Permítanme comenzar con un brindis, de los que dejan regusto amargo a tinta de imprenta rancia. Brindemos por la libertad de expresión en los medios, esa quimera que se celebra cada 3 de mayo -Día Mundial de la Libertad de Prensa-, con discursos grandilocuentes, pero que ahora parece cotizar a la baja en las redacciones de los mass media. Dicen que los periodistas somos libres; sí, pero solo si la dirección editorial le da el plácet. Es el regreso tenebroso a un pasado oscuro y diabólico.
Durante mucho tiempo, desde la Constitución de 1978, al periodista se le ha supuesto algo así como una especie de perro guardián de la democracia, pero merced al sanchismo imperante y a sus corruptelas materiales y morales, el periodista se ha convertido en un caniche amaestrado, un funambulista sobre la cuerda floja de su propia nómina. ¿Libertad? Sí, absoluta, pero solo cuando su opinión, sus fuentes y su ángulo de vista no contravengan la línea editorial del grupo que le pagan las lentejas –los sueldos ya no dan para más-. Es la paradoja del periodismo moderno: la libertad es tuya, pero la voz es nuestra.
“El motivo de mi despido es que consideran un desprecio a la cabecera mi opinión en redes sobre la insidia de manchar o invalidar a magistrados…”, escribe Elisa Beni.
Conocí a Elisa Beni en 1999, en la redacción de Diario16, cabecera entonces editada por la editora de La Voz de Galicia y con Luis Ventoso como director –luego le sustituiría Ángel García-. Beni tenía sobre su mesa la foto de un tipo calvo, del que decía estar muy enamorada y sobre el que años después escribiría un libro muy polémico, cuyo título lo dice todo: La soledad del juzgador: Gómez Bermúdez y el 11-M. Un año después –ya con el dúo Enrique Badía-Fernando González Urbaneja como enterradores del diario- nuestros caminos se separaron y anduvimos por pagos distintos.
Ahora Beni trabaja como tertuliana en determinadas televisiones y como columnista en eldiario.es. Su reciente salida de este panfleto digital dirigido por Ignacio Escolar tras una década de colaboración, es un caso paradigmático, un máster intensivo sobre los límites invisibles. El crimen de Beni ha sido criticar en redes sociales la (supuesta) “insidia” de su propia cabecera al publicar una información sobre jueces del Supremo que habían fallado contra el fiscal general Álvaro García Ortiz, al que han condenado por corrupto, condena que no gusta al sanchismo ni a sus perros de presa. La respuesta de Nacho Escolar fue inmediata: “No puedo permitir que una columnista insulte a los periodistas de [@eldiarioes] y los acuse de manipular”.
Es decir que, en la trinchera mediática, la lealtad al carnet y al color del medio debe primar sobre el análisis crítico, incluso cuando ese análisis apunta a una dudosa praxis informativa de la casa. El mensaje es desolador para cualquier profesional que crea en la rigurosidad por encima de la fidelidad: la militancia obliga a una verdad de carnet y el castigo por la disidencia no es una crítica constructiva, sino la exclusión del púlpito.
Y luego, además, están ellos, los fondos de reptiles, que han regresado con la fuerza del corruptor. La expresión, acuñada por el mismísimo Otto von Bismarck para describir el dinero negro usado para comprar a la prensa, repta más que nunca hoy en día en el ecosistema mediático español, aunque con formas más sofisticadas, claro está. Ya no es el sobre con billetes –soles, lechugas y chistorras que dirían Koldo, Ábalos y Cerdán– que se daba en el franquismo sobre todo a directores, pero también a periodistas. Es la publicidad institucional opaca, la subvención dirigida o el premio bien dotado que llega a quien toca las teclas adecuadas. Como es fácil de observar, sanchismo y franquismo, los dos acaban en ismo.
Para entendernos: ¿La noticia es incómoda para el poder X? Se reduce la publicidad institucional de ese ministerio/comunidad.
Ítem más: ¿El periodista Y es demasiado crítico? Se le niega el acceso a las exclusivas, a los viajes pagados, a los eventos donde se cuece la información.
Otrosí: ¿El periodista no sigue las directrices de trinchera de un director cualquiera? Se le despide y santas pascuas.
El fondo de reptiles actual no busca comprar una línea editorial de forma burda, sino garantizar una amistosa autocensura a través de la dependencia económica. El periodista no es comprado, es condicionado. Sabe que el medio necesita esos fondos reptilescos para sobrevivir, y que él necesita el medio para comer. Así, la línea divisoria entre el “periodismo, a pesar de todo” (el lema de Escolar) y el “periodismo, gracias a todo el que nos paga” (que es lo que realmente practica Escolar) se vuelve peligrosamente difusa.
Estamos plena y tristemente inmersos en la era dorada del periodismo de trinchera. El profesional ha dejado de ser un observador y se ha convertido en un activista con pluma (o micrófono) al servicio de una causa política o ideológica. El problema no es tener ideología (algo inevitable en el ser humano), sino camuflarla bajo la toga de la supuesta “objetividad” o, peor aún, usarla para construir falacias o destrozar reputaciones con el único fin de debilitar al “enemigo” político.
En esta guerra de trincheras en la que se han sumido los mass media españoles la verdad es una baja colateral, donde lo importante no es si el hecho es veraz, sino si es útil para la narrativa de un bando; el matiz es una traición, porque todo es blanco o negro, bueno o malo, y el miedo es el editor en jefe, porque la autocensura por temor a ser purgado es el síntoma más pernicioso en las redacciones. Muchos profesionales saben lo que no deben escribir si quieren conservar su trabajo.
Este periodismo vil que la vileza del sanchismo ha impuesto en España no informa, adoctrina. No verifica, amplifica. No sirve a la ciudadanía, sirve a su amo. Y en ese proceso se pudre la credibilidad de la prensa como institución y de los periodistas como intermediarios de los hechos, dejando al ciudadano a merced del ruido, la polarización y la intoxicación.
Es irónico que, en la era de la información infinita, sea tan difícil encontrar un tipo de periodismo que sirva solo a la verdad. La libertad de expresión existe, claro está, pero para disfrutarla plenamente parece que tenemos que fundar nuestro propio medio… o limitarnos a tuitear sobre el tiempo…



