El progresismo inquietante y la alternancia imposible

Que la extrema derecha española haya pasado a la irrelevancia es bueno. Que eso haya ocurrido no ha dependido ni de aguerridos vascos ni de grandes izquierdas, sino de la simple aritmética del voto útil.

Que los votantes del partido más votado pasen a la ira y la frustración, derrotados por los que han perdido votos, es decir a quienes desde la periferia han visto reducida su legitimidad de influencia, quizá no sea tan bueno: alienta tensiones sociales, salvo que un liderazgo fuerte en el centroderecha anime la serenidad.

El concepto de gobierno progresista ha sido crecientemente devaluado. La socialdemocracia devenida en radicalismo y apoyada en populismos varios, añade lo de considerar una fuerza progresista a los que tienen por lema el carlista “Dios y leyes viejas” o a los que están trufados por una mezcla del corrupto tres por ciento y una fuga de la justicia.

Cosa que algo de inquietud produce, pero que a los guardianes de la verdad que se escandalizaban cuando en el 93 IU podía entrar en del área de Gobierno –de la Ser a Prisa, pasando por todos los demás- no parece preocuparles. El confederalismo es la nueva religión, en nombre de la igualdad y la diversidad.

Aunque quizá de lo más inquietante del nuevo progresismo es la insaciable sed de quienes se han embebido de patria y hoy van de amnistías a referéndum, de quitas de deuda a troceo de la seguridad social, de la guillotina a la Renfe a nuevos sistemas de financiación territorial.

Lo más preocupante, empero, es la opacidad con la que se alcanzan acuerdos políticos y, más aún, que se anuncien que las nuevas fases de negociación no se han acabado y que, por lo tanto, el precio de la investidura se encarece, a medida que la elección de la mesa ha dado minutos de gloria a los nuevos progresistas. “La amnistía es una línea roja”, una convocatoria a la inconstitucionalidad evidente.

Las dos Españas se han bloqueado, aquí se dijo, y la sustitución del ultraliberalismo por lo que ahora sean los falangistas de todo tipo, Buxadé por un poner, ha dejado al centroderecha sin poder ser alternancia de gobierno.

Como aquí se ha dicho, también, las elecciones dejaron un túnel de voto útil hacia el PP que las votaciones de la mesa y las explicaciones de VOX mismo sobre su voto no harán sino agrandar. Da la impresión de que la invisibilidad de VOX será creciente y, en consecuencia, su utilidad como alternativa al sanchismo cada vez menor.

Siempre y cuando no se enerve la cuestión nacional, prudencia que no parecen tener los “indepes”, de la religión del cuanto peor mejor, para sufrimiento de Salvador Illa.

Hay que decir que las acciones del PP, tanto electorales como institucionales, han producido la reducción del grupo parlamentario ultra a la irrelevancia en el Congreso, menos de lo que Feijóo deseara. Acciones que, a pesar de su confusión, la falta de claridad de estrategia se paga, han sido más relevantes que cualquier cordón sanitario, que, dicho sea de paso, están fracasando en toda Europa.

Es también cierto que es el debilitamiento de los partidos de la derecha (Francia, Alemania o Italia) los que han generado las posiciones de extrema derecha.

La política es muy variable y los que hoy son nuevos progresistas, mañana pueden ser de la nueva derecha pactable con Feijóo, sin ningún problema, pero a fecha de hoy la ponderada pluralidad en la izquierda y los nuevos progresistas se niega a la derecha. Con VOX la alternancia es imposible, la que no deja de debilitar a la democracia.

La consecuencia es evidente: la inutilidad del parlamento y la sumisión institucional al gobierno. Cosa que, sin duda cambia el régimen político.

Es paradójico, por otra parte, que se le reproche al mismo tiempo al PP sus vínculos con la extrema derecha y se le espete, como signo de debilidad, que haya producido su exclusión de la mesa del parlamento.

Señal de lo imposible: el centroderecha solo gobernará si tiene mayoría absoluta, Vox desaparece y los nacionalistas quieren.

Resulta gracioso que se exija al Rey, desde el bloque progresista, que no permita el intento de investidura de Feijóo. Dígase que el asunto está en la Constitución que decimos querer cumplir.

No le falta razón a la gente de izquierda cuando recuerda que en el borrador de la Constitución la propuesta del Rey debía corresponder a decisión de la mesa del Congreso. Sin embargo, fueron los nuevos progresistas, fugados y del 3%, y los vascos siempre atentos con sus pactos con la monarquía española quienes concedieron esa prerrogativa al rey. Ay, la memoria.

En fin, con las dos Españas bloquedas, el progresismo inquietante, la imposibilidad de la alternancia y la insaciabilidad de los independentistas, el régimen político cambiará de facto. Es lo que hay.

 

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