El solomillo rojo vencerá al ministro, afirma Sánchez

La semana produce cosas notables, incluso de las que no se habla: las jubilaciones o, por un poner, las tasas de contagio, a veces superiores en toda la pandemia. Cosas que dan para análisis sesudos.

Pero hoy es viernes y como ustedes llevan con el cronista más viernes que con un solomillo saben que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que los viernes de cosas sesudas pocas. Los CEO de la radio aplauden el criterio y sugieren que un día de estos nos pasan una prima (cuando posible sea, he creído entender).

Dicho esto, señalaré algo que quizá no parezca importante, pero lo es. Señores y señoras: han roto.

No; no me refiero a la pareja populista, lo que pasa en Galapagar, se queda en Galapagar. Es cosa suya. Lo importante es que se han peleado Sánchez y Garzón: la culpa fue de un solomillo.

Garzón quiere que renunciemos a la carne roja. Comemos mucha, calienta el planeta, destroza el medio ambiente. La carne mata, el azúcar mata, el pan nos engorda, el turismo no vale. Qué será de nosotros y nosotras.

Los números del ministro de Consumo cuadrar no cuadran. La ciudadanía come más pollo que carne roja; la carga contaminante de la ganadería de la carne es la mitad de lo que dice el prócer. No; no nos comemos un kilo de carne roja a la semana.

Los informes que se usan no solo no reconocen números reales sino que son tan antiguos que no reconocen las nuevas tecnologías de producción: la incorporación de algas al pienso está reduciendo las emisiones de metano. Tampoco parece coherente querer llenar esa España que se llama vacía y afrentar a la ganadería.

Sí; moderar el consumo de carne roja es bueno y quizá sano. Pero hacer campañitas para acabar con la carne, sin criterio ni planificación, solo favorece, fíjese usted, a las grandes empresas de tecnología alimentaria que están invirtiendo en carne falsa.

Para un economista manipular los números es grave. Para un ministro mentir es imperdonable. No; Alberto Garzón no había avisado al ministro de Agricultura.

Había que pararle los pies y ahí estaba Sánchez al que le sobran ministros: «El solomillo es imbatible». Peligrosa afirmación en estos tiempos de sensibilidad autonómica. ¿Se refiere a la chuleta de Ávila, a la ternera Gallega, al chuletón cántabro, al manjar asturiano que alumbra el Cachopo?

El solomillo rojo vencerá al ministro, sostiene Sánchez. Pero que no quepa duda: la guerra contra la carne ha empezado.

La carne pronto será una luna vieja, caída en la cuneta donde ríe la sangre de los ídolos fallecidos.

Los colegios servirán menús vegetalizados, donde se tolerarán pescados y huevos. Abajo las chuletas, viva el bacalao: salvar el planeta requiere volver al pasado de la tribu. La lucha contra el calentamiento global bien merece una Misa y una Cuaresma con bacalao,

La verdura es el futuro del ser humano enfriado, sin calentamiento. Se inicia la mutación: ya no hay necesidad de derramar lágrimas por los terneros.

En política, el verde se impone a todos los colores y el rojo fenece, el de los filetes y el de los sindicatos.

La ruptura antropológica y de referencias es sencilla. Antes, en tiempos caníbales, era necesario alimentar la fuerza bruta de los trabajadores, guerreros y aventureros, con esta munición carnívora que les permitía cumplir los doce trabajos de Hércules.

Ahora que la gloria de los fuertes se diluye en mecanización y robotización, la carne es prescindible.

Es el momento de la cuenta atrás, donde los omnívoros de mejillas rojas y escarlatas deben blanquearse como una endivia, frente a pantallas de todo tipo, sin demasiados estímulos orgánicos, ni gasto calórico.

Una lástima para los bueyes pasados de moda y los corderos salaces del prado. Adiós a los cerdos malditos y a los patos lacados. Estas especies están condenadas a desaparecer o, por decirlo suavemente, a convertirse en mascotas.

El riesgo es que el apetito y el sabor se pierdan en el camino. Pará qué comer carne sintética. Toda sabrá igual, salida de una única célula del animal, no distinguiremos la costilla del solomillo, el jarrete del morro.

No; no somos carnívoros asesinos, señor Garzón, carne, mariscos, crustáceos han hecho al ser humano, del mismo modo que la aceituna y la vid. Usted me condena, señor Garzón, a renunciar al sabor, a llenar de curry cualquier guiso. No diré a qué le condeno yo.

Curioso que la tecnología que todo lo resuelve no pueda resolver el problema de la contaminación alimentaria. Eso sí; fabricar sabores y alimentos sintéticos será el negocio de las grandes empresas del futuro. Estrategia Garzón.

Mis queridos y queridas aún enmascarados: recuerden que la delta nos amenaza más que el buey, cuídense y, mientras tanto, háganse el fin de semana una barbacoa: puede ser la última.

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