Del olvido del exilio a la exaltación del traidor

El pasado día quince, mientras en España nuestro vicepresidente segundo renunciaba a su cargo, el presidente del gobierno homenajeaba en París a los republicanos españoles. Me congratulo por ello. Aquellos hombres y mujeres se lo tienen merecido y no debemos olvidarlos. Especialmente la novena compañía de la famosa división Léclerc.

Prueba de ello es que Macron, sin pronunciar el nombre de la unidad, de la que yo especialmente me siento orgulloso como español, reconoció que gracias a ellos París fue liberada. Yo añadiría, además, como logro mítico, la toma de La Kehlsteinhaus, más conocida para todos como el Nido del Águila, el refugio alpino de Hitler en los Alpes Bávaros, cerca de Berchtesgaden.

También se omitió que, después de tenerlos casi un año muriéndose de miseria en los campos de concentración vallados con alambre de espino y vigilados por la guardia argelina, los reclutaron para ir a luchar a la línea Maginot, en la frontera belga. Los llevaron andando, medio descalzos y hambrientos, mientras los franceses viajaban en camiones.

Cuando Hitler pasó por las Ardenas como Pedro por su casa, valga la expresión, y Francia cayó de rodillas a sus pies, declararon a nuestros soldados proscritos. Quiero resaltar que la mayoría de los republicanos españoles que acabaron en el campo de concentración de Mauthausen, fueron detenidos por la gendarmería francesa y entregados a los nazis.

Nuestro presidente solo tuvo palabras de elogio para Azaña, el primer presidente de la IIª República, un intento de modernizar nuestro país, que él, con su anticlericalismo enfermizo, su radical concepción del Estado y su lasitud contra el terrorismo de extrema izquierda convirtió en la chapuza más grande que jamás haya conocido la humanidad.

En el año 1933, tras perder las elecciones generales, pasó a un segundo plano del panorama político con la intención de reunificar a la izquierda y retomar sus actividades literarias.

En octubre de 1934 fue detenido en Barcelona y puesto a disposición judicial, acusado de colaborar con el gobierno catalán en su declaración unilateral de independencia. Alegó que fue una coincidencia, que había ido a Barcelona de vacaciones, y salió absuelto.

En febrero de 1936, tras unas reñidas elecciones que, según la Constitución republicana, obligaban a una segunda vuelta, Azaña tomó el poder sin que esta se celebrara.

Su primera acción, a pesar de las dudas sobre su legitimidad como presidente y su participación en la revolución de octubre de 1934, fue indultar a los miembros del gobierno catalán, condenados por sedición desde 1935, y reponerlos en sus cargos.

En agosto de 1936 se iban a celebrar las olimpiadas de Berlín, organizadas por el gobierno nazi. A esas alturas del siglo XX todos los países de Europa, democráticos o no, bailaban al son que tocaba Hitler. Cosas de la diplomacia. Pues a Azaña y a sus socios catalanes de Ezquerra Republicana no se les ocurrió otra que organizar en Barcelona unas olimpiadas paralelas a espaldas del Comité Olímpico Internacional, como contrapunto a las alemanas.

¿Saben qué países anunciaron su participación? El País Vasco, Cataluña, Alsacia, región con un fuerte movimiento independentista, Galicia, el Marruecos francés y español y un grupo de judíos que a aquellas alturas de la historia aún no sabían que la tierra prometida iba a ser Palestina, entonces colonia británica.

Las olimpiadas berlinesas iban a tener lugar el día 1 de agosto de 1936, las catalanas tenían prevista su inauguración unos días antes, el 18 de julio. Evidentemente no sucedieron, el estallido de la guerra civil acabó con todo.

El día 4 de febrero de 1939, a punto de acabar la guerra, por decisión del gobierno republicano se refugió en la embajada de España en París. El 12 renunció a su cargo ante el general Rojo. El 18, mediante telegrama, Negrín le exigió que volviera a España a formalizar el fin de la guerra. Cosa que ya nunca haría.

El 27 de ese mismo mes Francia y Reino Unido reconocieron al gobierno de Franco, al día siguiente, Azaña mandó su carta de dimisión al presidente del Congreso de los Diputados.

El 31 marzo de 1939, durante una sesión de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados de España, celebrada en París, Negrín criticó duramente la decisión de Azaña de no volver a España, calificándolo casi de traidor, con el respaldo de Dolores Ibárruri.

Dicen que, en su lecho de muerte, ante Dolores de Rivas Cherif, su esposa, el general Juan Hernández Saravia, el pintor Francisco Galicia, el mayordomo Antonio Lot, el obispo Pierre-Marie Théas y la monja Ignace, pidió disculpas por sus fechorías al clero español. Hay fuentes que lo desmienten, pero entonces, ¿qué hacían allí dos religiosos católicos?

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