Cataluña, lo siento mucho, sólo es la primera ficha de un dominó global, cuyas piezas están puestas en fila para que, una vez empujada la primera, vayan cayendo una tras otra, hasta que no quede ninguna de ellas en pie.
Es sólo una hipótesis, claro, pero que pone en cuestión la tesis mítica y áurea de aquellos separatistas que creen que Cataluña es el ombligo del mundo y no una pieza extrema de un juego más amplio manipulado por terceros.
Me explicaré.
Si los separatistas consiguiesen la emancipación de su parcela de territorio, la cosa no quedaría allí, ya que el efecto contagio y la impunidad exitosa de su proceso haría que lo emulasen otros territorios españoles. Y no digamos nada de sus comunidades colindantes, la Valenciana y la de Baleares, con un componente nada desdeñable de pancatalanismo que podría exacerbar las tensiones intrarregionales hasta el límite.
Pero la cosa tampoco quedaría reducida a España. Europa, en un lento, laborioso y loable intento de unión que ha alumbrado una paz nunca conseguida antes de ahora, se resquebrajaría. Países con problemas semejantes al nuestro, como Bélgica, Gran Bretaña o Francia, sin ir más lejos, podrían sucumbir a tentaciones secesionistas, que nadie sabe hasta dónde llegarían. ¿Qué quedaría, entonces, de Europa? ¿Qué ventajas reportaría ser miembros de una Unión que no es tal? ¿Qué nuevos grupos antagónicos se crearían?
Eso, sin olvidar que el grupo más cohesionado, fuerte y totalitario de nuestro viejo continente es un Islam que no tendría ya que imponerse por la brava a una fragmentada y débil Europa, sino que se entregaría en sus manos sin ningún esfuerzo por su parte. No olvidemos que al acabar la Segunda Guerra Mundial el Islam era una religión de 50 millones de creyentes, muy por detrás de las otras tres grandes religiones tradicionales. Desde entonces, ha multiplicado por treinta su número de fieles, siendo ya de lejos la primera confesión mundial y la más rigurosa y excluyente de todas.
No voy a extenderme en más conjeturas. Sólo sugiero que nos encontramos aquí ante una fila de fichas de dominó y que la caída de Cataluña no sólo no sería una liberación, como afirman sus propagandistas, sino el primero de una serie de desastres en cadena