Del mismo productor de “La azotaría hasta que sangre” llega, ahora, “Los periodistas…: las putas más putas”. Cebrián, profeta de los gobiernos socialdemócratas, afirmaba que los periodistas eran “El pianista en el burdel”. Pablo Iglesias, gurú de la izquierda de verdad verdadera, los ha convertido en putas. Que no se diga que en el tránsito de la socialdemocracia al populismo no mejoramos.
Podría decirse que utilizar palabras de otro, sin citarlo, para decir lo que uno piensa es de cobardes. Pero la cita siempre ha sido un recurso retórico. Perdonemos al adalid. El párrafo, eso sí, es algo misógino, incluso sexista.
En apenas cinco líneas se las apaña el gran líder para odiar a las amantes de los nobles (las de los pobres deben ser toleradas, lo manda la ley), a las putas, a los periodistas y, sorprendentemente a los vendedores de lotería: al parecer venden falsos paraísos.
Creíamos que una o uno se acostaba con quien quería, que las putas no eran personas a insultar sino víctimas del heteropatriarcado. Pues no. Las amantes (solo las de los ricos) y las putas son tan deleznables como los periodistas.
La diatriba contra el periodismo, citada por Pablo Iglesias, se corresponde a una novela de 1993 escrita por Juan Ignacio Taibo II titulada “La bicicleta de Leonardo”. Luego les hablo del personaje de quien Pablo Iglesias toma modelo, pero no se pierdan la referencia textual a los periodistas: “… odiaba… a los periodistas vendidos…, las putas, más putas…”.
Estoy seguro de que los y las periodistas se defienden solos y no necesitan de mi concurso. Si me corresponde, como atento escrutador de la realidad, reflexionar sobre el odio como mensaje a quien no te da la razón. Eso está en el corazón del populismo: la conspiración de las élites y sus mensajeros contra los profetas de la posverdad.
Cierto es que, antaño, la izquierda tenía finos estilistas que inventaron lo de “la prensa burguesa” o hacían (grande Manolo) “Informe sobre la información”. Todo demasiado sutil para ser entendido en época del tuit.
“Puta”. Eso lo entiende todo el mundo, menos matices que estorban. Nada sexista como todo el mundo sabe.
Los medios son industrias editoriales que se dirigen a su público objetivo. Es decir, seleccionan sus valores ideológicos. Además, tienen, como todo el mundo, los periodistas, ideología, siempre la han tenido: la tienen incluso los que le dan la razón a Pablo Iglesias. Democratizar el acceso a los medios es siempre un reto; eliminarlos, un ejercicio de autoritarismo; normalizar el insulto es una forma de amenaza a la libertad
Los periodistas solían creer que los hechos son incontrovertibles y la opinión libre. Los buenos medios de comunicación solían separar la información de la opinión, editorial o en columna. Pero ahora no: hay que ser periodista de barricada, alinearse con la verdad única, la bandera que nos dirigirá a mundos notables.
Cierto. Todo el espectro político padece de males similares. Cierto es que el desprecio hacia los profesionales no suele expresarse con la radicalidad ni el insulto que practica el gurú de la izquierda de verdad verdadera.
No es de extrañar. El modelo de comportamiento que ha elegido para referirse al periodismo es un modelo de provocación, insulto y falta de respeto, desde hace décadas.
Hijo de un asturiano emigrado a México, Juan Ignacio Taibo II, nacionalizado allí, forma parte del partido de Obrador (Morena). Obrador cambia la ley para modificar las condiciones que se exigen para presidir la histórica editorial Fondo de Cultura Económica; Taibo -que dirigió durante años la Semana de Novela Negra en Gijón- formula una explicación muy política del asunto: “se la metimos doblada, camaradas”.
Frase, como entenderán, muy respetuosa con la comunidad gay, como lo de la “puta” de su personaje. La frase agradó mucho en México como se imaginarán. Pero ahí está.
Amante de la novela negra como soy, nunca me gustó Taibo ni su detective. Que no es “privado”, sino “independiente”. Por si creen que lo de la neolengua es del populismo moderno, ya ven que no. Provocación, insulto, odio, ira: así es el modelo de Pablo Iglesias.
Volviendo a casa, la agresión habitual a quienes ejercen el periodismo por la izquierda de verdad verdadera, hasta Sánchez se ha deslizado por ese camino, nos sitúa en el núcleo de la libertad de expresión que, al parecer, pertenece a unos pocos, pero no es un derecho universal.
“El autoritarismo busca reinar en el silencio antes que escuchar las voces que perturban”. Afirmó Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017
Las libertades de expresión y de prensa se consideran dos baluartes del régimen democrático. La primera garantiza a la ciudadanía solicitar información y emitir opiniones sin temor a ser reprimidos por expresarlas; la segunda permite informarse desde el periodismo, que ejerce control al poder y busca la verdad en los hechos. El populismo, en este punto cercano a la autocracia, entiende que el acceso a la información y la libertad de prensa universal como una amenaza. “El periodista es la puta más puta” porque la profesión debe ser perseguida, regulada o excluida, porque al proyectar a la sociedad una realidad puede suscitar preguntas inconvenientes.
Naturalmente, si el o la periodista es una puta, su jefe o jefa será una proxeneta que merece prisión. Consecuencia lógica de la consideración del gran líder.
El populista, de quien Pablo Iglesias, de la izquierda de verdad verdadera, faltaría más, es prototípico, llega al poder por ser la representación de la indignación y la sed de venganza del pueblo abandonado. La única opción frente a las élites.
Todo el que se oponga a ese destino divino es un enemigo. El periodista es una puta, vale, pero el caudillo es un oportunista, no sufre en sus carnes la exclusión social que lo alimenta, tampoco es una víctima del sistema, además, parece, él sí puede tener amantes. Más temprano que tarde, lo que un día fue una esperanza se convierte en una pesadilla para los demás.
Al igual que las amantes de los poderosos (no las de los populistas), las putas y los vendedores de lotería, los periodistas venden vacíos paraísos que nos alejan de la verdad que solo él posee. El tránsito de la socialdemocracia al populismo es lo que tiene: la verdad pertenece al machote.