El independentismo catalán aprendió de la violencia etarra en Euskadi (sobre todo de la kale borroka) para su insurrección separatista. Ahora son los abertzales vascos quienes imitan la organización secesionista catalana para acabar con el Estado español.
Hasta ahí las semejanzas, porque los nacionalismos en las dos regiones españolas no tienen nada que ver.
El incipiente (o renovado) soberanismo de una parte de la sociedad catalana ha sido y es dirigido por una burguesía que ve en la independencia una mayor posibilidad de enriquecerse, ya que el Principado tiene una economía equilibrada, una actividad muy variada, un mercado propio de dimensiones adecuadas, una ubicación estratégica en Europa, grandes infraestructuras creadas por los sucesivos Gobiernos de España,… En fin, que podría ser tan independiente y hasta con mejores hechuras que Dinamarca, pongamos por caso.
El inconveniente para ese delirio utópico es doble. De una parte, que para alcanzarlo es preciso un movimiento de ruptura violenta que puede arramblar con derechos individuales, vidas propias y ajenas, la riqueza y el bienestar colectivo actuales y hasta la estabilidad política de todo el continente. De otra, que los más preparados y deseosos de llevarlo a cabo son grupos radicales y anarquistas que acabarían con todo, empezando por la utopía tontorrona y bienintencionada de los independentistas más idealistas, quienes serían los primeros en sufrir sus consecuencias.
La burguesía nacionalista del País Vasco, en cambio, sabe que la independencia de su paisito sería económicamente catastrófica, ya que su bienestar se deriva de un mercado español que tiene cautivo, al formar parte de él, y que carece de todos los mimbres para constituirse en Estado independiente.
De ahí que el PNV se permita dar carrete en sus proclamas y ensoñaciones al independentismo radical mientras engorda, en todos los sentidos, con un Estatuto de Autonomía que le concede todos los derechos y ninguna obligación, que le otorga una independencia de hecho en lo cotidiano mientras que le protege con el Estado de cualquier posible asechanza económica y política de quienes puedan poner en peligro su bienestar superior al de cualquier otra parte de España y, por supuesto, al que conseguiría con una eventual e indeseada independencia.
Así son las cosas. Y entenderlas, claro, no sirve para solucionarlas, pero sí que supone un principio de aproximación realista a un grave conflicto que todos tenemos encima mismo de nosotros.