Carlos Mazón ni se ha despedido de la Generalitat ni tiene intención de hacerlo. Aun así, el presidente valenciano vive su cargo de prestado porque la ciudadanía no le quiere. O sea, que es un cadáver político y lo que no se sabe todavía es la fecha de la defunción.
En una reciente encuesta de ABC y Las Provincias, el 75 por ciento de los ciudadanos desea que dimita. Y, lo que es más sintomático, el 61 por ciento de los que le votaron en su día también le quieren fuera de la Presidencia. O sea, que no nos hallamos sólo ante unas manifestaciones callejeras pidiendo su dimisión y algo más por las responsabilidades contraídas, sino que ese estado de opinión se traslada también a quienes permanecen silenciosos en sus casas.
La razón para mantenerse (mantenerle) en su puesto es que está reconstruyendo lo destruido por la dana y que debe acabar esa misión. Además, las siglas del PP siguen siendo robustas en esa comunidad y los sondeos que tienen en Génova así lo demuestran.
Esa fortaleza es ficticia y se debe más a los errores de una oposición desnortada y monotemática que a méritos propios de los populares. Pensemos, además, que el mantenimiento del voto de la derecha sufre un desplazamiento del PP a Vox, con lo cual quiere decir que el descontento con los partidos de la oposición beneficiaría a la derecha más extrema frente a la moderación del partido de Núñez Feijóo. Éste, por su parte, ha ido mostrando cada vez más tibieza hacia el líder valenciano.
Lo cierto es que Mazón se ve cada día más acorralado y la juez de Catarroja ha pedido el listado de llamadas del presidente el día de marras, en el que no queda clara la actitud del Cecopi por la inacción del centro de coordinación durante tantas horas, ni la agenda horaria del presidente, tras sus confusas afirmaciones iniciales.
Estamos, pues, a la espera de la hora de una dimisión prevista y para la que empiezan a sonar nombres posibles de relevo, como el de la alcaldesa valenciana, María José Catalá. Lo seguro es que el PP no puede arriesgarse a perder el feudo de Valencia ni permitir convertirse en un rehén inevitable de Vox. O sea, que sólo queda esperar el momento del anuncio de lo que parece obvio…



