De Bildu a las trapacerías, de las dádivas a las despedidas

Hay que reconocer que despedirse de la gente es elegante. Y a elegancia en despedirse nadie le gana a Ciudadanos. Ahí tienen a todos y todas sus candidatos diciendo adiós, hasta la vista, sin que se les mueva un rizo.

Tras casi quince días de campaña, debates, mítines, primarias y Congresos, ustedes siguen sin conocer quién es la lideresa de Ciudadanos. No se preocupen, los demás tampoco.

Los que han notado el asunto son los del PP y los del PSOE. Los del PP porque han recibido una buena parte del electorado. Los del PSOE porque se quedan sin enredadores oficiales con los que capturar votos u organizar mociones de censura y, por lo tanto, sin más aliados potenciales de la izquierda de verdad verdadera.

Despidamos a Ciudadanos con la misma elegancia con la que ellos parten, quitémonos el sombrero: al fin y al cabo, esta gente podría haber sido una solución, si hubieran decidido ser centristas y liberales, combatir en Catalunya y privarnos de elecciones que encumbraron a los populismos, de todo signo.

Estimados amigos y amigas liberales de todo signo, como deberíais saber, si un partido se queda sin función política, su historia se desvanece y el electorado abandona. Ejemplos, los hay. Muchas y muchos liberales suspiran por la supervivencia política de Villacís.

Me sospecho que tampoco. Las terrazas de la pandemia recordarán a su musa, pero sospecho que no a su partido. Pero, entre ustedes y yo, qué es la despedida de un partido en comparación con trapacerías electorales.

Porque esta campaña ha sido lo que ha sido. Tras cinco días de Bildu -por cierto, al parecer la fiscalía no cuenta bien lo de las inhabilitaciones-, un mes de dádivas, llegan ahora las trapacerías electorales en forma de compra de votos por correo.

De momento, tenemos como protagonista a Coalición por Melilla, que solo o en compañía de otros (narcos o servicios de información marroquíes) -que formaba parte de Sumar- y también al PSOE (en Andalucía, Murcia, que se sepa). En la Gomera, la Agrupación Socialista de la Gomera (antiguos socialistas) que hoy apoyan al gobierno del PSOE en Canarias.

Éstas son cosas en las que está la Policía y la Guardia Civil y que dejan en mal lugar a la izquierda, sin perjuicio de que otros se sumen al concurso. El PSOE ha tratado de poner el ventilador y ha denunciado a algunos candidatos y candidatas que, a su vez, los han denunciado por injurias. O sea, que el asunto promete y mejora, notablemente, la calidad de la campaña.

Hay que señalar que lo de Melilla tiene enjundia. Hablamos de una Ciudad española arrendada hace años a narcos, políticos corruptos y servicios secretos de un país aparente mente amigo. Qué podría salir mal.

Allí en Mojácar, reina, al parecer, una saga especie “Tito Berni”, pero especializada en urbanismo. Tampoco hay que exagerar: España no es racista y los socialistas de Mojácar no son corruptos.

Confía el cronista plenamente en el sistema electoral español y, obviamente, quienes debían controlar, parece que han controlado. No obstante, un vistacillo habría que echarle al asunto.

Aunque quizá el tema es otro. Cuando los partidos están dirigidos por grupos de presión, captores de subvenciones, gestiones urbanísticas la más noble militancia se come la ausencia de una falta de control y selección de élites inexplicable.

Esto que ha sido evidente en los casos de la izquierda citados lo es más en el caso de Melilla. Una ciudad abandonada a su suerte, donde si la libertad de votar vale 50 ó 100 euros, la de vivir no debe valer mucho más.

No me cabe duda alguna: en más de ocho mil municipios, decenas de miles de candidatos y candidatas con vocación de servicio público han explicado, desde el primer día, modelos de municipio y de ciudad.

Pero qué quieren que les diga: entre los de Bildu y las trapacerías, las dádivas y las despedidas, esto ha tenido de campaña lo que el cronista de obispo. Es lo que hay.

 

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