Los británicos son especialistas, desde siempre, en hacerse daño a sí mismos, eso sí pateando el culo de los demás. Farage y Boris Johnson pasarán a la historia como los que nos hicieron a los europeos más daño, antes de Putin naturalmente.
Seducidos por los cánticos de sirena de la grandeza victoriana, los británicos siguieron a desnortados líderes que solo han demostrado ser buenos para cavar fosas con Europa.
Es por eso que, inicialmente, Boris Johnson fue visto con simpatía hasta que ha demostrado la auténtica cara de todo populista: una mentalidad tortuosa y, a la postre, corrupta.
Se enfrentó a los desafíos que hemos enfrentado europeos y europeas, eso sí, con notable desprecio a su parlamento y a su pueblo, el primero que ha sufrido las mentiras, los fraudes y las políticas de Johnson.
El gobierno de Boris Johnson ha sido percibido desde fuera, y desde dentro, como absolutamente caótico. Incluso sus últimas horas de delirio parecen haber sido pensadas más para una serie de Netflix que para la dignidad que requiere un cargo en Ten Downing Street.
Hay una sorpresa que, a lo mejor, Casado ha entendido mejor que nadie: los partidos pueden cesar a sus líderes e, incluso, a un presidente de Gobierno.
No me atreveré a decir que convendría fijarse en el disparate de tener varios gobiernos en uno, pero igual me entienden mal… o, quizá, bien. Pero sería bueno tomar nota: “Cuando el rebaño se mueve, se mueve”.
Todo ha sido un juego cínico, de canto y baile, que empezó en los “party”, continuó en la crisis de precios y concluyó en el insultante trato a la inmigración, mientras en Europa sufríamos las continuas traiciones a la palabra dada y firmada, con evidente riesgo en Irlanda.
Un gobierno es un esfuerzo de equipo y requiere orden y liderazgo, otra enseñanza de la que deberían tomar nota algunos. Se ha desintegrado. Hoy, quedó claro que Johnson simplemente no podía continuar más, a pesar de sus intentos de retrasar el episodio.
Downing Street no ha visto escasez de ególatras, desde Disraeli hasta Churchill, sin olvidar a Tony Blair. Pero todos fueron políticos de altura: detrás de cada acto de la carrera política de Johnson, como buen populista da igual en la izquierda o la derecha, ha habido un vacío ideológico cuyo único objetivo era la promoción de su imagen.
El abuso de poder ha sido total, desde favores para amantes hasta contratos para amigos. Ha abusado de todo, desde la concesión de títulos hasta el derecho internacional. Incluso su antigua profesión, el periodismo, le ha convocado universalmente a irse de una vez.
Johnson es la historia de los que confunden política con relato, otro consejo que doy, así como gratis. Como alcalde de Londres y luego como líder conservador, convirtió el carisma en votos de la clase trabajadora y ex laboristas, como pocos conservadores lo han hecho.
Lo hizo no a través de la política sino de la gesticulación y el postureo. El postureo tiene un innegable valor en la política moderna.
Johnson en 2019 rescató a su partido del estancamiento al que lo había llevado una sucesión de líderes mediocres, respaldado por la incapacidad de la izquierda laborista para crear una propuesta plausible.
Las circunstancias excepcionales no te salvan de la quema, aconsejará Johnson a los excolegas que quieran escucharle. La crisis en la economía, la pandemia, una guerra en Europa del Este y una crisis inflacionaria habrían puesto a prueba el liderazgo de cualquier nación.
Aunque indeciso, lo que sabemos de la pandemia de Johnson no parece mucho peor que en otras partes de Europa y fue rescatado por los científicos de vacunas de Gran Bretaña, cuando peor pintaba. El secuestro de Johnson por los oligarcas rusos, al servicio de Moscú, fue escandaloso, aunque comprensible. Londongrado es Londongrado.
La realidad es que el error de Johnson fue ser más pretencioso que líder. Nunca pudo soportar rivales cerca de él, nunca negoció sinceramente nada y decidió apoyarse en monaguillos de segunda categoría.
Lo del Partygate fue el resumen: un grupo de okupas, apoderándose de la sede del gobierno.
La manada de Johnson se movió. El veredicto del Partido Conservador ha sido contundente y su sentencia rápida.
España, como nos recordaba esta mañana Ángel Urreiztieta, necesita de Inglaterra. No solo llena nuestras playas sino que acoge buena parte de nuestro talento más joven. Europa, también. No; no volverán, sospecho, pero a lo mejor, sin populismos están más cerca.