El poder controla tus palabras

El viernes anochecido, Trump “rompió su silencio” en la red “Truth” (“Verdad”), que para eso es suya (se aprecia el sarcasmo) -“qué quiere esta gente que viene de madrugada, cantábamos- y ordenó, en pocos caracteres, a la fiscal general que empezara, de una vez, a castigar a quienes le llevan la contraria. “De quién depende la Fiscalía General… pues eso”.

A Trump, mal generalizado, no le gusta que los medios públicos o privados le lleven la contraria. Con lo fácil y elegante que es poner a conducir programas a los amigos, pagarles bien o regar de dinero a las empresas que pelotean, no señalo a nadie… o quizá sí, Trump ha elegido la vía más grosera: cercenar la libertad de expresión.

En realidad, Trump ya tiene un ministro de la censura: se llama Brendan Carr y preside la Comisión Federal de Comunicaciones –FCC, siglas en inglés-. La FCC es una agencia supuestamente independiente, pero eso era antes del nuevo orden, que regula las comunicaciones por radio, televisión, satélite y cable.

No nos escandalicemos: miremos de cerca a esa Agencia de Gobernanza de Servicios Digitales o ese Registro de Medios de Comunicación, de nombre tan fino como amenazante, que ha inventado nuestro gobierno, o a ese ministro que puso a funcionarios a investigar en redes sociales a quien dudaba de su prístina belleza.

El pasado miércoles, Carr hizo alarde de su poder sobre ABC y Disney, diciendo que el regulador tiene “remedios que podemos considerar”, para abordar los comentarios que Kimmel hizo sobre los conservadores tras el asesinato de Charlie Kirk y que disgustaron mucho a Trump (se refería a las licencias). El Ciudadano Kane, ahora, no juega con trineos y funda periódicos: es el rey de las cremas solares y preside un gobierno autocrático.

En realidad, el mapa de comunicación norteamericano es un oligopolio gobernado por oligarcas. La miríada de radios y televisiones locales son puras extensiones. Disney, Paramount y Comcast se reparten el mercado.

CBS (multimillonario David Ellison) incluye Paramount, MTV, Nickelodeon y Comedy Central, y otros canales de televisión internacionales, como Channel 5 en el Reino Unido. Disney (Robert Iger) posee ABC Marvel Studios, Hulu y ESPN. Comcast (Brian Roberts) tiene la NBC, además de ser la empresa responsable de la cadena europea Sky y películas de DreamWorks.

La mirada de los medios independientes y de la opinión crítica se ha vuelto hacia ellos y hacia las corporaciones de medios. Las principales emisoras han rendido su autonomía ante las amenazas y presiones de la administración Trump. CBS pagó 16 millones por difamar al líder interventor mundial y canceló de “The Late Show With Stephen Colbert”. ABC pagó 15 millones al presidente estadounidense y suspendió a Kimmel.

Y ahora, tanto Carr, como Bondi, como el propio Agente Naranja están presionando públicamente a NBC para que cancele también a sus dos estrellas de la noche, Jimmy Fallon y Seth Meyers.

Los propietarios de las mayores cadenas de televisión estadounidenses realizan transacciones comerciales a las que la mayoría de los espectadores no prestan mucha atención (fusiones, adquisiciones, acuerdos de licencia), pero que están en el punto de mira de la Casa Blanca.

“Estas empresas pueden encontrar maneras de cambiar su conducta y tomar medidas, francamente, respecto a Kimmel, o la FCC tendrá más trabajo por delante”, afirmó el ministro censor sobre las filiales que transmiten ABC en todo Estados Unidos. “Podemos hacerlo por las buenas o por las malas”, un aserto democrático y respetuoso con la libertad de expresión, como se ve.

Inmediatamente, ABC anunció que suspendería indefinidamente el programa de Kimmel. “Felicitaciones a ABC por finalmente tener el coraje de hacer lo que había que hacer”, escribió Mustafá Mond, perdón quise decir Trump. Entiendan al cronista: en la distopía mágica en la que vive el rey de las cremas solares, se merece ser llamado como el que manda en “Un mundo feliz”.

Pero Carr, el censor, no ha terminado su tarea. “No creo que éste sea el último paso”, dijo sobre la suspensión de Kimmel, en una entrevista en el conservador Fox News.

Las batallas entre los reguladores y las compañías que transmiten los programas favoritos de Estados Unidos han sido parte de la historia de la radiodifusión norteamericana y mundial, desde hace mucho tiempo. Pero las cadenas de televisión forman parte de negocios mucho más grandes y las complejas redes de intereses e influencias han cambiado el curso de la lucha.

El entretenimiento y las noticias están controlados por estas grandes empresas que dependen en gran medida de nuevas adquisiciones y fusiones que requieren la aprobación de las agencias del gobierno federal. Sabemos por experiencia la debilidad de esos negocios. Con menor dimensión, la publicidad, las presiones políticas a accionistas y la polarización han cambiado la industria en España. El control de medios, también, es parte de la agenda de nuestro gobierno.

Resultado: la libertad de expresión se ha convertido en un bien vulnerable, si es que alguna vez dejó de serlo. El momento en que se produjeron las recientes fusiones responden a un patrón claro: empresas que se inclinan ante la administración Trump para obtener la aprobación de sus acuerdos.

Los gigantes de los medios de comunicación se han encogido ante las amenazas, ignorando la responsabilidad que tienen de defender la libertad de expresión. Trump y corporaciones hacen vulnerable la libertad de expresión y cambian el periodismo y la opinión: el poder controla tus palabras.

 

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