El comisionista

Señoras y señores, dadas las actuales circunstancias, me veo obligado a hacer público un turbio aspecto de mis orígenes. Sí; lo confieso: mi padre fue un comisionista.

El hombre se iba los lunes, a bordo de su seiscientos, a colocar en el mercado sus cosas y percibir sus comisiones. Incluso he de reconocer que, una vez, su pelotazo fue de tal magnitud que logró comprarse, eso sí a plazos, un Seat 1430 que mantuvo casi dos décadas.

Lo confieso, mi padre vendía cloro para piscinas, en un país en la que casi no había ninguna, y productos químicos que cuidaban desde la alfalfa a las gambas.

Intolerable; es intolerable querido padre, estés donde estés, que, siendo hombre culto y formado, criaras seis hijos vendiendo estas sucias porquerías en lugar de vender unas mascarillas o una Supercopa.

Los comisionistas, entonces, se llamaban “viajantes”. Entre la mala fama que les dejó Arthur Miller y la modernización económica, pasaron a ser agentes comerciales.

Se volvieron tan importantes que no solo se les dejó estar en la Seguridad Social, un escándalo, sino que el Código de Comercio les dedicó hasta 42 artículos para regular su actividad.

No me entiendan mal. Yo no le reprocho a mi padre que fuera comisionista. Lo que me sabe mal es que trabajara seis días a la semana y que se dedicara a buscar productores de alfalfa o mariscos y no jeques o chinos a los que poner a tiro de un comprador, con una simple llamada de teléfono a un amigo, hermano o primo de cualquier prócer.

Desde una simple perspectiva de mejora social me atrevo a sugerir, qué diré, sugerir, exijo al Gobierno que, de forma inmediata, pensando en mis nietos, introduzca en el programa de estudios de los más niños y jóvenes la formación del comisionista. Todo un currículo que empiece en cómo hacer una agenda de primos y amigos y acabe en un máster sobre cóomo liar jeques, utilizando nombres de gente importante.

Así, los más preparados podrán ser comisionistas y los menos capaces tendrán que hacerse ingenieros, médicos, informáticos o cosas de esas que exigen trabajar, la meritrocracia es la meritocracia. Gerard Piqué lo ha explicado bien: el dinero de la comisión es la medida del éxito.

Proletarios de todo el mundo uníos: la comisión es para el que se la trabaja.

Es necesario que el comisionismo forme parte del currículo formativo. Constatemos lo que es real: hay gente con mucho talento sin contactos y hay gente con muchos contactos y sin talento, siendo estos los más dispuestos para el éxito.

En un modelo de formación igualitaria, donde lo que importa no son las notas, sino igualar las habilidades, esto no puede ser posible: contactos para todos y todas. Señor ministro de educación: pásense listas de teléfonos de hermanos, hermanas, abundantes primos, padres y demás familia de los padres de la patria a todos nuestros jóvenes.

Es una demanda de igualdad evidente que un Gobierno tan sensible a la equidad no puede ignorar.

Debo confesar mi error. He demandado aquí el conocimiento de nuestra historia y no era eso: lo que conviene socializar no son los conocimientos sino las agendas.

“Federación, corrupción”, se escucha en los campos de futbol españoles. Qué gran error. Debéis ver la parte positiva: los comisionistas, avalados por el hecho de ser muy de la Cataluña republicana, reclaman la intervención de la figura del Rey Emérito. Y ya me ven, yo aquí atreviéndome, como un personaje del pasado galdosiano, a criticar a “su emérita majestad”.

Corrijan sus convicciones como hace el cronista. Ya sé que la ironía no se entiende en la radio o en el texto en algunas ocasiones. Pero, así, entre ustedes y yo: por qué ir al curro, habiendo jeques, vendedores de mascarillas, gestores y gestoras de pestes y demás.

Estimados y estimadas, ahora que ya no deben usar mascarillas, abandonen cualquier síndrome de cara vacía y rían, rían a carcajadas. De los mismos productores de ‘el futbol es de los pobres’, los héroes conseguidores de mascarilla y los sobrados de éxito poseerán el mundo, llega “el comisionista heredará la tierra”.

Así que nosotros y nosotras, pobres humanos sin agenda, sin valiosos primos o amiguetes futbolistas, salgamos a tomar un vinito o cerveza. Eso sí, si encuentran a un jeque, pásense al té y digan que tienen a alguien que conoce a un primo de un hermano de algún prócer. Si cuela, cuela.

 

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