Decían algunos ácratas un tanto místicos y alocados allá por el mayo del 68: ‘Dadme una cerilla para prender fuego al mundo’. En realidad, lo que querían prender fuego era a toda esa parafernalia dictatorial que nos acogotaba -desde luego en España-, que nos castigaba con su férula desde la más tierna infancia en la escuela y que nos impedía hasta respirar. Un poco como ahora, la verdad, sólo que sin el reborde pretencioso de las elecciones amañadas por una injusta ley electoral general.
Era aquél un sentimiento algo parecido al de «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» (Flickan som lekte med elden en sueco y, literalmente, La chica que jugó con fuego), esa novela del sueco Stieg Larsson, la segunda de la trilogía Millenium, publicada póstumamente.
En todo caso, lo cierto es que la chica en cuestión, Lisbeth Salander, no tendría que soñar demasiado ni pedir mucho si se hubiera acercado por España: es sobradamente conocido que el ‘fuego español’ siempre ha sido proverbial. O, si no, que se lo digan a Pemán.
El Satiricón tiene las pruebas y las muestra (aunque la pasión es menguante, como puede observarse por la prueba mostrada: apenas nos queda para un par):