden que en El Señor de los Anillos (J.R.R. Tolkien), los hobbitts se enteran en la taberna de El Poney Pisador, gracias al tabernero, de que “hombres extraños” han llegado (Aragorn y los Nazgul.
A veces, la falta de conversación es el punto central. El tabernero simplemente sirve la bebida y no interfiere, lo que puede facilitar la introspección del tabernario. Recomiendo el breve chisme, algún comentario malvado sobre la autoridad competente, la tasa de basuras, por ejemplo, es muy recurrida estos días. Hay que preocuparse de sus cosas, eso ayuda a futuras reservas de mesa y reduce la potencial propina.
Ha saludado al tabernero de forma adecuada, siguiendo tan atinados consejos. Él le conoce, traerá su comanda, con unos tristes cacahuetes, probablemente, o le habrá preguntado. A usted le queda una tarea fundamental si desea disfrutar de su hora de libertad: reparar ese detalle que convierte en perfecto rectángulo su bolsillo. Sí; es el momento de una decisión estratégica: móvil o no móvil.
Esa pequeña telepantalla es, hoy, su peor enemigo que comunica su posicionamiento a todo el planeta. Sus allegados le persiguen. Mientras usted se prepara para la hora de libertad, recibirá correos, etiquetas gifts, blogs, memes, tuits y otros golpes sociales de personal ocioso. Usted sabe que será reprendido por ello, pero solo hay, en la taberna, una decisión posible: apagar su móvil, desaparecer del mundo conocido, ignorar el algoritmo. Si le viniera bien un poco de música, pídasela a su tabernero, que se la negará: esto no es una casita de té.
Su tabernero ha puesto su comanda, Usted la mira con cierto reparo. Dígase a sí mismo: soy un bebedor ocasional, que haya muchas ocasiones no es su responsabilidad. No rechace la sabiduría de Dionisio: gire la copa en su mano, acúnela despacio como a un jilguero, permita que el líquido descienda por sus paredes. Y beba. Ha empezado el camino.
Estos atinados consejos le han colocado en la posición adecuada. Saque su libretita, pluma, bolígrafo o lapicero, haga creer a quien le observe que escribe sesudas crónicas. Que ignoren que ellos son los observados, la materia sobre la que trabaja un buen tabernario.
He ido a mi taberna esta mañana a alzar mi copa por usted, a desear que pueda huir de los que creen que la calle es suya, pero ignoran que las tabernas son nuestras. Ánimo, solo nos queda un mes, eso sí: eterno.



