Un conocido mío, al que tengo por amigo y excelente poeta, ha escrito en el diario del grupo del progresismo global y guardianes de la verdad que Felipe González ya no conoce España y que el PSOE debía hacer con él lo que hizo con Llopis.
Teniendo en cuenta que González no quiere ser presidente de su partido, ni el PSOE crear una gestora, ni Felipe presentarse por otro partido, lo que en realidad queda por hacer, si seguimos al afamado poeta es que González se exilie a París y muera allí. Seguro que no es su intención, pero son las consecuencias de dejarse llevar por el relato.
Éste es sólo un ejemplo de cómo el relato hace tiempo que sustituyó al dato.
Lo mismo ha pasado hoy con la actualización del PIB, donde se escucha maquillaje o se reputa de fantástica situación, sin menor atención al dato.
Primero, es una práctica de siempre del INE y otras agencias estadísticas; de hecho, en todos los países se han corregido al alza los datos de la pandemia y años sucesivos.
Segundo, la verdad es que no es tanto cambio. El cálculo sobre el efecto de la pandemia parece que era bastante atinado; que nuestra economía saliera de la gloriosa V invertida unos meses antes de lo dicho no empece que sigamos siendo de los más atrasados en la recuperación y no da especialmente nada.
El dato real de estos días son las sombras que se ciernen, según todos los datos, sobre el segundo semestre. Por cierto, ninguno de ellos anuncia recesión, pero sí efectos sobre el empleo, sobre la dureza del efecto del aumento de los tipos de interés, sobre muchas empresas y ciudadanía, sobre el aumento de precios debido a los carburantes, mientras se mantienen altos los crecimientos de los precios de alimentos.
Mientras el relato nos domina, el mercado de telecomunicaciones (con fusiones en marcha) y Telefónica a precio de saldo se pone al alcance de los petrodólares, sin que se haga noticia sobre el asunto, mientras el Banco de España dice que el hecho de que no haya suficientes empleados en algunas profesiones no se frenaran los despidos.
Naturalmente, el desprecio al dato y la pasión por la narración interesada tiene hoy un premio: es el de Javier Trías que ha tenido a bien en incluir, en medio de la negociación independentista, un relato notable: el PSOE estaba detrás del 23F. Una patochada que nadie se cree, ni siquiera el senecto caballero.
El problema, primero, es que cuando menos competente es un político más necesidad tiene de recurrir a contar historias que carecen de demostración alguna.
En segundo lugar, la tendencia a la confianza en las redes sociales o a medios alineados con este o aquel pensamiento político produce un contagio social a quien carece de recursos de contrastación o, aún más, necesita argumentos para lo que previamente ha decidido.
Es, precisamente, el alineamiento irracional y la ausencia de fuentes plurales y datos lo que hace que los sectores más radicales sean los más seducibles por la técnica del relato. Y, también, que los creadores de historias hayan sustituido a las direcciones de los partidos.
No sabemos qué opina la dirección del PSOE de las anunciadas negociaciones. Ni sabemos si en Sumar se ha votado la historia de los tipos de amnistía con las que nos ha animado la señora Díaz ni si en Podemos los círculos, si es que aún existen, han decidido que lo del “Si es Sí” es cosa del Ministerio de Justicia y no de Igualdad.
Y si están buscando algún relato de premio pueden ir releyendo el asunto Rubiales, lo del equipo español femenino de futbol o a Piqué diciendo en un juzgado que habíamos entendido mal lo del negocio de Arabia.
La cuestión es que en política o en economía no parece haber incentivos para afianzar el uso del dato. La técnica del relato nos ha derrotado, por mucho que llamemos a la resistencia.