IA: es la verdad, amigos y amigas, es la verdad

A final del siglo pasado (1995), Jeremy Rifkin escribió: “El fin del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el nacimiento de la era posmercado”. Argüía que una Tercera Revolución Industrial acabaría con el trabajo tal y como lo habíamos conocido.

Si hace 28 años, el libro parecía imaginar un futuro inquietante, calculen lo que ocurriría ahora, cuando los riesgos sobre el empleo producido por la Inteligencia Artificial (IA) es ya el presente.

Como ya les he dicho en algún sitio, sospecho que lo que hoy llamamos “inteligencia artificial” no es ni artificial ni inteligente.

Los primeros sistemas de IA estaban fuertemente dominados por reglas y programas, por lo que al menos estaba justificado hablar de “artificialidad”.

Pero los de hoy, extraen su contenido del trabajo de humanos reales: artistas, músicos, programadores y escritores cuya producción creativa y profesional ahora se apropia en nombre de salvar la civilización.

En cuanto a la parte de “inteligencia”, la fuerza de la IA moderna radica en la coincidencia de patrones. No es de extrañar dado que uno de los primeros usos militares de las redes neuronales fue detectar barcos en fotografías aéreas.

Boris Eldagsen, fotógrafo alemán de 52 años, ha hecho público que ganó el premio de fotografía de Sony con una imagen generada por IA.

Si no se puede distinguir la diferencia entre una fotografía y una imagen generada por IA, entonces todo tipo de creación, ese momento en que el ser humano compite con un dios, desaparece.

En realidad, el riesgo va más allá: el verdadero desafío que presenta la IA no es que pueda sacudir nuestro apego a la creatividad humana como algo único e insondable, ni siquiera que pueda destruir puestos de trabajo y, potencialmente, industrias enteras –especialmente en el mundo de la comunicación-.

La amenaza es que aumenta la posibilidad de crear imágenes falsas y falsas verdades. El pánico es, en última instancia, que la realidad va a ser una mezcla de verdad, alucinaciones (así es como lo llaman cuando la máquina hace algo extraño) y deliberadamente no-verdad. Propaganda utilizada para entregar un mensaje singular, con exclusión de otros mensajes.

El propio director ejecutivo de Google ha dicho que “las preocupaciones sobre la inteligencia artificial lo mantienen despierto por la noche y que la tecnología puede ser ‘muy dañina’ si se implementa incorrectamente”.

Sundar Pichai también pidió un marco regulatorio global para la IA, similar a los tratados utilizados para regular el uso de armas nucleares, ya que, advirtió, “la competencia para producir avances en la tecnología podría dejar de lado las preocupaciones sobre la seguridad”.

La moratoria investigadora propuesta por Elon Musk o Zuckerberg tiene pinta más de batalla comercial que de preocupación por el riesgo sobre la verdad, conociendo a sus autores. Tampoco la prohibición resuelve nada, como puede observarse en tantas materias.

La regulación puede ser un camino, al menos en las realidades democráticas a las que deseamos pertenecer.

Parece haber un desajuste entre el ritmo al que la sociedad piensa y se adapta al cambio en comparación con el ritmo al que evoluciona la IA.

La única ventaja es que, al menos, estamos más alerta que en otras ocasiones sobre sus peligros potenciales. En comparación con las tecnologías a las que se refería Rifkin en 1995, hay más gente preocupada por la nueva al principio de su ciclo de vida.

No obstante, esa preocupación no nos hace estar, necesariamente, más protegidos. No sólo la velocidad de crecimiento es tan exponencial que no es aprehensible; que sectores productivos enteros se vean condenados no ya a jornadas de cuatro días sino a la ausencia de jornada y sus trabajadores a rentas mínimas. No sólo es la seguridad.

Ahora se trata de la verdad. En el guasap de la revista que generosamente acoge algunas de mis crónicas, Joan Massanet se hacía la pregunta transcendental: era sobre la ética y la inteligencia artificial. Me sumo a su reflexión: es la verdad, amigos y amigas, es la verdad de lo que se nos muestra la cuestión.

 

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