A lomos de un caballo, probablemente robado, una biblia en el bolsillo y un winchester, los primeros matones de América del Norte, a golpe de robar ganado y el genocidio de los indígenas, hicieron grande América. Los que robaron hace doscientos años son hoy familias honorables que adoptaron formas elegantes, copiadas de los antiguos colonizadores, y prestaron como presidentes a sus hijos menos capaces.
Sus nietos, empero, son narcisistas violentos y macarras, como corresponde. A los narcos y mafias les pasa lo mismo, del susurro de “no es personal, son negocios” y las escaleras del Vaticano y los palacios, han pasado a las armas, la violencia y el tiro en la nuca y los clubes de putas como sedes. Es lo que tiene el narcisismo de los oligarcas y aspirantes a ricos. Trump es de esos nuevos patrones, ladrones, corruptos, venales y violadores encubiertos (lo ha dicho la justicia americana) que animan el cotarro.
Se acabó, pues, la diplomacia glamurosa que mataba en la India con notable elegancia –Lord Louis Mounbatten– por un poner-, sustituida por matones medievales.
El episodio entre Trump y Zelenski, humillante para el agredido ucraniano y, sobre todo, para su pueblo, la conversión de Trump en portavoz de Putin, el soplagaitas del vicepresidente norteamericano jaleando, como el que escupe tabaco en las pelis de vaqueros, al matón, nos deja la estampa de un fin de época. O mejor dicho, quizá, del regreso de una época que creíamos olvidada.
Difícilmente podrán preguntarles a los adolescentes (por debajo de cuarenta quiero decir) qué pasó en Múnich en 1939. En el verano de aquel año se reunieron, para firmar un pacto de no agresión entre nazis y los soviéticos, los ministros von Ribbentropp (alemán) y Molotov (soviético), nueve días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Los demócratas se pasaron años intentando que Stalin rompiera el pacto y entrara en la guerra.
Imaginen cómo les sentó el asunto a los republicanos y comunistas españoles que fueron abandonados en el final de nuestra guerra por los soviéticos, incluso antes. Si ustedes creen que estoy comparando a Putin con Stalin y a Trump con Hitler, tienen razón.
Pero tienen razón si creen que este acuerdo fue posible porque un año antes, 1938, en otoño, los “acuerdos de Múnich” fueron aprobados y firmados a instancias de Benito Mussolini, pero por iniciativa de Göering, el alemán. Firmaron el primer ministro británico (Chamberlain), el francés (Daladier) que le regalaron Los Sudetes (que pertenecían a Checoslovaquia) a los alemanes.
El pretexto era evitar una guerra. Solo ganaron los alemanes un año de tiempo y el liderazgo europeo quedó reducido a cenizas. Si ustedes creen que estoy invocando la memoria europea para no cometer los mismos errores tienen razón. La diplomacia del matón es el retorno a la barbarie.
La Comisión Europea debe desembarazarse en sus políticas de los compañeros de viaje de Putin, tipo Orban, debe confrontar con Trump y debe sostener los compromisos de paz en sus fronteras del este y del sur (el agente yanqui es Marruecos, camarada Sánchez espabila).
Sí: hay mucha derecha extrema financiada por Elon Musk y las granjas de guerra electrónica de Putin también alteran los equilibrios políticos. Es momento de recuperar el liderazgo europeo y no dejarse llevar por las presiones ni de Putin ni de Trump. O se pone coto respondiendo a los aranceles y al matonismo o las paredes europeas volverán a llenarse de “América go Home” (una tasita turística a los americanos, resulta tentadora, nos sobran turistas).
Cuidado con las trampas de llevarse bien con Trump, como dice Meloni, cuidado con intentar una entente al modelo de “Múnich”. Ni estalinistas ni nazis son fiables. No se distraigan con las camisas pardas que no pintan nada: Abascal es un payaso; Trump es el problema.
Hay una razón para el matonismo de Trump y las prisas de Putin. No; no es verdad que el tiempo juegue a su favor. En el caso de Trump es evidente: el dolor para los americanos será mucho y abundante. Y el de los rusos ya lo es.
Las políticas de Trump hacen de Estados Unidos un “lugar aterrador para invertir” y corren el riesgo de provocar estanflación, dice Stiglitz, premio Nobel de economía (demócrata). La incertidumbre creada por los aranceles y el desprecio por el estado de derecho disuadirá la inversión.
Los esfuerzos de Elon Musk por recortar departamentos gubernamentales sin autoridad del Congreso, y el desprecio de Trump por los contratos, incluido el pacto comercial que alcanzó con Canadá y México en su primer mandato están entre las señales perjudiciales para los inversores que consideran a Estados Unidos como destino.
La incertidumbre probablemente desacelerará el crecimiento económico, mientras que, al mismo tiempo, los aranceles de Trump –y las represalias de otros países– impulsarían la inflación.
Hay un consenso económico en que los aranceles aumentarán los precios. La magnitud de la apreciación del tipo de cambio afectará en cierta medida la magnitud de ese aumento, pero todos los economistas (de izquierda y derecha, incluidos ya buena parte de los liberales radicales) creen que la magnitud de la apreciación del tipo de cambio no será suficiente para compensar los aranceles. Los americanos pagarán más.
Probablemente, von der Leyen no era la chica del momento, ni Ribera que vive en el mundo de Narnia para entendernos, ni Pedro. Mario Draghi, Letta, entre los italianos, algún francés o alemán con carácter… se busca liderazgo europeo para confrontar con los ataques a la estructura multipolar y pacifista, de carácter medieval, colonialista, imperialista y matonista.
Vamos a pasarlo mal, que se sepa. Igual resulta que la izquierda británica nos tiene que sacar del apuro, cosa que a Pedro le sienta fatal. Pero, oiga, entre Starmer y Orban, lo que es, es. Igual Trump acaba con el Brexit.