Uno muy monárquico no es. Pero es constitucionalista. Esto es: una ley no puede cambiar una Constitución, es de primero de enmiendas, aunque ahora no hace falta aprobar. Eso no pasa en ninguna parte democrática: hay que cumplir las reglas.
Especialmente si España viene a ser una monarquía parlamentaria (Título I) y el jefe del Estado tiene título de Rey (Título II). O sea, que cambiar ambas cosas requiere un procedimiento reforzado con acuerdo cualificado, disolución del parlamento, elecciones constituyentes, referéndum y todo lo demás.
Claro que proponer en una ley suprimir el título de Rey es razonable cuando se sostiene que la Constitución Española no es democrática que, en realidad y penosamente, es lo que creen.
Es tan poco democrática, ustedes me entenderán, que cualquiera que se cisca en ella puede ser parlamentario o parlamentaria o insultar la memoria de la mayoría. Porque, naturalmente, el franquismo llega hasta 1982, hasta entonces, incluida la Constitución todo era miseria franquista.
“Libertad, amnistía y Estatuto de Autonomía” gritábamos en aquellos días del “tardofranquismo”. Toda vez que fuimos tristes payasos que nos comimos la cobarde transición y dado que la Autonomía es una mierdecilla, solo nos quedaba cagarse en la amnistía.
Hecho. Nada como ser de la izquierda de verdad verdadera para despreciar los esfuerzos de los y las demócratas de siempre, insultar a la generosidad de los presos que entonces sí eran políticos, no como los “bandarras” de ahora, y que no salieron de la cárcel por favor franquista, sino por esfuerzo de nuestro pueblo, palos por las calles y cosas por el estilo.
ERC, Bildu, el abundante “catalanerío” político, al que Podemos ha anunciado sumarse, con sus propias enmiendas, quieren convertir la Ley de nuestra memoria democrática en un saco de venganzas, donde lo que importa no es la memoria de los que sufrieron, sino los delirios de los que vendrán a salvarnos. Si de paso ponen en un brete a Sánchez, mejor que mejor.
Lo de la amnistía le produce a este comentarista una triste vergüenza y algo de cabreo. Recuerdo haber recibido abundantes palos en Somosaguas, gritando amnistía, cuando aquello era un descampado y el despachito que ocupara Iglesias no existía.
Recuerdo que con mis compañeros me manifesté ante la cárcel de Torrero (Zaragoza) pidiendo la salida de un profesor y huir por la Plaza de España zaragozana gritando por la amnistía.
Ésa es mi memoria democrática, y la de muchos y muchas, y la de los rufianes de moda no tiene nada que ver conmigo y sospecho que tampoco con ustedes.
El Congreso de los Diputados se ha convertido en una auténtica feria de vanidades.
El cabreo social se extiende, las dudas sobre el final de la pandemia crecen, los diálogos políticos se desvanecen, los temas gruesos, desde las pensiones a los precios y los efectos de la crisis comercial, se convierten en amenaza real y, al parecer, irresoluble.
Pero lo que importa es la amnistía y el título del jefe del Estado.
Españoles, Franco ha muerto, tiempo hace, pero nos gusta recordarlo. Tanto que la izquierda de verdad verdadera afirma que duró hasta 1982, dennos un par de enmiendas de tiempo y metemos a Felipe González y al traidor Carrillo en el ajo.