Eurovisión siempre vuelve

Sí; si, ya sé que el mundo está en plan guerra fría y que aquí, en la aldea, el gobierno anda liado, también que Turquía se deshace como un azucarillo y que los de Siria se han quedado más solos que la una y los norteamericanos andan pinchando globos chinos. Pero no voy a estropearles el viernes con estas cosas. Especialmente si otras amenaza más graves se cierne sobre nosotros y nosotras.

Hay cosas que son como el Real Madrid, la declaración de la Renta o la Lotería de Navidad: siempre regresan. Españoles y Españolas, televidentes, que a través de los teléfonos y las redes, individuales o demoscópicos, os comunicáis con Prado del Rey, sabedlo y decídselo a otros: Eurovisión ha llegado.

Sí; hubo un tiempo, cuando era en mayo el mes de las flores, las vírgenes y los rabos de toro, cuando el Madrid ganaba las champions, era entonces cuando el Eurofestival atacaba nuestro gusto musical.

Tiempos aquellos en los que en algún despacho oscuro la televisión pública se elegía a nuestro o nuestra representante y, ala, a mendigar por el mundo los tuelwe points. Ahora, no.

El festival empieza en febrero, No solo hemos recuperado la cosa eurovisiva como afán patrio tras años de pesimista decaimiento. También han salido del baúl el festival de Benidorm, ya en su segunda edición en versión Fest.

Televisión española, en notable acierto, ha gastado más de 4 milloncejos, un millón de euros más que el año pasado, para obtener dos millones menos de audiencia en el total de los tres programas.

Qué es eso comparado con perder doscientos en trenes que no pasan por los túneles. Lo llaman el final del efecto novedad, aunque en realidad es probable que tenga que ver con la caída de calidad y los excesos de retransmisiones.

Las almas de Uribarri e Iñigo andaban por la “Green Room”, nunca sabremos por qué decorada de rosa siendo “green”. Vistas las canciones finalistas no tienen ustedes que preocuparse: ninguna de ellas pasará del número quince, Chanel fue un espejismo, probablemente.

Estimados letristas, compositores y no menos afamados cantantes. Pongo en vuestro conocimiento que el primer verso de la historia debió escribirse, probablemente en un junco, allí en Babilonia. Que el drama o la comedia la inventaron unos griegos bailando alrededor de una cabra.

Por qué entonces, amigos, os empeñáis en contarnos historias que ya sabemos en acordes y gritos que ya conocemos. Sobre todo muchos gritos.

El festival de este año nos libró de algunos debates, y del spanglish o el incomprensible latino urbano ése que se escribe con apóstrofos, pero persistió en el horror, desde un baile manchego a un rock imposible, tanto eso es así que cuando salió un muchacho a decirnos quiero arder, hasta nos pareció una buena idea y quisimos ayudarle.

No es raro que, entre tanto ruido imposible, votáramos una nana flamenca. El sueño nos pareció la mejor opción.

Tras tanto veinteañero gritón, buscando un hueco en internet y llenar nuestro verano de música salió a cantar Mónica Naranjo y todos nos dijimos: por qué no llevan a esta señora, por lo menos canta.

Pero no. Eso sí, todas y todos está muy empoderadas, y empoderados. Todos se veían ganando, una quería ser como Sobral, que es mucho querer ser, otros alardeaban de mandar al festival música con mensaje.

Menos mal, ya puestos, que se les apareció a ustedes la Virgen del Rocío, en forma de la blanca Paloma y la larga sombra de la Yaya Carmen, a la que debemos la nana ganadora.

Nos hemos librado del español que no se entiende, de las tetas al aire, hemos elegido la bulería, el flamenco, el sondo de letra de Federico y generación del 27. Miguel Hernández hubiera sonreído escuchando “Mi niño cuando me muera” y Lorca aplaudiría la mención a la Luna. Una canción que tiene de festivales algo evidente: apenas tiene estrofas.

Ante las crisis de creatividad, antes de ponernos a arder, preferimos la tradición: Viva el flamenco y las nanas, con el uno gozas, con el otro duermes. Lo de ganar el festival ya es otra cosa.

Nuestra canción no es suficientemente buena, suficientemente mala ni suficientemente rara como para tener posibilidades.

Amigas y amigos, en medio de ukeleles alemanes, himnos holandeses anticoloniales y el folk-techno ucraniano, que será una vez más sobrevalorado ante la geopolítica situación, ingleses comedidos y francesas siempre sugerentes, en medio de vampiros, bailarines desnudos, mujeres barbadas, y delirios de alcohol entre banderitas patrióticas, una nana flamenca no sé si cabe, pero vaya usted a saber.

Igual dormir parece una buena idea o igual Europa ha vuelto del ruido.

 

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