El mercenario que amaba las salchichas o el capitalista mercenario

Eugeny Prigojine, jefe del llamado grupo de mercenarios Wagner, es, según los primeros datos, uno de los fallecidos en el accidente del vuelo que cruzaba Rusia la pasada semana. A nadie le sorprendería que fueran las autoridades rusas o cualquiera de sus tentáculos armados los responsables.

Desde el pasado 10 de junio, las autoridades rusas habían prohibido a los voluntarios unirse a grupos privados y, ante la reacción casi golpista de Prigojine, este fue enviado a Bielorusia, y sacado de Ucrania.

El favorito de Putin pasaba así, como tantos otros, al lado oscuro. Hasta cincuenta mil hombres, repartidos por casi toda África, especialmente, se ocupaban no solo de hacer la guerra sino de administrar una serie de activos económicos que, se suponía, compartía con Moscú.

Por mucho que Wagner haya recibido los favores presidenciales hay que recordar que en Rusia hay, ni más ni menos, oficialmente ilegales, una treintena de organizaciones privadas militares. Sin embargo, Concorde, la matriz del grupo Wagner, era el más potente.

Insertado en el capitalismo del mercenario, el mercenario que amaba las salchichas y se las vendía a Putin fue, ni más ni menos, quien pasó a encargarse de alguno de sus negocios más preciados, especialmente en África, un hombre de paja entre tantos que enriquecen al líder ruso.

Cualquiera que haya seguido los centenares de conflictos bélicos, tras la segunda guerra mundial, habrá observado la conversión de antiguos militares que, más o menos, subcontrataban la presencia de sus estados sobre el terreno militar.

Pueden encontrarlos en el periodo postcolonial en Rabat, Cronaky, Pretoria, el Congo… Como si fueran el Cid o los Condottieri papales, los viejos mercenarios no eran otra cosa que “corsarios de la república”, como el pirata Drake y tantos otros que reconocerán en la historia o la literatura.

Desde 1997, Francia prohibió los mercenarios y a finales de los años 90, con el final de la guerra fría, los mercenarios glamurosos, patriotas o ideológicos, han dado paso al mercenario de empresa, con motivación económica, que ofrecen multitud de servicios que se presentan como “servicios de seguridad” o la llamada “seguridad operacional”.

Si se toman la molestia de dar un paseo por internet encontraran ofertas de Executive Outcomes, Xe Services, DynCorp, Military Professional Ressources o Halliburton. Tenemos también europeos tipo Amarante Internacional.

Desde el atentado a las Torres Gemelas, los “contratistas” norteamericanos invirtieron en Afganistán hasta ser la mitad del personal dependiente del Pentágono, y superaron los doscientos mil en Irak. Sus servicios iban de la hostelería a la logística, el entrenamiento de fuerzas locales, la dirección de los servicios militares de algunas regiones.

En un comentario sutil de un analista, dicho casi de soslayo, tras la última cumbre ruso–africana, señaló que las diferencias entre el Kremlin y el grupo Wagner se debían a la necesidad de Putin de acceder directamente a algunas materias primas en África (oro y diamantes, si no me han entendido bien).

Wagner, mandado por Eugeny Prigojine, ha negociado un puerto en el Mar Rojo, el grupo se financiaba con el comercio del oro, especialmente en Sudáfrica, en Libia se apropiaron de los campos petrolíferos, una vez apoyado al nuevo hombre fuerte y obtuvieron concesiones para explotaciones de bosques y diamantes.

En el último golpe de estado en Malí, Prigojine se ha fotografiado no sólo en apoyo de los nuevos golpistas, sino como protector de determinados activos.

El mercenario que amaba las salchichas, el capitalista mercenario, parece haber muerto. No se preocupen, otros tomarán su lugar: compartir el monopolio de la violencia que corresponde a los estados democráticos tiene este riesgo.

 

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