El periodismo, atrapado entre el “woke” y el terror

La historia también ocurre allí donde nadie mira. Esta es una idea básica, tanto del periodismo como de cualquier investigador o científico del arte que sea.

No es casualidad que se denominara “Crónica” aquel grupo de pintores del pop-art antifranquista que tendían a desvelar, como Renau, lo que había tras los visillos de la España de la abundancia de los sesenta, financiada por emigraciones tan bestiales como groseras.

Es la misma idea que anima a quienes, estoy pensando en Javier López o Candela Gálvez, están empeñados en mostrarnos en la radio que hay vida en la España despoblada. Sin embargo, ni la historia de la profesión ni los vientos culturales caminan, necesariamente, en esa misma dirección.

Un llamado periodismo “woke” nos invade, al igual que al resto de la sociedad. Ya no se trata tanto de denunciar las actuales tendencias, ya que todo el mundo posee la verdad y el periodismo de barricada que se practica más aún. De lo que hoy se trata es de buscar las maldades del pasado y borrarlas de la memoria social.

Es más fácil derruir las viejas estatuas, quemar los viejos libros, los cuentos de antaño, que escribir nuevas historias o hacer un análisis crítico.

Estas semanas se ha anunciado el borrado de los cuentos de Roald Dahl. Inconscientes padres y madres, abuelos y abuelas hemos leído a nuestras respectivas proles, desde antaño, La Fábrica de Chocolate, Matilda o cosas parecidas.

Esta vez la victoria “woke” no ha sido total: la editorial propietaria ha decidido publicar los viejos cuentos y las nuevas versiones políticamente correctas. Bienvenido sea un exceso de inversión literaria, si los inversores lo aguantan.

A mí, el señor me pareció siempre un poco sobrevalorado, pero hay algo que distingue a quien escribe: la libertad para expresarse, en el contexto en el que escribe. Tolkien ha sido fantástico, pero quizá, pronto, alguien descubra que hay que corregir su descripción de la Tierra Media: faltaría más, sus héroes no incluían mujeres.

El borrado del contexto social, político o histórico, a veces el borrado de las propias mujeres, sustituidas por no se sabe qué géneros, es más sencillo que describir la nueva realidad, para lo que hace falta recursos y dinero.

Total, para qué queremos nuevas escrituras si lo modernísimo de la muerte es citar la serie de televisión con más violaciones y violencia por minuto que jamás se escribió, editó y filmó (Juego de Tronos).

Jesús Quintero solía usar en sus programas una balada de Pink Floyd: “Shine on you crazy Diamond”. La canción se dirige a los extraños, a las leyendas y los mártires, a los videntes, finalmente a los pintores, a los gaiteros y a los prisioneros, a todos los diamantes locos y les pide que brillen.

Sin embargo, el periodismo actual ha dejado esa tarea a terroríficas herramientas que se avecinan. El ChatGPT –el más conocido- se basa en la inteligencia artificial para ofrecernos respuestas escritas a preguntas en una prosa que es aceptable como creada por humanos.

Los estudiantes de todo el mundo están empezando a usarlo para producir ensayos y trabajos finales. Los profesores están perplejos. Los investigadores están preocupados y las profesiones vinculadas a la escritura, periodistas, por ejemplo, están aterradas. Hasta los becarios y becarias desaparecerán, tragados por la nueva máquina.

La profesión del contador de cosas, periodista o cronista, se sume un una profunda sima en la que parece más importante borrar la historia, mientras se deja en manos de la inteligencia artificial la investigación, el documentalismo y la escritura.

Entre el “woke” y el terror debería convocarse a frecuentar el futuro. El análisis crítico de la historia pertenece a los historiadores, contar lo que ocurre allí donde nadie mira es cosa de lo que fue siempre: la profesión del periodista.

 

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