Celebrar más las derrotas de los demás que las victorias propias es signo de equipo débil. Es lo primero que se enseña en primero de futbol infantil, aunque hay quien no aprende nunca. Pero, tratándose de Trump, el cronista les concede un par de minutos para que sonrían.
Sí, el César, Maga y sus oligarcas pasaron una mala noche. Los oligarcas están preocupados: si Wall Street no ha podido comprar Nueva York, ¿podrá comprar América? Las diferencias han superado notablemente a lo previsto por los sondeos.
Mientras nosotros estamos con las cositas de la aldea (aparte de las distintas corruptelas, no se me ocurre otra cosa en las que podamos estar), en el mundo global la noticia es que Trump ha perdido todas las elecciones y votaciones que se celebraban en los Estados Unidos.
No hay que exagerar: algunas alcaldías, un par de Estados: no le falta importancia, se trata de zonas demócratas, pero se trata de zonas muy pobladas y de que se ha constatado una ruptura de Trump con sus votantes hispanos o afroamericanos, especialmente los hispanos y, sobre todo, la movilización política de los más jóvenes.
Las elecciones de 2024 giraron principalmente en torno a la economía. La crisis de precios. Ahora es la crisis de vivienda. Por supuesto, Trump no tenía un plan, ni siquiera una idea de cómo lograrlo. En cambio, impuso aranceles y comenzó a deportar a trabajadores inmigrantes, lo que provocó un aumento de precios y un débil mercado de trabajo. A la gente no acaban de preocuparle las cosas que le preocupan a Trump.
Es bastante evidente que muchos estadounidenses ahora creen que les mintieron. Lo dirán los análisis postelectorales, pero esto debe ser cierto, especialmente, para los hispanos, la mayor etnia en USA, que se decantaron por Trump creyendo que traería prosperidad.
Una vez que nos hemos llevado la alegría oportuna, reflexionemos: ni el mundo ni los demócratas debieran malinterpretar los resultados. En primer lugar, no es un único discurso y un único partido el que ha ganado. A lo mejor debe haber una voz plural, más que el oportunismo radical al que se han apuntado muchos en el partido demócrata. Los Estados Unidos no son Nueva York.
Apenas hace un mes, un sondeo revelaba que el 68% de los estadounidenses creían que los demócratas están desconectados de la realidad, un porcentaje superior al 63% que opinaba lo mismo de Trump. Algunos candidatos parecen haber entendido a su entorno.
Los estados han sido ganados por mujeres que proceden del ámbito del servicio público (fuerzas armadas y seguridad) con un discurso de centro, las ciudades son centristas y Nueva York radical.
Zohran Mamdani logró una victoria convincente, sobre otro demócrata, por cierto, Andrew Cuomo, respaldado por Trump, en la carrera por la alcaldía de Nueva York. El cuervo anaranjado prefería un mal demócrata a un comunista; el hombrecillo de los cohetes, Musk, eso sí financió la campaña del multimillonario.
Hay que entender que probablemente el concepto de socialista o marxista es dudosamente interpretado en la historia política de los Estados Unidos. Lo de Musulmán no, Mandami lo es, como es inmigrante. Será un pragmático, seguro que castigará el patrimonio de los oligarcas, probablemente. Nueva York no está para bromas, los oligarcas tiemblan, ya era hora.
En todo caso, es un perfil duro para buena parte de los Estados Unidos: un candidato para las zonas más pobladas, donde suele ganar el partido demócrata. Las gobernadoras han superado el voto de Kamala Harris.
Puede satisfacernos que uno de los más duros contrincantes de Trump ha sacado adelante su ley en California. Hay que decir que la ley es una trampa democrática (“gerrymandering”) que ustedes y yo hubiéramos rechazado. Se trata de cambiar las circunscripciones electorales para mejorar los resultados del partido que las cambia. Bien es cierto que es una respuesta a las maniobras en la misma dirección de los republicanos en un montón de Estados.
Desde las redadas antiinmigrantes y los aranceles hasta la sala de baile a construir sobre una parte derruida de la Casa Blanca, financiada por empresarios que buscan beneficios por su contribución, se ha erosionado la popularidad de Trump en zonas relevantes de su electorado (afroamericanos, jóvenes e hispanos, como se ha dicho) que rompieron en el pasado con el elitismo y el wokismo de los demócratas.
Las elecciones del martes también demostraron que cuando Trump no figura en las papeletas electorales, pero su currículo sí, el electorado no lo apoya. Malas noticias para las elecciones del año que viene.
Los demócratas harían bien en no sobreinterpretar la aplastante victoria del martes. El partido excluido del poder siempre tiende a movilizarse y Trump ya ha empezado a hacer trampas, por ejemplo, cambiar las normas de funcionamiento del Senado.
¿Deben los demócratas reinventar la rueda o simplemente darle un nuevo impulso? Visto que aquí todos los cabezas de huevo están en La Moncloa y TVE, podíamos enviarles un camión de analistas políticos, o mejor no, se los mandamos a Trump.
En Nueva York, el carismático Mamdani, un socialdemócrata algo populista en realidad, de 34 años, movilizó al electorado más joven. Pero en los Estados ganaron las señoras de centro. Tampoco es un radical el gobernador de California (blanco, rubio y de ojos azules, como corresponde).
El Partido Demócrata fue una gloriosa mezcla de diferentes sectores y puntos de vista, en contraste con la rígida monocultura del culto a Trump. Lo que lo une de cara a las elecciones de mitad de mandato del próximo año es el deseo de contar con luchadores en lugar de personas pasivas y de centrarse implacablemente en la crisis económica y de la vivienda. Pero bastante tenemos con lo nuestro. Hoy, disfruten un par de minutos: el cuervo naranja ha perdido. En un año no me había dado una alegría este tipo.



