Aunque muchos pretendan negarlo ahora, todos -políticos, periodistas, opinión pública…-hemos sido culpables en alguna medida de la muerte de Rita Barberá. Nadie, que yo recuerde en mis cuarenta años de periodismo, ha sido objeto de ataques públicos tan despiadados, de un acoso inmisericorde y constante y de un linchamiento mediático y social semejante al padecido por la exedil de Valencia.
Tal encarnizamiento verbal -y a veces también de otro tipo- no lo han sufrido ni asesinos múltiples ni desalmados dictadores acusados de genocidio desde Camboya hasta Ruanda. Siempre ha quedado un resto de compasión o, siquiera, de respeto en una ciudadanía que, al menos de boquilla, ha mantenido el principio de la presunción de inocencia de los acusados. Compárese, si no, la discreción que ha rodeado, por ejemplo, al asesino de la familia brasileña de Pioz, confeso de haber matado y descuartizado a sus parientes y cuyo nombre ni siquiera conoce la mayoría de los ciudadanos españoles.
En contraste con ese inhumano y monstruoso acontecimiento, la sospecha de unos presuntos delitos menores de la alcaldesa difunta ha merecido mil veces más atención mediática y mil veces peores epítetos que el parricidio múltiple de Guadalajara. No exagero un ápice y ahí están las hemerotecas y las videotecas para verificarlo.
Claro que hay razones de otro tipo para explicar semejante despliegue mediático, por supuesto, pero no para el ensañamiento que lo ha acompañado. Recordemos que Rita Barberá no había sido encausada todavía por ningún delito y que las hipotéticas sospechas sólo apuntaban a actuaciones de menor trascendencia penal. Ahora, lamentablemente, la citada no está ya entre nosotros para que se dilucide o no su posible culpabilidad.
Su caso, sin embargo, ilustra la desmesura de ciertas actitudes colectivas, del linchamiento social, profesional y político de muchas figuras públicas que, al margen de que luego los tribunales las absuelvan, ya han perdido todos sus derechos, empezando por el de la presunción de inocencia. Ahora, al menos, Rita descansa por fin en paz.
La vida es injusta y dura para todos. La idea de que Rita Barberá ha muerto por linchamiento es ñoña y falsa. La principal razón por la que muere es porque su sistema cardiovascular era deficiente, por no decir muy malo: el alcohol, la nicotina, la vida sedentaria y la alimentación con grasas saturadas, carnes rojas y exceso de hidratos de carbono pusieron a Rita Barberá -igual que ponen a cualquiera que lleve tal comportamiento de riesgo- al borde de la muerte por miocardio infartado.
La presión mediática, la persecución de los suyos y todo lo que tú y otros muchos aducen es solo parte ambiental del asunto: igual que una bomba no es su espoleta, tampoco la situación social, política, jurídica y periodística de Barberá es lo que la mató. La muerte, por otra parte, ni lava ni desmancha ni desinfecta y lo que pudiera haber contra ella simplemente ya no se sabrá porque no se va a sustanciar judicialmente. El sentimentalismo empalagoso que en países como España despierta la muerte es estomagante y dice muy poco de nosotros como seres racionales: la muerte es solo un hecho tan inevitable, absurdo y fortuito como el nacimiento en cualquier formato de vida y no pasa nada porque uno se muera: todos nos vamos a morir. No hace falta llorar tanto ni estar tan acojonados por algo tan simple.
Tu discurso ñoño, rancio, amparado en el más melífluo y sensacionalista de los sentimentalismos no nos ayuda como sociedad. Rita fue el pimpampum de aquellas semanas, sí, y qué. En su momento también lo fueron otros que no murieron y no por eso dejaron de ser objetivo público: Rodrigo Rato, Zaplana, Barrionuevo, Madoff, Aznar, Pinochet…
La tuya es una posición facilona, postureo se diría ahora, para ganar un aplauso igualmente facilón y tan superficial como lo que defiendes: que los medios y los bares no pueden comentar nada sobre nadie simplemente por una palabra de tu columna: todavía, como dices tú mismo, «Rita Barberá no había sido encausada todavía por ningún delito» y ese todavía, para ti, para los Rafa Hernando y demás mainstreamers es suficiente para imponer una mordaza de censura y autocensura en todo. Pues no, lo siento mucho pero no. Si era o no culpable judicialmente, ya nunca lo sustanciarán los tribunales y de sus responsabilidades políticas, que las tenía, como estamos en España, donde esas cosas no importan y donde La Parca lava más blanco, pues mejor pasamos por alto y con tupidos velos, velamen mejor. Vaya tela.