Cuando nadie conoce a nadie

¿Quién es ese Koldo, susurran en Ferraz? Algún o alguna despistado dice, antes de recibir un codazo, “no será aquel que dormía tras las cortinas”. Para nada, le contestan, acompañando el codazo, ése nunca estuvo aquí. Sí; en el PSOE han llegado a ese momento en que nadie conoce a nadie. Los senadores y diputados no legislan, el prócer no madruga ni comparece, los acontecimientos se suspenden o se envía a los asesores. Los ilustres oradores no echan sus discursos ni dicen sus cosas; los hacedores de relatos han cerrado sus oficinas. Los despachos se vacían; todo el mundo vuelve compungido a su casa.

Los conmilitones observan en silencio la ceja del líder. Ha dicho: “caiga quien caiga”, enigmática expresión que no se sabe a quién afecta. El líder se va de viaje y deja en manos de no se sabe quién la decisión. Tres ministerios, dos Comunidades Autónomas y tres o cuatro Consejos de Administración públicos escrutan sus archivos.

Eso no debería estar ahí, dicen los responsables, ante la cara de pánico de depositarios, interventores e informáticos. Pero está, está. La intranquilidad no cesa, todo el mundo espera la palabra ejecutiva.

Un partido de 150 años no tiene corruptos en sus filas, dice la Ejecutiva. Eso son cosas de PP, han dicho. No se tranquilizan los conmilitones, además de restar los años de vacaciones, recuerdan desde directores de la Guardia Civil a Eres andaluces, desde los calzones del Tito Berni al hermanísimo, del bochorno de Filesa al de viejos camaradas ugetistas que fueron de mariscadas a Esferas Armilares y cosas por el estilo.

No; nadie conoce a nadie hasta que esto se aclare. Se necesita un cortafuegos, no sea que el asunto llegue a la presidencia del Congreso o a algún ministro. Necesitamos investigar al PP y el escaño de Ábalos.

Ábalos dice que, de entrada, no. Que les deja la Comisión, pero que el escaño es suyo y fuente de sus magros ingresos que, desde que le quitaron el cargo, anda la cosa muy malita.

Vuelve el desconcierto y confusión y la gravedad a los rostros. Llega la noche y Ábalos no corta el fuego, los medios no dejan de publicar datos de un largo sumario, crecen los rumores de que las cosas se sabían y se piden explicaciones.

Illa mira al techo cuando le hablan de su “supercontrato”, los demás ni te cuento. La derecha arma a sus mesnadas; es nuestro turno, se dicen. Puigdemont se carcajea: quien trajo a Koldo a Madrid es el que negocia con él.

Se habla de ambiente irrespirable, de socialistas que no están de acuerdo con casi nada y de socialistas cuya cabeza está en peligro. Dónde está la X, se preguntan los malvados.

Algunos cuentan que sí, que los corruptos y corruptas existían y empiezan a desenterrar las viejas cuitas de la derecha, otros preparan el ventilador y la España de la felonía regresa. ¿Cuánto vale la dimisión de Ábalos?

Si esto fuera Rusia dirían que Ábalos está moralmente muerto. Nadie le llamará porque nadie le conoce. Nadie le invitará a copas, los que pidieron viejos favores no le darán cuartelillo, ha llegado su muerte civil.

No debe preocuparse, en su funeral se gritará, naturalmente, contra Ayuso. Ella es Koldo y no quienes ustedes imaginan. En 150 años de historia no cabe la codicia ni la infamia.

Hace unos años, un grupo de folk americano escribió una preciosa canción (Nobody Knows, The Lumineers, 2019), su letra le viene al pelo a Ábalos: “Nadie sabe cómo decir adiós, parece tan fácil hasta que lo intentas, nadie sabe cómo decir adiós”.

El problema es que sus conmilitones tampoco saben cómo recuperar el crédito perdido. El relato ése de la corrupción es sólo cosa de la derecha, no cuela esta semana. Ahora resultará que no hay partidos corruptos, sino personas corruptas y se acabará la superioridad moral. Por eso, nadie conoce a nadie.

 

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